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Sin medias tintas: aborto, ¿sí o no?

Es posible que algunos que leyeron el artículo anterior comentasen que era exagerado y que se mantuviesen en sus posturas proabortistas. Yo me mantengo en la mía y tan amigos.

Voy a ofrecer otra reflexión en la misma línea para ayudar a pensar, ya que el tema creo que es importante, tanto si se opta por una postura o por otra.


Las verdades a medias no son verdad. La verdad, para serlo, ha de ser completa; las medias verdades son falsedad. Y al tratar sobre el aborto, normalmente se habla de una verdad a medias. Se habla del derecho de la madre, pero no se habla del derecho del hijo; y a veces, se habla del derecho del hijo, pero no del derecho de la madre; por eso, a la hora de juzgar su moralidad no nos ponemos de acuerdo ya que nos situamos en nuestra media verdad y no tenemos en cuenta la verdad completa.


Por otra parte, recuerdo que en mis tiempos de estudiante, al estudiar la moral, teníamos un principio básico que decía: “non sunt facienda mala ut eveniant bona” que, traducido, significa: “no hay que hacer el mal para obtener el bien”. En el caso del aborto se hace un mal –la muerte del niño- para obtener un bien –la salud o el bienestar de la madre-. No debemos olvidarnos de ninguno de los dos, pero siempre aplicando aquello de que el bien no debe conseguirse por medio del mal.


Y vamos a un caso concreto. Supongamos una madre que vive en un pueblecito muy apartado entre montañas y, desconociendo la legislación sobre el aborto, ve que su hijo recién nacido trae una enfermedad para toda la vida, y lo mata. Se denuncia el caso, y condenan a la madre. Pero otra madre que vive en la capital, y que sabe muy bien la legislación sobre el aborto, lo provoca dentro de los cauces legales, y lo mata también; ambas han matado a su hijo, una, antes de nacer y la otra, después. La primera es condenada y la otra ha quedado libre y además, el aborto le ha salido gratis, en la seguridad social. ¿Pero es que en un caso y en otro no se comete el mismo crimen? ¿Qué más da que al niño se le mate dentro del seno materno a los 30 dìas, o a los 100, o a los 200 días de engendrado, o que se le mate recién nacido, o cuando ha cumplido ya algunos meses?

¡A qué absurdo hemos llegado en nuestro mundo moderno! Pero es que, además, (¡a ver por dónde va la lógica!) hay animales protegidos y, estando legalmente permitido el aborto, el hombre no está protegido como esos animales; ¡cualquiera se atreve a abortar un osezno o a destruir los huevos de águila real mientras se están incubando!


Nos horroriza la esclavitud y hoy la repudiamos en nuestra sociedad moderna. ¿Y no nos horroriza el aborto que es mucho más grave?


Si queremos seguir hablando del aborto, dejemos todo aquello de la libertad y de los derechos de la madre (que los tiene, pero no hasta el extremo de poder matar a su hijo) y hablemos también del hijo y del derecho del hijo a la vida, y del deber del Estado de protegerla. Porque ni los padres ni el Estado ni nadie, tienen derecho a suprimir vidas inocentes. No hay causa que lo justifique.


Si alguien tiene el derecho de suprimir vidas, la primera conclusión que podemos sacar es que la vida humana deja de ser inviolable. Y si se puede matar a un niño todavía no nacido, ¿por qué no se va a poder matar a un paralítico, a un enfermo incurable, a un anciano…? Sólo Dios es el dueño de la vida y sólo Él puede disponer de ella. Tenemos un mandamiento de la ley de Dios que dice “No matarás”. Aunque alguien podrá preguntar: ¿Y si uno no cree en Dios? Pobre de él, respondo; jamás podrá entender el sentido de la vida, ni el por qué ni el para qué de la vida ni de las cosas.


José Gea



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