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HELENA - Padre Aldo Trento -enfermedad depresión y servicio

Gracias Señor, porque después de la depresión me concedes esta enfermedad Padre Aldo Trento Tempi.it padre-aldo-trento3 Querido Padro Aldo, te escribo porque en estos meses de dolor y cansancio he sentido que eras mi amigo. Hace bastante tiempo que vivo en un estado de total depresión: siento que he perdido el gusto por la vida. No vengo de una situación fácil, no he tenido nunca descuentos en mi vida, más bien todo lo contrario. El sufrimiento siempre ha sido mi compañero. Tengo unos enormes cambios de humor. Es inútil que te diga que esta condición me desestabiliza notablemente, sobre todo en las relaciones. Me siento inexorablemente aplastada por la angustia y la desesperación y, al final, las relaciones decaen, las evito, me aparto precisamente para no sentirme desilusionada. No me amo, me molesta mi carácter, todo lo que soy me parece extremadamente “equivocado”. Toda la trama de relaciones con los amigos, el novio, los padres me parece un fracaso. ¿Cómo puedo amar a quién tengo alrededor si no me amo a mí misma? Esta actitud me hace despreciar todo, la realidad verdaderamente no me gusta. Trato mal cada cosa que tengo o hago. Esta condición de inestabilidad, tanto mental como afectiva, me lleva a menudo a preguntarme, de verdad, para qué vale la pena vivir. Pienso que soy el artífice de mi vida y esto me hace morir. En los momentos de lucidez me echo a llorar y le pido a Cristo que se muestre. La única cosa cierta de mi vida es que dentro de todos los dolores y todos los dramas, incluso más bien gracias a ellos, he podido físicamente encontrar a Cristo y convertirme en cristiana. Ahora bien, la cosa que más me asusta es no saberlo reconocer. Mi pregunta es: ¿de dónde puedo volver a partir si Cristo parece haberse olvidado de mí y me parece una presencia abstracta? Deseo ardientemente poder encontrar a Cristo en mi vida, pero me siento a merced de la nada. Alice Queridísimo Padre Aldo, hace tiempo que no estoy bien, sufro de depresión mayor bipolar, en tratamiento desde hace muchos años. Desde siempre soy muy sensible hacia los que sufren, lo que son pobres. Conozco a varias personas en este estado. Cuando estoy cerca de ellos, sin decir nada en especial, veo que están mejor, es decir, suspiran con alivio, como diciendo: “Finalmente alguien que me habla y me trata como una persona normal”. Tengo 52 años y no estoy casada, pero ahora finalmente tengo un “amor” que, desgraciadamente, tiene graves problemas físicos y esto para mí es fuente de sufrimiento. No sé qué hacer, estoy sola. Luisa Padre Aldo, no puedo más… tengo un gran deseo de hacer algo distinto en mi vida, incluso irme de aquí. Me quedan pocas energías, me siento cerrada en este ambiente, en esta oficina donde quien manifiesta una diversidad no es aceptado, es incluso rechazado. No hago nada más que llorar. ¡Ayúdame! Verónica aldo-trento Todos los días el Misterio pone en el camino a hermanos que han perdido el gusto por la vida y me gritan a la cara su desesperación. Son gritos de quien suplica al Señor para encontrar finalmente un poco de paz y, al mismo tiempo, manifiestan no soportar más la vida. Cuando oigo estos gritos experimento una impotencia y un dolor muy grandes, consciente como soy que la única cosa grande que puedo hacer por ellos es rezar y ofrecer mi experiencia diaria al Señor. Al mismo tiempo, lo que deseo es ofrecerles mi compañía, ¡porque no es con expertos de la mente como se puede acallar esta desesperación! Don Giussani me abrazó y me tuvo consigo durante algunos meses. Sin embargo, ni siquiera un abrazo es suficiente para salvarse de esta desesperación. Es necesario el milagro de reconocer que este camino, sobre el que nos sitúa el Misterio, es la modalidad dolorosa para crecer y madurar en la fe. Me permito ofrecerles mi experiencia, que vivo desde hace 24 años y que me empuja a estar en cada momento con la mirada fija en el Misterio. Esta mirada no elimina el dramatismo de la vida, al contrario, lo agudiza, porque en compañía de Jesus todo se vuelve más sensible. El encuentro con Jesús hace que todo sea más intenso y doloroso, pero más bello. En estos últimos meses, después de haber recibido del Señor la gracia de una gran libertad afectiva que ha tenido efectos muy positivos en mi situación psíquica, de repente una mañana no conseguía levantarme de la cama. La pierna no me respondía. He ido de un médico a otro, todos tenían una hipótesis: Sla, Parkinson, etc., pero no se llegaba nunca a una conclusión cierta. Y el cansancio de caminar y hablar aumentaba cada día. Finalmente, en Milán, hace algunas semanas, me han dado una respuesta: espondilopatía hiperostosante dismetabólica, un envejecimiento precoz de los tendones y de los huesos, una enfermedad irreversible si no sucede un milagro. aldo-trento-clinica-paraguay Me entrego a Tu voluntad. ¿Por qué, Señor? ¿Estoy aún luchando por salir de la depresión y ya me regalas otra prueba, a pesar de todas las que he tenido en estos últimos años? He sentido un leve desvanecimiento, pero me he conmovido al experimentar una gran paz y una gran libertad de entrega. Consciente de que ya no seré nunca más el que era antes respecto a la posibilidad física de moverme y de trabajar, me he rendido a la evidencia y sigo entregándome cada día a Su voluntad, pidiendo continuamente la fuerza a la Virgen y a todos los que me aman. Al drama de siempre, un drama más. Un nuevo grito que busca consolación. ¿Dónde? El dolor es sólo y totalmente mío. Sin embargo, ya no son los “porqués” los que me atormentan, sino el reconocimiento de una predilección por parte del Señor, que quiere tenerme abrazado a la cruz, a Su lado. En esta situación el Misterio me sitúa en una realidad nueva. Ya no tengo que recorrer el mundo para anunciar a Cristo, sino estar en compañía de Jesus, aprendiendo a ofrecer y rodeado de mis amigos, a los cuales el Señor ha dado el don de la gratuidad. La enfermedad física no puede compararse a la psíquica, lo afirmo por experiencia personal. Si esta enfermedad me hace siempre más impotente en el movimiento, la enfermedad psíquica normalmente me quitaba el sentido y el gusto por la vida, llenando mi mente de fantasmas horribles que no conseguía dominar. No sólo; muchas veces también yo, como estas amigas, gritaba golpeando la cabeza contra la pared de mi habitación. Es muy difícil comprender qué significa cuanto afirman estas personas sin vivir sus dramas. La vía para alcanzar la paz. He conocido una mujer joven con problemas psíquicos. Cuando se ha acercado he visto enseguida, mirando sus ojos y su modo de caminar, que seguramente había tomado psicofármacos. Me manifestó su dolor, sus inquietudes y al final de la conversación me dijo una cosa maravillosa: «Padre, una amiga mía me ha enseñado, en los momentos más terribles, a decir: “Jesús, piensa tú en ello” y, de verdad, me calmo enseguida». Este abandonarse es una gracia. Yo lo experimento en mi vida cuando digo «Yo soy Tú que me haces». Entonces, queridas amigas, que formáis parte de la gran compañía que ha ido creándose a mi alrededor durante estos años, pidamos a la Virgen la gracia de reconocer en cualquier enfermedad una predilección de Jesús, que nos quiere a su lado para participar en su sacrificio para su cuerpo, que es la Iglesia. Y no dejemos nunca esa mano amiga que se acerca para sostenernos. Es verdad que hoy también los que afirman ser cristianos o que hablan siempre de la compañía, cuando se trata de escuchar el grito de quien sufre toman las distancias. Sin embargo, no olvidemos que, como ha sido para mí el abrazo de don Giussani, para vosotros habrá siempre una persona que el Señor os pondrá a vuestro lado. Dios no abandona a sus hijos, especialmente a los que se dirigen a Él gritando día y noche. Tomémonos en serio las provocaciones de don Carrón, y sumerjámonos en su experiencia, la única vía para alcanzar, en el tiempo, la paz. No la tranquilidad, sino la paz. ¡Animo! (Traducción de Helena Faccia Serrano)...

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