Les hablaba con autoridad
Salomón disfrutaba mucho en sus conversaciones con su invitada. La reina de Saba había oído la fama del rey de Israel desde hacía muchos años y quería conocer al más inteligente y sabio de los hombres sobre la faz de la tierra. Por fin, había conseguido organizar una embajada y había sido muy bien recibida en palacio de tan insigne rey. Desde que se vieron las caras por primera vez entre honores y bienvenidas se apreciaron instintivamente. La reina era una mujer muy bella con esa viveza en los ojos de una personalidad seductora e interesante. En ello residía su autoridad, en su belleza y su poder de seducción. Cada uno sabe dónde está su fuerza y su poder, dónde reside su capacidad para atraer a los demás y ella era muy consciente de sus armas y desde el primer momento las puso en juego. Salomón, por su parte conocía su debilidad: las mujeres. La conocía y podía luchar con ella, pero no dejaba de ser una debilidad y debía estar muy vigilante con ella, aunque no podía evitar dejarse seducir por tanta belleza y atracción femenina. Quedaban regularmente en la terraza para desayunar juntos los manjares de palacio, entrando desde el primer momento del día en el juego de la seducción, la inteligencia y la atracción. Después se daban un baño con sales y jabones de extremada fragancia y se volvían a juntar para pasear por los dominios del rey. Salían a caballo con la larga comitiva, conociendo los rincones de un reino estable y rico como nunca se había dado en la azarosa vida de Israel. Las cotas de prosperidad habían llegado a tal punto que sería muy difícil ser igualado en las generaciones venideras. Y todo gracias a aquel rey inteligente y sabio, mago de las finanzas, conocedor del espíritu humano, dominador de voluntades y gobernador de grupos humanos.
—Querido rey. Me has demostrado que todo lo que había oído de ti era cierto y es más, se queda corto. Lo que yo he visto aquí supera todas mis expectativas y me abre muchas perspectivas para mejorar mi reino. Pero dime ¿Dónde reside tu autoridad? Hay hombres con poder que no son respetados, amos autoritarios que son más temidos que servidos, hay cortes con reyes débiles que son manipulados por sus consejeros y hay reinos que se sostienen gracias a una compleja red de alianzas e intereses escondidos. Sin embargo tus súbditos están satisfechos con el rey que los gobierna, para tus criados es un honor servirte, tus ministros te respetan y admiran, e incluso tus enemigos se mantienen inactivos porque no ven posibilidad alguna de victoria. Dime, gran y hermoso rey, ¿Dónde reside tu autoridad?
Salomón sirve una copa de vino a su curiosa invitada con calma y sopesando la respuesta. El precipitado hablar puede dar lugar a yerros con la lengua, que en muchos casos, pueden ser desbastadores. Tenemos un arma poderosa entre los dientes, capaz de acabar con reinos y personas en un momento. Siempre pensó que los reinos se construyen con sudor, sangre y lágrimas pero se destruyen con un susurro, con una frase en el oído pertinente.
—Hermosa reina, comprendo que pensarás que mi reino se sostiene por mi infinita sabiduría, por mi buen hacer y por mi dominio de las artes de gobierno, pero nada más lejos de la realidad.
La reina de Saba le mira sin entender y cree que puede estar siendo enredada en otro de sus acertijos. No quería adivinanzas y juegos, era hora de hablar claro y con sinceridad.
—Amado rey Salomón, no ofusques mis cortas entendederas con más juegos de inteligencia y parábolas lógicas que me seducen y me encandilan, mejor dame una respuesta directa que yo pueda entender sin comparaciones y símbolos que me enredan con más frustración que deleite.
Salomón hace que se retiren las bailarinas que amenizan la velada con un gesto de la mano y propone un rato de silencio a los laúdes y cítaras para que los comensales, al desaparecer el sonido musical, adviertan el alto sonido de sus voces y decidan bajarlo por propia iniciativa. Es un maestro en gestos inapreciables y sin aparente relevancia pero que, como es el caso, ambientan teatralmente la importancia de la confidencia que está a punto de compartir con su invitada. A ella no le ha pasado inadvertida la intención del rey y se dispone a escucharle con atención y confianza.
—Mi autoridad viene de lo alto y mi reino se sostiene gracias a Yaveh.
La reina no esperaba esa respuesta. Como siempre el rey la desconcertaba y abrumaba con conclusiones inauditas e inesperadas. Su cara de sorpresa lo decía todo y el rey procedía a explicarse.
—Cuando yo accedí al trono, me vi superado por todos lados. Ser rey y ser un buen rey estaba fuera de mis posibilidades, era una empresa superior a mis fuerzas. ¿Crees que me dediqué a estudiar y aprender de los más insignes maestros sabiduría y gobierno? Claro que lo hice, me instruí y busqué el saber, pero me di cuenta de que por mucho conocimiento que acumulase en cualquier momento mi reino se podía venir abajo por mil circunstancias ajenas a mi concurso. Y decidí hacer lo más sensato. Ponerme en manos del altísimo, abandonarme a la inteligencia suprema y rogarle su favor. Mi intención no era otra que servir con sinceridad y amor a mi pueblo, no buscaba otra cosa. No busqué honores ni riquezas, admiración o poder, solo busqué lo mejor para mis súbditos. Servir a Dios y a mi tierra es lo único que perseguía y me dirigí, pues, al único que podía darme lo que necesitaba. Yaveh. El Dios de mis padres que guío a nuestros antepasados por el camino de la fidelidad y el amor. Y Yaveh me lo concedió. Tú crees que mi sabiduría y buen hacer es fruto de mis vastos conocimientos pero aunque acumulase todo el saber del que fuera capaz de alcanzar no podría llegar a entender la profundidad de las cosas y las personas. Es Yaveh el que me asiste en todo momento para tomar la mejor decisión, es Dios quien vela por mí en mis preocupaciones y mis desvelos por mis súbditos, es él quien dirige mis acciones y mis pensamientos, quien propone los acertijos y decide la justicia con la que regir a los míos. Mi verdadero trabajo consiste en estar muy unido a mi Dios y ser dócil a sus inspiraciones. A veces pensamos que somos imprescindibles y que llevamos el mundo encima, pero la realidad es que somos una gota en el mar. El hombre es presa fácil de sus ambiciones y su amor propio y usa su posición de autoridad para dominar a los demás según su forma de ver las cosas. Yo, en cambio, pedí la sabiduría que viene de lo alto para poder alcanzar en cada momento lo que más convenía a mi reino. A si que cuando tú ves que mis súbditos están contentos conmigo y confían en mi es porque advierten que Yaveh me asiste y que yo actúo llevado de su justicia y su misericordia.
La reina de Saba no esperaba esta disertación religiosa que hacía de aquel rey, no ya un ser excepcional, sino humilde. No fanfarroneaba de sus dones y capacidades sino que lo remitía todo al auxilio de su Dios.
—Siempre he tenido claro que una justicia sin misericordia crea tiranía, pero la autoridad se gana, no se impone. Además, el autoritarismo crea enemigos que en cuanto te descuides se abalanzarán sobre ti. Un gobernante mediocre siempre transmite inseguridad y dudas, pero eso no se soluciona con autoritarismo y gestos impositivos. Por otro lado, una misericordia excesiva sin justicia y exigencia, da lugar a buenísmos y conciencias laxas. Los paternalismos y las ambigüedades crean desorientación e infantilismo. La gente obedece a aquel a quien teme o le es más cómodo, pero ni lo uno ni lo otro. Además, se trata de tener un equilibrio y dar importancia a lo que la tiene. Hay diferentes jerarquías en las reglas, existen leyes, normas, y consejos y cada uno tiene su grado, su tiempo y su lugar.
Estas últimas palabras quedan en el aire, como suspendidas, expuestas para una mayor comprensión en otro momento. Podrían estar meses reflexionando sobre la autoridad y el dominio, aquellos dos mandatarios respetados y capaces que se apreciaban y admiraban mutuamente, pero era hora de descansar y meditar en privado sobre Dios, el bien común y el gobierno adecuado. La madrugada se había echado encima y el sueño acechaba los párpados de todos. Cuando se dirigían a sus respectivos aposentos la reina se despidió con una última consideración:
—Las cosas parecen muy fáciles a tu lado...
—Que descanses, mi reina, —desea Salomón a su invitada con una sonrisa amistosa en sus labios— el que gobierna tendrá siempre detractores, así que el verdadero descanso es hacer la voluntad de Dios en todo momento, estar en paz con uno mismo y no tener deudas con los demás.
—Querido rey. Me has demostrado que todo lo que había oído de ti era cierto y es más, se queda corto. Lo que yo he visto aquí supera todas mis expectativas y me abre muchas perspectivas para mejorar mi reino. Pero dime ¿Dónde reside tu autoridad? Hay hombres con poder que no son respetados, amos autoritarios que son más temidos que servidos, hay cortes con reyes débiles que son manipulados por sus consejeros y hay reinos que se sostienen gracias a una compleja red de alianzas e intereses escondidos. Sin embargo tus súbditos están satisfechos con el rey que los gobierna, para tus criados es un honor servirte, tus ministros te respetan y admiran, e incluso tus enemigos se mantienen inactivos porque no ven posibilidad alguna de victoria. Dime, gran y hermoso rey, ¿Dónde reside tu autoridad?
Salomón sirve una copa de vino a su curiosa invitada con calma y sopesando la respuesta. El precipitado hablar puede dar lugar a yerros con la lengua, que en muchos casos, pueden ser desbastadores. Tenemos un arma poderosa entre los dientes, capaz de acabar con reinos y personas en un momento. Siempre pensó que los reinos se construyen con sudor, sangre y lágrimas pero se destruyen con un susurro, con una frase en el oído pertinente.
—Hermosa reina, comprendo que pensarás que mi reino se sostiene por mi infinita sabiduría, por mi buen hacer y por mi dominio de las artes de gobierno, pero nada más lejos de la realidad.
La reina de Saba le mira sin entender y cree que puede estar siendo enredada en otro de sus acertijos. No quería adivinanzas y juegos, era hora de hablar claro y con sinceridad.
—Amado rey Salomón, no ofusques mis cortas entendederas con más juegos de inteligencia y parábolas lógicas que me seducen y me encandilan, mejor dame una respuesta directa que yo pueda entender sin comparaciones y símbolos que me enredan con más frustración que deleite.
Salomón hace que se retiren las bailarinas que amenizan la velada con un gesto de la mano y propone un rato de silencio a los laúdes y cítaras para que los comensales, al desaparecer el sonido musical, adviertan el alto sonido de sus voces y decidan bajarlo por propia iniciativa. Es un maestro en gestos inapreciables y sin aparente relevancia pero que, como es el caso, ambientan teatralmente la importancia de la confidencia que está a punto de compartir con su invitada. A ella no le ha pasado inadvertida la intención del rey y se dispone a escucharle con atención y confianza.
—Mi autoridad viene de lo alto y mi reino se sostiene gracias a Yaveh.
La reina no esperaba esa respuesta. Como siempre el rey la desconcertaba y abrumaba con conclusiones inauditas e inesperadas. Su cara de sorpresa lo decía todo y el rey procedía a explicarse.
—Cuando yo accedí al trono, me vi superado por todos lados. Ser rey y ser un buen rey estaba fuera de mis posibilidades, era una empresa superior a mis fuerzas. ¿Crees que me dediqué a estudiar y aprender de los más insignes maestros sabiduría y gobierno? Claro que lo hice, me instruí y busqué el saber, pero me di cuenta de que por mucho conocimiento que acumulase en cualquier momento mi reino se podía venir abajo por mil circunstancias ajenas a mi concurso. Y decidí hacer lo más sensato. Ponerme en manos del altísimo, abandonarme a la inteligencia suprema y rogarle su favor. Mi intención no era otra que servir con sinceridad y amor a mi pueblo, no buscaba otra cosa. No busqué honores ni riquezas, admiración o poder, solo busqué lo mejor para mis súbditos. Servir a Dios y a mi tierra es lo único que perseguía y me dirigí, pues, al único que podía darme lo que necesitaba. Yaveh. El Dios de mis padres que guío a nuestros antepasados por el camino de la fidelidad y el amor. Y Yaveh me lo concedió. Tú crees que mi sabiduría y buen hacer es fruto de mis vastos conocimientos pero aunque acumulase todo el saber del que fuera capaz de alcanzar no podría llegar a entender la profundidad de las cosas y las personas. Es Yaveh el que me asiste en todo momento para tomar la mejor decisión, es Dios quien vela por mí en mis preocupaciones y mis desvelos por mis súbditos, es él quien dirige mis acciones y mis pensamientos, quien propone los acertijos y decide la justicia con la que regir a los míos. Mi verdadero trabajo consiste en estar muy unido a mi Dios y ser dócil a sus inspiraciones. A veces pensamos que somos imprescindibles y que llevamos el mundo encima, pero la realidad es que somos una gota en el mar. El hombre es presa fácil de sus ambiciones y su amor propio y usa su posición de autoridad para dominar a los demás según su forma de ver las cosas. Yo, en cambio, pedí la sabiduría que viene de lo alto para poder alcanzar en cada momento lo que más convenía a mi reino. A si que cuando tú ves que mis súbditos están contentos conmigo y confían en mi es porque advierten que Yaveh me asiste y que yo actúo llevado de su justicia y su misericordia.
La reina de Saba no esperaba esta disertación religiosa que hacía de aquel rey, no ya un ser excepcional, sino humilde. No fanfarroneaba de sus dones y capacidades sino que lo remitía todo al auxilio de su Dios.
—Siempre he tenido claro que una justicia sin misericordia crea tiranía, pero la autoridad se gana, no se impone. Además, el autoritarismo crea enemigos que en cuanto te descuides se abalanzarán sobre ti. Un gobernante mediocre siempre transmite inseguridad y dudas, pero eso no se soluciona con autoritarismo y gestos impositivos. Por otro lado, una misericordia excesiva sin justicia y exigencia, da lugar a buenísmos y conciencias laxas. Los paternalismos y las ambigüedades crean desorientación e infantilismo. La gente obedece a aquel a quien teme o le es más cómodo, pero ni lo uno ni lo otro. Además, se trata de tener un equilibrio y dar importancia a lo que la tiene. Hay diferentes jerarquías en las reglas, existen leyes, normas, y consejos y cada uno tiene su grado, su tiempo y su lugar.
Estas últimas palabras quedan en el aire, como suspendidas, expuestas para una mayor comprensión en otro momento. Podrían estar meses reflexionando sobre la autoridad y el dominio, aquellos dos mandatarios respetados y capaces que se apreciaban y admiraban mutuamente, pero era hora de descansar y meditar en privado sobre Dios, el bien común y el gobierno adecuado. La madrugada se había echado encima y el sueño acechaba los párpados de todos. Cuando se dirigían a sus respectivos aposentos la reina se despidió con una última consideración:
—Las cosas parecen muy fáciles a tu lado...
—Que descanses, mi reina, —desea Salomón a su invitada con una sonrisa amistosa en sus labios— el que gobierna tendrá siempre detractores, así que el verdadero descanso es hacer la voluntad de Dios en todo momento, estar en paz con uno mismo y no tener deudas con los demás.
“Me enseñarás el camino de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha”. (Sal 16, 11)
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