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La conversión del Gran Rabino de Roma
   El 13 de febrero de 1945, las principales agencias de información del mundo dieron la noticia de que el Gran Rabino de Roma, el Prof. lsrael Zolli, había recibido el Bautismo en la lglesia católica. Zolli había nacido en 1881 en Polonia, en la localidad de Brody, situada en la región de Galitzia, que en aquel entonces formaba parte del lmperio austro-húngaro. Su madre procedía de una conocida familia de doctos rabinos; y su padre, de la rica familia de los Zoller, propietarios de una fábrica textil en la ciudad de Tódz
Infancia
   Israel Zolli, al igual que otros niños judíos en Polonia, desde su tierna infancia tuvo amigos católicos. Más tarde escribiría acerca de esto: «Nosotros, chicos hebreos, queríamos a los compañeros cristianos, y ellos nos querían a nosotros. De razas no se sabía nada. Sabíamos que confesábamos religiones diferentes y que por ello, a la hora de la enseñanza religiosa, cada uno se dirigía a su aula. Una vez acabada la clase de religión, todos nos reuníamos de nuevo» (pág. 53).
   Israel iba a menudo a casa de su amigo Staszek, cuya familia lo acogía con enorme cariño. En casa de Staszek había un crucifijo muy grande colgado en la pared. Israel contemplaba pensativo a Jesús crucificado y se preguntaba: ¿Quién será ese hombre colgado en la cruz? ¿Por qué lo habrán crucificado? En las clases de religión de la comunidad judía le habían dicho que Jesús era un blasfemo, porque, siendo hombre, se consideraba Dios, y por eso había sido condenado a muerte por crucifixión.
   Sin embargo, Israel veía que tanto Staszek como su madre y otros tantos seguidores de Jesús crucificado eran personas de una gran bondad y un amor desinteresado. Si ellos albergan un amor así en sus corazones, ¡qué grande debió ser el amor de Jesús en el que ellos creen! El testimonio de sus vidas llevó todavía más al pequeño Israel a pensar en Jesús colgado en la cruz.
   La idea de la pasión y muerte de Jesucristo crucificado reapareció en él con renovada fuerza cuando, en la escuela hebrea, estudió al Siervo de Yahvé que sufría, del Libro de Isaías. A decir verdad, el maestro de la comunidad judía les explicaba que el Siervo de Yahvé era todo el Pueblo Elegido, o bien uno de los reyes israelitas; pero, a pesar de todo, el muchacho no dejaba de pensar en Jesús y sentía de forma intuitiva que aquel Siervo Sufriente del canto de Isaías era Jesús clavado en la cruz.
   La madre de Israel, una mujer devota y siempre dispuesta a ayudar al prójimo de forma desinteresada y a sacrificarse en servicio de los demás, tuvo una gran influencia en la formación religiosa de su hijo. Pasados los años, Israel le escribía: «Ah, sí, madrecita mía, hasta hoy no te he comprendido. [...] Hoy, veo y comprendo el gran misterio de tu alma. [...] También tú, mamá, como los afligidos bíblicos, fuiste una extraña en medio de tus hermanos» (págs. 60-61). Y de nuevo, esos sufrimientos que estaba soportando su madre con paciencia y con amor, condujeron la mente del Israel adolescente hacia el Siervo de Yahvé del Libro de Isaías que sufría en silencio. El muchacho empezó a descubrir en su corazón el gran misterio del sufrimiento compartido de Dios con el ser humano que sufre; y la señal de esto era Jesús clavado en la cruz.
Estudios
   En 1895, la familia Zoller se mudó a vivir a las afueras de la ciudad de Lwów (actualmente Lviv, en Ucrania). Israel, un adolescente en aquella época, estudiaba con ahínco para lograr la autorización oportuna para enseñar religión a los niños en la escuela de la comunidad judía. Cuanto más conocimiento teológico adquiría, con tanta mayor fuerza le volvía la pregunta: ¿Acaso Jesús colgado en la cruz puede ser el Mesías y Dios verdadero? Esto le indujo a leer y analizar concienzudamente los textos del Evangelio. Comparaba y contrastaba entre sí los textos de la Biblia hebrea y del Nuevo Testamento. Leía los comentarios rabínicos y los comparaba con lo que encontraba en las enseñanzas de Jesús. Para su sorpresa, descubrió que a veces la exégesis rabínica apuntaba hacia la autodivinización del patiarca Jacob, quien sin pretenderlo había desempeñado el papel del Mesías que tenía que venir. De forma que, desde el punto de vista de los rabinos judíos, la idea de la naturaleza divina de Jesucristo no resultaba tan descabellada de ser aceptada en absoluto.
   Tras la muerte de su amada madre, Israel comenzó sus estudios en la Universidad de Viena y más tarde se trasladó a Florencia, donde estudió en el Colegio Rabínico y en el Instituto de Estudios Superiores. Finalizó sus estudios con el título de Doctor en Psicología, así como con las licenciaturas en Ciencias del Judaísmo, Lingüística y Filosofía. En 1913, Israel Zoller se casó con Adela, con quien tuvo una hija, Dora. Por desgracia, al cabo de cuatro años de feliz matrimonio, Adela enfermó y murió. Para Israel fue una experiencia especialmente dolorosísima.
Rabino jefe en Trieste
   En 1920, Israel vuelve a casarse y es nombrado Rabino Jefe de Trieste. Su nueva esposa, Emma, pronto da a luz a su hija Miriam. En 1933, Zolli obtiene la ciudadanía italiana y es entonces cuando las autoridades fascistas le fuerzan a cambiar su apellido, de Zoller a otro que suene más italiano: Zolli. También entonces fue nombrado director de la Cátedra de Lengua y Literatura Hebrea en la Universidad de Padua. Muchos de sus alumnos eran sacerdotes y clérigos que, fascinados por la espiritualidad del Prof. Zolli, rezaban por él para que se bautizara en la Iglesia católica.
   Las obligaciones familiares y las propias de su servicio absorbían mucho al rabino. En su tiempo libre, se dedicaba con gran pasión a la lectura del Antiguo y del Nuevo Testamento. Cada vez se hacía más evidente para él que todas las profecías y anuncios del Antiguo Testamento se habían cumplido en el Nuevo. Ya por aquel entonces le surgió la idea de recibir el Bautismo en la Iglesia católica.
   A medida que profundizaba en la lectura del Evangelio, más fascinado quedaba el rabí Israel con la persona de Jesucristo. Él recuerda que una vez, mientras escribía un artículo científico, se paró de pronto y empezó a invocar el nombre de Jesús. Al cabo de un rato, vio junto a él Su figura resplandeciente. Así lo cuenta en su autobiografía: «Lo contemplé durante largo rato, sin ninguna sobreexcitación. En perfecta serenidad de espíritu. [...] Téngase en cuenta que no sentí el menor deseo de hablar de esto a nadie, ni se me presentó el problema de una conversión religiosa. Cuanto había ocurrido me concernía a mí, sólo a mí. Ni el amor intenso por Jesús, ni lo vivido debía concernir a los demás ni tener, como consecuencia, un cambio de confesión religiosa. Jesús había entrado en mi vida interior como un dulce huésped, invocado y bien acogido. [...] Yo me sentía hebreo, porque naturuliter hebreo, amaba naturuliter a Jesucristo. En este amor mío por Jesús no debían entrar para nada ni el hebraísmo ni el cristianismo. Yo en la presencia de Jesús y Jesús en mí» (págs. 126-127). Para el rabino Israel Zolli, esto fue una experiencia mística de la presencia real del Señor resucitado, que le influyó durante toda su vida. En aquel momento aún no entendía que aceptar a la persona de Jesús significaba volverse miembro de Su Cuerpo místico, que es la Iglesia católica.
   Ya después de haber recibido el bautismo, Zolli escribió lo siguiente «La conversión es [...] seguir la llamada de Dios. Uno no se convierte ni antes ni después, ni cuando quiere o prefiere, sino sólo cuando llega la llamada. Una vez que llega la llamada, a quien va dirigida sólo le queda un camino, y es obedecer» (pág. 127).
   Durante su labor científica, el rabino Israel Zolli, como destacado conocedor de las lenguas semíticas, realizó un descubrimiento de suma importancia. A saber, afirmó que el texto griego del Evangelio apuntaba a la existencia de unas fuentes hebreas anteriores, de las cuales procedían esos textos griegos. Muchos años después, esto quedaría confirmado por biblistas católicos como Jean Carmignac y Claude Tresmontant. Esto tiene una enorme trascendencia, pues se pone de manifiesto la veracidad de los relatos del Evangelio: que están relatando exactamente lo que pasó, en el contexto de la cultura y las convicciones del Israel de la época.
   En 1938, Zolli publica el libro El Nazareno, donde demuestra de forma inequívoca que Jesús es el Mesías anunciado por Dios. Resulta sorprendente el hecho de que en el ámbito judío no hubiera ninguna reacción a lo que Zolli escribió en su libro sobre Jesús.
Rabino jefe de Roma
   En 1939, Zolli acepta el nombramiento de los sumamente prestigiosos cargos de Rabino Jefe de Roma y Director del Colegio Rabínico. Para la comunidad judía se avecinaba una época de crueles persecuciones. Los judíos de Roma se encontraban en aquel momento muy divididos. La mayoría estaban convencidos de que no debían temer nada por parte de los alemanes, puesto que confiaban en que sus contactos en los círculos de poder constituían una garantía suficiente de seguridad para ellos.
   Durante el dramático período de la guerra, el rabino Israel Zolli desempeñó un papel importantísimo para salvar a la comunidad judía de Roma de ser totalmente aniquilada. Dicha comunidad estaba dividida entre los antifascistas y los que colaboraban con las autoridades. Unas semanas antes de que Roma fuera ocupada por las tropas alemanas, el rabino Zolli recibió informaciones fidedignas de que los alemanes planificaban exterminar completamente a la población judía. Por lo tanto, hizo una petición al presidente de la Unión de la Comunidad Hebrea ltaliana, Almansi, para que ordenara la oportuna evacuación de los judíos residentes en Roma. No obstante, Almansi no le dio importancia a esa advertencia, afirmando que Zolli estaba exagerando, sembrando confusión y alarma. Sin embargo, el Rabino Jefe de Roma no cejó en su empeño de informar sobre la amenaza que se cernía sobre ellos; por eso solicitó que se destruyeran todos los registros de direcciones y apellidos de judíos, que se cerraran la sinagoga y las oficinas de la comunidad; animando al mismo tiempo a buscar refugio en monasterios y casas parroquiales. Pese a todo, sus llamamientos fueron desoídos. El presidente de la comunidad judía de Roma, Ugo Foà, llegó a mofarse de Zolli, aconsejándole que se comprara algún remedio en la farmacia contra su falta de valor.
   Desde el primer día de la ocupación de Roma por las tropas alemanas, es decir, desde el 8 de septiembre de 1943, la comunidad judía se encontró en una situación crítica. El 27 de septiembre, el comandante alemán de las SS, Herbert Kappler, exigió que se le entregaran 50 Kg de oro en un plazo de 24 horas; a la vez, amenazó con que, si no recibía el oro, todos los hombres de origen judío serían deportados. Escasas horas antes de que venciera el ultimátum, sólo se había conseguido reunir 35 Kg de oro. Faltaban, pues, 15 Kg. Ante esta dramática situación, el rabino Zolli pidió ayuda al papa Pío XII. Para llegar hasta el Vaticano tuvo que despistar a la Gestapo alemana, por eso se disfrazó de ingeniero que tenía que supervisar unas obras en construcción. Cuando logró llegar hasta la oficina de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, pidió un préstamo de 15 Kg de oro, argumentando que: «Como ve, el Nuevo Testamento no deja de lado al Antiguo Testamento». El papa Pío XII no vaciló en ordenar que se le entregara al rabino de Roma un paquete que contenía 15 Kg de oro. Zolli se lo pasó sin demora al presidente de la comunidad judía junto con una carta en la cual escribió que, en caso de que los alemanes exigieran rehenes, él mismo debía ser el primero en la lista.
   No era posible fiarse de los ocupantes alemanes. A pesar de habérseles entregado aquellos 50 Kg de oro en la noche del 15 al 16 de octubre de 1943, el comandante Kappler dictó la orden de arrestar a ocho mil judíos. Al saberlo, el papa Pío XII protestó enérgicamente. Ese día, los alemanes sólo consiguieron arrestar alrededor de mil judíos, entre hombres, mujeres y niños, que fueron trasladados a campos de exterminio; el resto huyó y se escondió. Ugo Foà, el presidente de la comunidad judía, sólo entonces se convenció del peligro mortal que se cernía sobre todos los judíos. Tanto se asustó, que ni por asomo se preocupó por la suerte de los arrestados, sino que al instante se fugó a Livorno junto con sus hijos. En aquellos dramáticos momentos, el rabino Zolli rezaba esto: «Señor, permíteme morir junto a los demás, cuando y como Tú lo quieras, y no como lo quieran los alemanes. Ten misericordia de todos los hombres».
   Por temor a ser arrestado, Zolli junto con su esposa y su hija tuvieron que esconderse en Roma, a veces en condiciones muy difíciles. Se vieron obligados a cambiar de escondite muchas veces. Zolli pudo ver entonces con sus propios ojos con cuánto heroísmo, arriesgando sus propias vidas, sacerdotes, monjes, religiosas y católicos laicos ocultaban a los judíos en monasterios, seminarios o casas parroquiales y domicilios particulares. El principal iniciador de esta operación de rescate de judíos fue el papa Pío XII, que había emitido un documento especial con un llamamiento para que se les prestara ayuda a los judíos en todos los sentidos. Zolli dejó escrito en su biografía: «No queda casi ningún lugar de dolor al que no haya llegado el espíritu de amor del Papa. Podrían escribirse volúmenes enteros sobre la múltiple ayuda prestada por Pío XII». El rabino presentía, sin embargo, que en el futuro aparecerían personas que acusarían al Papa sin fundamento y con mala fe. Así le escribía en una carta de 1945 a su mujer: «Ya verás cómo un día culparán al papa Pío XII del silencio del mundo ante los crímenes de los nazis».
   Tras la liberación de Roma por las tropas aliadas, Zolli retomó sus obligaciones de Rabino Jefe. En julio de 1944, celebró unas plegarias solemnes en la sinagoga de Roma que fueron transmitidas por la radio; aprovechó la ocasión para expresar públicamente su gratitud al Papa Pío XII y al Presidente de Estados Unidos por la ayuda que habían prestado a los judíos de Roma durante las persecuciones fascistas.
   El 25 de julio de 1944, Zolli acudió a una audiencia privada con el papa Pío XII, para agradecerle su sacrificado compromiso en la tarea de ayudar a los judíos; asimismo, para dar las gracias, en manos del Papa, a los católicos laicos y religiosos de Roma, los cuales, poniendo en riesgo su vida y con enormes sacrificios, habían escondido a miles de judíos, prestándoles todo tipo de ayuda.
   Zolli sufrió mucho debido a la pérfida actitud de Ugo Foà, presidente de la comunidad judía de la capital, quien negó haber recibido del Papa los 15 Kg de oro a través del Gran Rabino de Roma. Foà afirmaba falsamente que Zolli nunca había avisado a la comunidad judía de la amenaza de exterminio por parte de los alemanes. Este hombre llegó incluso más lejos: acusó a Zolli de que, durante la ocupación alemana, había desatendido sus obligaciones de rabino y no se había preocupado por la comunidad judía que le había sido confiada. Poco después de la liberación, en julio de l944, Ugo Foà se atrevió a destituir a Zolli del cargo de Gran Rabino. No obstante, el comisario norteamericano de Roma, Charles Poletti, anuló inmediatamente esta decisión y destituyó a Ugo Foà, disolviendo el Consejo de la Comunidad Judía de Roma, que había sido establecido por las autoridades fascistas. Zolli volvió, pues, al cargo de Gran Rabino.
Bautismo
   El Señor Jesús le estaba dando a entender de una manera elocuente a Zolli que el tiempo de su servicio en la Sinagoga estaba tocando a su fin. En septiembre de 1944, en Yom Kipur, la fiesta del Día de la Expiación, el rabino estaba presidiendo las plegarias solemnes en la sinagoga. Durante su transcurso, en un momento dado, Zolli vio la figura reluciente de Cristo, revestido con una túnica blanca. Entonces escuchó en su corazón una voz que le dijo: «Estás aquí por última vez. Desde ahora me seguirás». Por la noche, en casa, su esposa le comentó: «Hoy, cuando estabas delante del Arca de la Tora, me ha parecido ver la figura blanca de Jesús, que te ponía las manos sobre la cabeza, como si te estuviera bendiciendo». Zolli recuerda: «Yo estaba asombrado, pero seguía muy tranquilo. Hice como que no entendía de qué me estaba hablando. De manera que me repitió su historia de nuevo, palabra por palabra. Entonces escuchamos la voz de nuestra hija Miriam, que estaba llamando desde lejos: "¡Papaaá!". Me acerqué hasta su habitación y le pregunté qué pasa. "Estáis hablando de Jesucristo" —respondió—. "Sabes, papá, esta noche estaba soñado con un Jesús muy alto y blanco, pero no recuerdo qué es lo que pasaba después". [...] Fue algunos días después cuando renuncié a mi encargo en el seno de la comunidad hebrea» (pág. 314).
   Para el Gran Rabino de Roma había sido una señal clara de que Cristo le estaba pidiendo que no se demorara más y tomara la decisión definitiva de bautizarse en la Iglesia católica. Pocos días después, Zolli presentaba su dimisión del cargo que desempeñaba como Rabino Jefe de Roma. A continuación, acudió al jesuita Paolo Dezza, Profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana, para pedirle que le preparara para recibir el Bautismo, pero de manera muy discreta y sin divulgarlo nada.
   La dimisión de Zolli constituyó una enorme sorpresa para todos. El presidente de la comunidad judía la aceptó con gran disgusto y le propuso que asumiera el cargo de Director del Colegio Rabínico. Sin embargo, Zolli lo rechazó sin dudarlo. El presidente le expresó su asombro y su gran pena, provocados por su rechazo a este nombramiento, ya que el profesor Zolli era la persona mejor preparada para desempeñar esa función. Para no provocar reacciones peligrosas, Zolli no aclaró la causa principal de su negativa. Librándose de dicha forma de todas sus obligaciones exteriores, se dispuso a recibir el Bautismo junto con su esposa Emma y su hija Miriam.
   Después de prepararse durante algunas semanas, el 13 de febrero de 1945, el Gran Rabino de Roma y su esposa se bautizaron en la iglesia de Santa María de los Ángeles. Para evitar el jaleo provocado por la presencia de periodistas, el bautizo tuvo lugar en una capilla privada junto a la sacristía de dicha iglesia. Tan sólo quince personas, las de más confianza, asistieron al bautizo. Israel Zolli adoptó el nombre de Eugenio y su esposa, el de María. Su hija Miriam hizo lo mismo unos meses más tarde.
   Después de bautizarse, Zolli decía que no se considera un judío converso sino cumplido, porque la Iglesia católica es el cumplimiento de esa promesa que es el judaísmo. Explicaba que el Antiguo Testamento era un telegrama cifrado que Dios había transmitido a los hombres, y que el único código y la cifra para una lectura completa de su contenido era Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
   Habiendo sido testigo ocular del Holocausto, recalcaba que había surgido debido al rechazo del cristianismo por parte de la ideología nazi. Tras terminar la guerra, Zolli escribía: «Estoy convencido de que, después de esta guerra, la única forma de resistirse a las fuerzas de destrucción y de emprender la reconstrucción de Europa será aceptar el catolicismo, es decir, la idea de Dios y de hermandad entre los hombres en Cristo, pero no una hermandad basada en la raza y en los superhombres; "por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús" (Gal 3, 28)».
   La primera noche después de su bautizo, el corresponsal de una agencia de noticias de Estados Unidos llamó por teléfono a Eugenio Zolli, para preguntarle si efectivamente se había bautizado en la lglesia católica. Zolli se lo confirmó. Al día siguiente, todos los principales diarios de Estados Unidos y de Europa publicaban la noticia de que el Gran Rabino de Roma se había bautizado en la Iglesia católica.
   Cuando la noticia de su paso al catolicismo se hubo extendido, Zolli empezó a recibir llamadas telefónicas llenas de amenazas e insultos. Una revista mensual hebrea salió publicada con un diseño gráfico en señal de duelo; en la sinagoga de Roma se decretó una jomada de luto y varios días de ayuno, como es costumbre hacer cuando fallece un rabino. El apellido Zolli fue eliminado de la lista de Grandes Rabinos de la ciudad, como si no hubiera existido nunca. En la prensa judía se publicaron artículos que presentaban al rabino converso como una persona irresponsable y un traidor del pueblo judío. Eugenio Zolli les respondía que no había abandonado el judaísmo, puesto que la Iglesia católica es la culminación de la Sinagoga y que todo el Antiguo Testamento se ha cumplido en la persona del Mesías: en Cristo resucitado. Zolli perdonó de corazón a todos los que le acusaban, justificándolos porque no estaban actuando de mala fe, sino debido a su falta de conocimiento y a la debilidad humana. La situación era tan tensa que Eugenio tuvo que abandonar lo antes posible su casa, próxima a la sinagoga. Su esposa y su hija hallaron refugio en uno de los monasterios, y él mismo se instaló un tiempo en la Universidad Gregoriana.
   En esa época, el papa Pío XII los recibió en audiencia privada. Removidos y muy alegres le dieron las gracias al Santo Padre, y aprovecharon la ocasión para expresar su amor hacia todos los judíos y tener palabras de perdón hacia sus adversarios. «Desde mi bautizo -decía Emma- soy incapaz de odiar a nadie; amo a todos».
   Mientras el Profesor Eugenio Zolli residía temporalmente en la Universidad Gregoriana, lo visitaron tanto amigos como enemigos. Acudieron a él unos influyentes judíos norteamericanos, quienes intentaron convencerlo para que volviera al judaísmo; a cambio de eso, le ofrecían la cantidad de dinero que él quisiera. No obstante, Zolli, con gran tranquilidad pero firmemente, rechazó la propuesta. También acudieron a él unos prominentes protestantes, para que demostrara, como científico biblista que era, que el dogma de la primacía del Papa no tenía fundamento en la Sagrada Escritura. Zolli les contestó escribiendo su libro Petrus, en el cual expuso las bases bíblicas sobre la verdad de la primacía de San Pedro y de cualquier Papa. Zolli escribió sobre el protestantismo: Dado que la protesta no es testimonio, no tengo la intención de inquietar a nadie con la pregunta: "¿Por qué esperar 1500 años para protestar?". Durante quince siglos, la Iglesia católica fue considerada por todo el mundo cristiano como la verdadera Iglesia de Dios. Nadie puede borrar aquellos 1500 años sin verse en un aprieto, ni decir que la Iglesia católica no es la Iglesia de Cristo. Solamente puedo aceptar esa Iglesia, predicada a todas las criaturas por mis antepasados, los doce apóstoles, que, al igual que yo, salieron de la Sinagoga».
Antes del alba
   A la conversión del Gran Rabino de Roma contribuyó, en gran medida, su profunda y constante oración, unida a la meditación de los textos de la Sagrada Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento. Durante una oración como esa se produjo su encuentro personal con la Persona Divina de Cristo crucificado y resucitado.
   Así lo contaba Zolli en su autobiografía: «Solo sé que cada noche elegía, abriendo al azar la Biblia, un texto antiguo o neotestamentario como tema de meditación. El que cayera. Y así es como la figura de Jesús y sus enseñanzas se hicieron cada vez más queridas para mí sin darme cuenta del gusto por el fruto prohibido» (pág. 124).
  El estudio de los textos sagrados del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como distintas experiencias vitales, llevaron a Zolli a descubrir que las profecías del Siervo Sufriente de Yahvé, de los cuatro cantos del profeta Isaias (42, l-7; 49, 1-51; 50 ,4-9; 52, 13-15 y 53, 1-12), se habían cumplido en Jesucristo.
  Zolli había llegado a esta convicción a través de años de oración y estudio. En la exégesis de los textos del Antiguo y el Nuevo Testamento le ayudó su perfecto dominio del idioma hebreo y del griego bíblico. El culmen de dichos estudios fue la convicción de Zolli de que el Siervo de Yahvé descrito en el Libro de Isaías no podía ser otro que Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación. «De esta manera yo —escribió— tras largos estudios, reflexiones y vida en el judaísmo del Antiguo Testamento, en un momento dado me encontré en el cristianismo del Nuevo Testamento. Tenía que reconocer honestamente que me había vuelto cristiano y por eso comencé a buscar consecuentemente recibir el bautismo».
   El paso de Zolli a la Iglesia católica no fue una ruptura con el pasado, sino una continuación del camino de la salvación. Cuando empezaron a acusarlo de haber traicionado el judaísmo, contestaba entristecido: «Tengo la conciencia tranquila no he renegado de nada. ¿Acaso el Dios de San Pablo no es igualmente el Dios de Abraham, Isaac y Jacob? San Pablo se convirtió. ¿Acaso por ello abandonó al Dios de Israel y dejó de amarlo? Sería absurdo responder afirmativamente».
   Desde el instante de su bautizo, el Prof. Zolli asistía con gran piedad a la Eucaristía diaria y se pasaba mucho tiempo rezando ante el Santísimo Sacramento, tanto en la iglesia de su parroquia como en la capilla universitaria de la Gregoriana. Encima de su escritorio siempre había un crucifijo y, como expresión de su devoción mariana, tenía un icono de la Virgen delante del cual siempre ardía una velita. Eugenio Zolli ingresó en la Orden Franciscana Seglar y a menudo manifestaba su enorme alegría por ser católico. Decía: «Vosotros que habéis nacido en la religión católica, no os dais cuenta del inmenso tesoro que es la fe y la gracia de Cristo, que poseéis ya desde la infancia. Alguien que, como yo, ha llegado hasta la gracia de la fe tras un largo período de búsqueda, valora la grandeza de este don y experimenta una enorme alegría por ser cristiano».
   Al cabo de varios meses después de haber recibido el bautizo, Zolli encontró un piso en uno de los barrios alejados de Roma, de modo que pudo volver a vivir con su esposa y su hija. Por iniciativa del papa Pío XII, fue nombrado Profesor en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y empezó a impartir cursos de Lengua y Literatura Hebrea. En numerosas ocasiones fue invitado a dar conferencias en universidades europeas y estadounidenses. Su celo apostólico se dirigía de forma natural hacia sus antiguos correligionarios, ya que deseaba acercarles a la verdad de la resurrección de Jesucristo. Cuidaba especialmente de los judíos recién convertidos, ayudándoles espiritual y materialmente.
   Como científico que era, desplegó su apostolado publicando numerosos artículos y libros en Italia y en el extranjero. Su última conferencia, sobre la justicia y la misericordia de Dios en la Sagrada Escritura, la pronunció en Vallicelli, en enero de 1956. Enfermó del corazón. Unas semanas antes de morir, predijo que Jesús iba a llevárselo de este mundo el próximo primer viernes del mes siguiente. Esta profecía se cumplió: Eugenio Zolli falleció en el hospital el primer viernes del mes, el 2 de marzo de 1956, a las tres de la tarde, la hora de la muerte de Jesús. Al recibir la Sagrada Comunión en su lecho de muerte, dijo: «Con confianza, me entrego totalmente a la Misericordia del Señor».
   Al final de su autobiografía, Zolli escribió: «En el fondo del alma de cada uno de nosotros vive Cristo, Cristo que es el Camino a Dios [...] Vive en nosotros y nosotros le negamos» (pág. 301); y «El hombre no vive una vida buena cuando no vive plenamente en Cristo».
   Eugenio Zolli había encontrado el tesoro más grande: a Jesucristo resucitado, que en la Iglesia católica enseña, sana, perdona todos los pecados y nos da la vida eterna. El hombre nunca encontrará la felicidad si no entrega toda su vida a Jesús, si no emprende el esfuerzo de caminar con Él por la vida, tomando la senda de los mandamientos y del Evangelio. Cada católico debería agradecer todos los días este increíble don que es la gracia de la fe, y pedir que se multiplique.
   Nuestra guía más segura por los caminos de la fe es María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Encomendémonos a Ella cada día, para que nos conduzca hasta Jesús. Quien reza a diario, recibe el amor de Dios, que es todo lo que se necesita para ser feliz. Quien deja de rezar, lo pierde todo: la fe y, por consiguiente, la vida eterna. De modo que tenemos que imponernos una disciplina, para llegar a tener en nosotros mismos la costumbre de hacer oración todos los días, a hora fija; de rezar el rosario y la Coronilla de la Divina Misericordia; también de tener un momento reservado para la lectura de la Sagrada Escritura; y, si es posible, participar a diario en la Santa Misa y en la adoración al Santísimo Sacramento.
   La mayor tragedia de la vida es permanecer en pecado mortal; por eso hay que levantarse inmediatamente de cualquier pecado grave mediante el Sacramento de la Divina Misericordia, para estar siempre en estado de gracia santificante. El testimonio de la vida de Eugenio Zolli nos muestra la increíble actualidad de las palabras de la Sagrada Escritura: «Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación» (Rom 10, 9-10); «El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios» (Jn 3, 18).
Padre Mieczyslaw Piotrowski, S. Chr.J
Bibliografía: E. Zolli: Antes del alba.
Palabra (2006)
 
 

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