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Cuando el cisma se disfraza de unidad. San Ireneo de Lyon

El disfraz, la apariencia, el cambio del significado de las palabras, son algunos de los síntomas de la postmodernidad. Vivimos un tiempo en que la diversidad se entiende como una virtud y no como una realidad que necesita ser iluminada por el Espíritu Santo. Un tiempo en que se reclama tolerancia como la llave que nos llevaría a una nueva iglesia. Pero la Iglesia es mucho más que apariencia y simulacro. 

La Iglesia, pues, diseminada por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos. 

Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los Iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad. (San Ireneo de Lyon, Tratado contra los herejes, 1, 10, 1-3) 

Hay personas que entienden la Iglesia Católica debería aceptar todo tipo de cristianismos en su interior. Para ellos la unidad de los cristianos siempre ha existido, pero no nos hemos dado cuenta hasta ahora. Hablan de la unidad en lo esencia, pero ¿Qué es lo esencial? Hablan de que no cambien los dogmas, pero que sean de libre interpretación. Esto de la libre interpretación y la creatividad seguro que les suena a los cristianos separados de la Iglesia. 

Se propone entender la Iglesia como una confederación de grupos, comunidades, que tiene en común una esencialidad no definida, pero que deja libertad total a particularizaciones de la fe. Particularizaciones que buscan adaptar la fe a los carismas homogéneos que encontramos dentro de cada grupo. San Ireneo nos indica que la universalidad de la Iglesia procede de su presencia en todo el mundo, no de la independencia interna de cada una de sus sensibilidades y tendencias. 

Para terminar de desorientar, se toman frases o conceptos utilizados por el Papa Francisco y se reinterpretan de forma totalmente libre. El Papa no ha hablado de “verdad poliédrica” aunque haya hablado de que el ser humano tenga diversos aspectos poliédricos desde el punto de vista social. Habría que preguntar si la presunta “verdad poliédrica” se ajusta a un sólido amorfo o a un sólido platónico. Fray Luca Pacioli, en su obra sobre la Divina Proporción, nos mostró el maravilloso simbolismo que poseían estos sólidos platónicos. Si hablamos de un Poliedro Platónico acepto la propuesta, ya que estos sólidos tienen características simbólicas que refuerzan el concepto de Verdad única y trascendente. Pero me temo que a lo que se refieren con “verdad poliédrica” es más bien a un sólido amorfo, es decir, sin forma. Algo sin forma conlleva aceptar que la verdad es adaptable, líquida, adaptable al ser humano. 

Sin duda, el estilo pastoral del Papa Francisco atrae a muchas personas y eso es una bendición para todos, pero también atrae a muchos “liantes” que disfrutan llevando a su terreno todo lo que les parece utilizable para sus fines. Toman lo que es fácilmente manipulable, pero olvidan las frases donde deja las cosas claras. 

Para estas personas, la ortodoxia se presenta como un problema que debemos resolver. La postmodernidad nunca se siente cómoda cuando disponemos de bases de discernimiento que no pueden ser manipuladas. La Luz de Dios no puede nunca ser parcial o relativa, ya que implicaría que Dios nos comunica su Voluntad de forma parcial o sesgada. 

Por otra parte, la obra y enseñanzas de Benedicto XVI son reclazadas porque no son manipulables con facilidad. La herméutica de la continuidad nos ha permitido comprender el camino que debe andar la Iglesia. Esta hermenéutica resulta indigesta para quienes buscan crear cismas internos. Cismas que les permitan libertad suficiente para crear una fe a su medida. Cismas que se definen a sí mismos como unidad, siguiendo la estrategia de cambiar la semántica para que no nos demos cuenta de lo que realmente son. 

Si Iglesia caminara hacia la diversidad tolerante y desafectada, viviríamos en un simulacro de unidad que no va más allá de apariencia y semántica. Ya vivimos en una sociedad plagada de simulacros, por lo que no es extraño que se apunten a que la Iglesia les compre la idea mediante una buena campaña de marketing. 

No creo que haya que ser tolerantes con estas ideas, ya que la tolerancia es indiferencia y tibieza, disfrazada de cordialidad. Es necesario ser respetuoso y caritativo sin que la firmeza de las argumentaciones se vea comprometida. La diversidad de dones y carismas que nos regala el Espíritu no buscan que creen grupitos semi-independientes integrados por personas de la misma sensibilidad. Construcciones humanas que pretenden llegar a Dios adaptandolo a nosotros.

Cuando queremos llegar a Dios mediante construcciones humanas, terminamos siempre creando Torres de Babel. Hay que orar por la Iglesia y por el Papa. Lo necesitamos de verdad.

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