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No todo se puede elegir

Los seres humanos vivimos en este mundo no porque seamos los mejores, ni los más guapos, ni los más inteligentes. Tampoco porque nos lo merezcamos: sencillamente, podíamos no haber nacido. Nuestro nacimiento ha sido fruto del amor entregado entre un hombre y una mujer. Vivimos y viviremos en este mundo "hasta que el cuerpo aguante” o, como afirmamos los creyentes, hasta que Dios quiera.

Los seres humanos somos seres sexuados. La sexualidad es el medio o la forma que tenemos las personas para interrelacionarnos. Ser mujer u hombre nos ha sido regalado, dado por naturaleza, sin que tan siquiera nuestros padres lo hayan podido elegir.


Nos ha tocado vivir en un tiempo, en un siglo, de grandes adelantos científicos y tecnológicos y espero que continúen y podamos seguir viéndolos. Pero no podemos olvidar que el horizonte y la meta de la ciencia y de la técnica deberían estar al servicio del ser humano. Afirmo que "deberían estar" porque no siempre prima el ser humano. Hay veces que ciertos “adelantos” están a favor de una determinada ideología que tiene como fin una revolución de ingeniería social. Para que me entiendan con sencillez: la noche es noche y el día es día o lo blanco es blanco y lo negro es negro, y no lo puedo cambiar, por mucho que me empeñe. Creo que todos estamos de acuerdo. ¿O me equivoco?


Volvamos al punto anterior, referente a la sexualidad humana. Nadie ha discutido en toda la historia de la humanidad, ni el hombre primitivo, ni los romanos, ni los bárbaros, ni tan siquiera los hombres de la Ilustración, que uno nace, vive y muere siendo hombre o mujer.


Hoy día se cuestiona todo, hasta lo evidente. Todo ello provocado por una ideología que intenta imponerse en el pensamiento hasta llegar incluso a afirmar que la persona puede elegir su sexualidad, independientemente del género con el que haya nacido.


¿A quién no le hubiera gustado haber nacido con un cociente intelectual de 220 y ser un genio, como lo fue Leonardo Da Vinci? Supongo que a muchos de nosotros, pero no nos queda más “bemoles” que conformarnos con lo que somos y tenemos. Dicho de otro modo: si queremos ser felices, el primer paso que tenemos que dar es aceptarnos y querernos tal y como somos, porque de lo contrario tendremos el gran problema de querer ser lo que no somos.


En el tema de la ideología de género, aunque uno/a se opere, se cambie de nombre, modifique o cambie su identidad sexual, no por ello ese cambio le dará felicidad.


Recientemente la Conferencia Episcopal Española, en la presentación del catecismo para adolescentes, afirmó lo siguiente: "A cada persona le corresponde aceptar su propia identidad sexual: ser hombre o ser mujer (según el proyecto de Dios) y caminar hacia un amor plenamente humano... Algunos creen erróneamente que cada uno puede optar o elegir la orientación sexual independientemente del cuerpo con el que ha nacido. Pero la identidad sexual no se elige, es un don, regalo que se recibe”.


Por estas afirmaciones naturales, sensatas y lógicas, algunos medios de comunicación, siempre los mismos, han puesto a bajar de un burro a la CEE. ¿Por qué? Mi explicación es que la ideología que está detrás de toda esta ingeniería social va contra la naturaleza humana, es insensata e ilógica. A mí, aunque me critiquen ciertos sectores, espero que no consigan nunca hacerme “comulgar con ruedas de molino”.



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