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El lugar donde aprendemos la ternura: la familia

Terminada la Navidad y el primer mes del nuevo año, momentos en los que el corazón se enternece y nos llenamos de ilusiones y propósitos, es importante aprender a edificar sobre roca nuestros deseos para que ellos no terminen como proyectos de pocos períodos de vida. Me refiero a todos aquellos planes que armamos en la cabeza más que en el corazón y que finalmente quedan sólo en desperdigados por el tiempo. Deseo reflexionar proyectos que incluyan los de perdón y de restauración familiar. No existe institución sobre la tierra que merezca todo de nuestra parte como es la familia. Es en ella donde Dios inició una historia de salvación y de amor para cada uno de nosotros; es en ella donde a pesar de todas sus deficiencias experimentamos la ternura de Dios y es en ella por tanto donde debemos hacer las mejores inversiones de tiempo y afectos. Cuando miramos lo que se hizo o dejó de hacer en el año que culmina, cuando pensamos en lo que queremos hacer en el año que comienza es importante pensar no solo en lo que queremos sino también en lo que es posible alcanzar y lo que efectivamente estamos dispuestos a hacer. Me refiero a hechos concretos, a una inversión verdadera y no solamente a simples ilusiones que terminan con el inicio del año nuevo. Es importante diferenciar lo que se quiere, de lo que se ama y de lo que puede hacerse. Una de las cosas que impera mirar es el tiempo invertido en casa. No en pocas oportunidades nos excusamos del exceso de trabajo para no estar pendientes de la familia y la idea de poder dejar a los hijos un legado económico que les asegure el futuro. Esto me parece medianamente falaz pues la fortuna material no produce la estabilidad ni la calidad de vida que todos quieren tener y defender. Pensemos en todos aquellos miembros de la familia con quienes se necesita reconciliación e incluyamos en esos proyectos el poder edificar una nueva oportunidad de amor, de perdón, de ternura. Es importante tomar la decisión desde la voluntad y no solo desde las ganas, esas que esperamos que Dios mágicamente las haga aparecer en el corazón. El poder compartir mejores espacios y momentos con los de la casa, momentos que han de volverse sagrados para cada uno de los miembros de la familia y que los lleve a todos a posponer cualquier otra cosa por el beneficio del hogar son los que fortalecen los vínculos afectivos. Padres que no acarician a sus hijos difícilmente pueden acceder a su corazón. Que el trabajo no se vuelva una excusa para no abrazar, besar, acariciar a la pareja y a los hijos que el dinero no se vuelva el paliativo para los momentos de soledad y que la ternura esté a la orden del día como el plato principal del amor. Creo que esto es un verdadero proyecto de vida en común. Todo lo demás: una casa preciosa, trabajo, diversión, se vuelven elementos importantes pero que se encuentran por debajo en la escala de valores de lo que debe ser realmente indispensable para todos. Necesitamos revisar esa escala que todos llevamos en la cabeza y nos preguntemos si se encuentra arraigada en el corazón, porque el problema no está en lo que creemos que nos importa sino en lo que en verdad nos importa. No conozco la primera persona que afirme que Dios y la familia no son lo primero en su vida, pero ellos aparecen en la práctica en segundos lugares después de otras a las que se les invierte mejor tiempo y más dinero. No está lejos la felicidad, creo que de ella hacen parte el conjunto de personas, situaciones que en muchas ocasiones infravaloramos por andar poniendo el corazón en aquello que de momento trae un poco de placer. La familia es una institución sagrada, un recinto donde aprendemos la ternura y el amor, un espacio donde se conoce el amor de Dios y se le aprende a amar y respetar; la familia es tal vez el único y verdadero tesoro que poseemos en la tierra, pues si bien es cierto que nada nos llevamos, es en ella donde quedamos. Juan Ávila Estrada. Pbro....

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