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El Papa avisa: «El espíritu bélico busca justificarse en la ideología, pero antes está en la pasión»

«»El Papa Francisco ha rezado en la mañana del sábado por las víctimas de las guerras, conmemorando el primer centenario de la Primera Guerra Mundial en Redipuglia, al norte de Italia.

Allí ha visitado el cementerio austrohustrohúngaro, donde permanecen enterrados 14.000 soldados del Eje Central (sobre todo del Imperio Alemán y el Imperio Austrohúngaro), muchos de ellos sin identificar.


A continuación se ha dirigido al cementerio militar de Redipuglia, un complejo funerario en el que se encuentran 100.000 soldados italianos (que lucharon en el bando aliado, contra las potencias centrales), más de la mitad sin identificar.


Una visita de apenas unas horas de duración, ya que el Santo Padre ha dejado el Vaticano a las 7.30 y el regreso está previsto para las 12.50. Además, para mantener el ambiente de recogimiento, Francisco ha querido trasladarse de un lugar a otro en coche cubierto en vez de usar el papamóvil.


En el cementerio militar, el Santo Padre celebró la misa a las 10 de la mañana. Al menos 10.000 fieles han querido estar presentes y participar en la celebración eucarística con el Obispo de Roma.


A pesar del mal tiempo, los fieles, protegidos de la lluvia con paraguas, aguardaban la llegada de Francisco. Asimismo, la banda musical comenzó a tocar minutos antes de comenzar la eucaristía.


Han estado presentes los cardenales Christoph Schönborn, arzobispo de Viena y Josip Bozanić, arzobispo de Zagreb así como numerosos obipos procedentes de Eslovenia, Austria, Hungría y Croacia y de las diócesis de Friuli, Venecia, Giulia, además de los obispos ordinarios militares y capellanes militares.


Al finalizar, el Papa entregó a los obispos la "luz de San Francisco", una pequeña lámpara de cristal donada por el monasterio de Asís.


En la vela aparece grabado "donde haya tinieblas, ponga yo luz" y el propósito es que esté encendida en todas las conmemoraciones de la Primera Guerra Mundial que los obispos celebren en sus diócesis.


Tras 22 años, un Pontífice visita de nuevo Redipuglia como peregrino. Ya san Juan Pablo II, la tarde del 3 de mayo de 1992, recordó el sacrificio y el sufrimiento de miles de jóvenes víctimas de la Gran Guerra.


Homilía en la misa de Redipuglia, texto completo

»Viendo la belleza del paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan... aquí, en este lugar, cerca del cementerio solamente acierto a decir: la guerra es una locura.


»Mientras Dios lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos llamados a colaborar en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!


»La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder... son motivos que alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una justificación, y cuando no es la ideología, está la respuesta de Caín: “¿A mí qué me importa?”, «¿Soy yo el guardián de mi hermano?». La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres... “¿A mí qué me importa?”.


»Sobre la entrada a este cementerio, se alza el lema desvergonzado de la guerra: “¿A mí qué me importa?”. Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños... pero sus vidas quedaron truncadas. ¿Por qué? La humanidad dijo: “¿A mí qué me importa?”.


»Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida “por partes”, con crímenes, masacres, destrucciones...


»Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: “¿A mí qué me importa?”. En palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?».


»Esta actitud es justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos escuchado: Él está en el más pequeño de los hermanos: Él, el Rey, el Juez del mundo, es el hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado... Quien se ocupa del hermano entra en el gozo del Señor; en cambio, quien no lo hace, quien, con sus omisiones, dice: “¿A mí qué me importa?”, queda fuera.


»Aquí hay muchas víctimas. Hoy las recordamos. Hay lágrimas, hay dolor. Y desde aquí recordamos a todas las víctimas de todas las guerras.


»También hoy hay muchas víctimas... ¿Cómo es posible? Es posible porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante.


»Y estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: “¿A mí qué me importa?”.


»Es de sabios reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y llorar.


»Con ese “¿A mí qué me importa?”, que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar.. Caín no lloró. No ha podido llorar. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días.


»Con corazón de hijo, de hermano, de padre, pido a todos ustedes y para todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese “¿A mí qué me importa?” al llanto... por todos los caídos de la “masacre inútil”, por todas las víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos. El llanto. Hermanos, la humanidad tiene necesidad de llorar, y esta es la hora del llanto.



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