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Testigo, pastor y maestro

Ya se nos había advertido: que los hombres escuchan con más atención a los testigos que a los maestros. Y si oyen al maestro y lo siguen, el motivo de la credibilidad más seguro es el de su propia vida. Así ha sido D. Marcelo González Martín: testigo y maestro. Con la veracidad del testigo y la sabiduría del maestro, D. Marcelo ha tomado el Evangelio de Jesucristo en las manos y nos lo fue leyendo en el momento en que la humanidad necesitaba escucharlo, marcando una época.

D. Marcelo hablaba desde esa admirable libertad que produce el conocimiento y la adhesión a la Verdad. Es la hondura de la fe que llena de seguros convencimientos la mente y el corazón del hombre y le da sobrados motivos para esperar y para vivir. De la abundancia de esa fe hablaban los labios de quien fuera Cardenal Arzobispo Primado de España, y nos lo ha ido dejando en homilías, alocuciones, discursos e intervenciones, dejando siempre un mensaje de libertad y de vida para un hombre no pocas veces desorientado por la agresividad de continuas amenazas a su misma dignidad humana. Su palabra era escuchada siempre con mucho interés.


D. Marcelo asumía las grandes y, no pocas veces, delicadas y hasta angustiosas cuestiones de nuestra época y, sin concesiones a la ambigüedad ni a la galería, iba leyendo sobre cada una de ellas el Evangelio y la tradición de la Iglesia. Tan buen pastor nos mostraba el mejor camino: el de la fidelidad a Dios al que honrar y a los hombres a los que servir. Los que fuimos hermanos suyos en el episcopado lo considerábamos prestigio para la Conferencia Episcopal.


De la mano de D. Marcelo las diócesis a las que sirvió durante su episcopado peregrinaron de manera maravillosa y fecunda desde la Cátedra donde impartía la doctrina a los pobres y los hermanos del mundo, ahí están esas iglesias particulares que dan fe de ello.


Desde su ser recio como buen castellano, tenía una palabra y un gesto para cada uno y llegaba a todos. Invitaba siempre a ser hijos de la luz, trabajando y sintiendo con la Iglesia. Por eso mantuvo siempre una fidelidad inquebrantable con el Santo Padre, para ser los centinelas del mañana, pero con los ojos y el corazón abiertos a la luz de Cristo.


Los grandes temas del hombre, de la sociedad, de la fe, de la vida de la Iglesia, de la familia, del pensamiento y la cultura, del trabajo y de la política, eran de su interés y sobre ellos fue dejando caer la luz y la reflexión del evangelio.


Su nombre figurará en la lista de los insignes hombres de fe más destacados, no solo del siglo XX y su paso hacia el XXI, sino de la misma historia contemporánea de la Iglesia española, en la que trató por todos los medios que nada rompiera su unidad. Quienes lo valoran con elogio son multitud. Aunque no siempre se ha tenido un buen conocimiento de la verdadera personalidad y del magisterio de D. Marcelo. En ocasiones, la imagen se ha sobrepuesto ante las palabras.


No hace falta esperar un juicio lejano de la historia. D. Marcelo es con toda propiedad “Testigo, Pastor y Maestro”, porque hizo de su vida atril desde donde impartía el testimonio, a todos los que le conocimos, de hombre de paz. Hay unos testigos cualificados que dan prueba de ello, son los corazones de las iglesias particulares de Astorga, Barcelona y Toledo, así como España entera.


Pasó entre nosotros haciendo el bien. Su ejemplo ha sido: solamente la Verdad, de la mano del hombre de bien, puede levantar caminos de esperanza. Y lo hizo con obras y palabras. Con doctrina y testimonio.


Esa doctrina segura del Evangelio y el testimonio personal de su valiente y fiel ministerio de Pastor que consiguió hacer vida su lema episcopal “Los Pobres están siendo evangelizados”.


Por eso fue y sigue siendo, “TESTIGO, PASTOR Y MAESTRO”, en el momento en que conmemoramos el décimo aniversario de su muerte.


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