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La Ascensión: Aquí vino y ¿se fue?

 
"Y subió al cielo"

Solemnidad de la Ascensión del Señor. Los discípulos ven partir al Maestro. Tras haberlo visto Resucitado, tras haber podido comer y beber de nuevo con Él, tras haber tocado sus llagas gloriosas, los apóstoles tienen que aceptar que les sea arrebatado de nuevo. También María, su Madre.
 


Pero, ¿no ha cambiado algo? ¿Será esta nueva separación similar a la que experimentaron con su muerte? Desde luego que no, aunque no hemos de quitar nada al sentimiento de separación, tan humano y comprensible, que todos hemos experimentado –aun salvando las distancias con la Ascensión del Señor– al tener que "dejar marchar" a seres queridos que sabemos vivos en Dios aunque el mundo los llame "difuntos".

 

En su célebre Oda XVIII "En la Ascensión" Fray Luis de León se dirige con estas conmovedoras palabras finales a la nube que arrebata a Cristo de la vista de los discípulos: "¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!". Recordemos la oda completa:


Fray Luis de León y su oda a la Ascensión

A LA ASCENSIÓN

¿Y dejas, Pastor santo,

tu grey en este valle hondo, escuro,

con soledad y llanto;

y tú, rompiendo el puro

aire, ¿te vas al inmortal seguro?

 

Los antes bienhadados,

y los agora tristes y afligidos,

a tus pechos criados,

de ti desposeídos,

¿a dó convertirán ya sus sentidos?

 

¿Qué mirarán los ojos

que vieron de tu rostro la hermosura,

que no les sea enojos?

Quien oyó tu dulzura,

¿qué no tendrá por sordo y desventura?

 

Aqueste mar turbado,

¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto

al viento fiero, airado?

Estando tú encubierto,

¿qué norte guiará la nave al puerto?

 

¡Ay!, nube, envidiosa

aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?

¿Dó vuelas presurosa?

¡Cuán rica tú te alejas!

¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

 


Pero, ¿hemos de estar realmente "tristes y afligidos", quedamos "pobres y ciegos" tras la Ascensión del Señor?

 

Hay otro poema, más terrible que el de Fray Luis, de otro León –León Felipe– que transcribo a continuación:


Un poema de León Felipe

LA ASCENSIÓN

 

Aquí vino
y se fue.
Vino ..., nos marcó nuestra tarea
y se fue.
Tal vez detrás de aquella nube
hay alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,
y tal vez las estrellas
no son más que ventanas encendidas
de una fábrica
donde Dios tiene que repartir
una labor también.

Aquí vino
y se fue.
Vino ..., llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas ...
y se fue.

El, que lo sabe todo,
sabe que estando solos,
sin dioses que nos miren,
trabajamos mejor.

Detrás de ti no hay nadie. Nadie.
Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.
Pero tuyo es el tiempo.
El tiempo y esa gubia
con que Dios comenzó la creación.


"Vino y se fue". "Vino aquí", donde estamos y vivimos nosotros los hombres. "Se fue"... ¿a dónde?, al cielo, concebido como algo lejano y distante, "detrás de aquellas nubes", en "las estrellas".

Lo peor es que tampoco hay seguridad absoluta: "tal vez, "tal vez"... Lo que queda claro es que se fue. Y ahora nos toca a nosotros. "Nos marcó nuestra tarea", "llenó nuestra caja de caudales", "nos dejó unas herramientas"... y se fue, se marchó. 

Estamos solos –dice León Felipe– y es mejor así, porque "Él, que lo sabe todo, sabe que estando solos, sin dioses que nos miren, trabajamos mejor". Amigo poeta, no pluralices, no pontifiques, yo trabajo mejor con Él, en su compañía. Es más, creo sinceramente en lo de que "sin Mí no podéis hacer nada".

No creo que Cristo viniera para darnos unas instrucciones que luego nosotros tuviéramos que poner en práctica solos. No creo que viniera a traernos una hermosa caja de caudales o de herramientas que luego nosotros hubiéramos de gastar o usar sin Él. Es cierto que Jesús predicó la parábola de los talentos, es cierto que somos protagonistas libres de nuestra vida y de nuestras acciones –e incluso de nuestra salvación eterna–, pero sólo porque Cristo nos precede, nos sostiene y nos lleva a plenitud.

"Detrás de ti no hay nadie", dice León Felipe. Detrás de mí, digo yo, siempre hay alguien... alguien que me ha dado la vida, mis padres, mis amigos, quienes rezan por mí, la Iglesia, muchos maestros, los santos, la Virgen María, Dios en su infinita misericordia.

"Tuyo es el tiempo", cierto, "todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios".

No, no comparto la interpretación de León Felipe. Cristo no vino y se fue. Cristo no vino a darnos ejemplo y luego se marchó. Cristo vino y se quedó: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Es cierto que los apóstoles tuvieron que aprender a reconocerle tras la Resurrección, y que por el don del Espíritu Santo que Él envió tras marchar al Padre –"os conviene que yo me vaya"– comenzaron a experimentar su Presencia ya no fuera de ellos, sino en ellos mismos. Así lo formuló San Pablo: "Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí".

No su ejemplo, sino el don de su Persona

San Agustín, en combate con los pelagianos, llegó a decir: "Este es el horrendo y oculto veneno de vuestro error: que pretendéis hacer que la gracia de Cristo consista en su ejemplo y no en el don de su Persona". Es verdad, los pelagianos de todos los tiempos creen bastarse a sí mismos. En el fondo quieren ser ellos los que actúan y no la gracia de Cristo en ellos.

La verdadera interpretación del Misterio de la Ascensión de Cristo nos la da la liturgia. El Prefacio I de esta solemnidad nos recuerda que Cristo no se ha desentendido de nuestro mundo. Más bien nos precede, arrastrando consigo la humanidad hacia el Padre. ¿Querremos seguirle? ¿Nos dejaremos atraer por Él?

Prefacio I de la Ascensión del Señor
 

Porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria,

vencedor del pecado y de la muerte,

ha ascendido hoy ante el asombro de los ángeles

a lo más alto del cielo,

como mediador entre Dios y los hombres,

como juez de vivos y muertos.

No se ha ido para desentenderse de este mundo,

sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra

para que nosotros, miembros de su Cuerpo,

vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino.


La Virgen lo siguió, en el Misterio de su Asunción. Nosotros lo seguiremos. En realidad ya participamos de su mismo movimiento ascendente. Y vivimos "con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino". Donde ya está nuestra Cabeza, allí estará también un día su Cuerpo, formándose así el Cristo total.

Juan Miguel Prim Goicoechea
elrostrodelresucitado@gmail.com
 

 

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