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Política, Verdad y ser humano. Benedicto XVI

La sociedad es como un jarrón al que una pelota de golf hizo estallar en pedazos (trozos, partidos). Cada trozo lucha por ser el que mande y reconstituya la sociedad a su imagen. Sin gana el trozo del cuello del jarrón, nos quedamos sin fondo. Si gana un asa, todo lo demás parece sobrar. Lo cierto es que el jarrón sólo es útil cuando está completo y no se excluye ninguna parte. La naturaleza herida por el pecado (la pelota) del ser humano sólo puede ser restaurada por la Gracia de Dios. 


Nuestro mundo tiene gran necesidad de justicia (unidad, coherencia, sentido), las ideologías ofrecen reducir o hacer desaparecer, el sufrimiento obligando a que la sociedad se ajuste a sus ideales y al ser humano, a que se ajuste al modelo que propugnan. Pero la necesidad de justicia nunca se llega a abordar de verdad. En los países con mayor riqueza no hay problemas de alimentación, pero la depresión, la violencia y el desprecio a los semejantes, evidencian que el ser humano no encuentra la felicidad desde la riqueza. Cuanto más avanzada y rica es una sociedad, las familias son menos estables y las personas padecen más la soledad. Dejamos de necesitarnos unos a otros y eso nos hace ser menos humanos. Donde hay riqueza, el amor, la caridad, se sustituye por servicios sociales, derechos vacíos y capacidad de compra. No hay amor sin verdad.

La caridad en la Verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone ante todo, la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres». Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social. Además, la exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a «injerencias» de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva. Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían. Como he afirmado en la Encíclica Spe salvi, se elimina así de la historia la esperanza cristiana, que no obstante es un poderoso recurso social al servicio del desarrollo humano integral, en la libertad y en la justicia. La esperanza sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad. (Benedicto XVI, Caritas en Veritate, Introducción, 34) 

La esperanza se ha convertido en un producto que se vende a cambio del poder. La esperanza cristiana tiene un objetivo muy diferente que el poder: la salvación que Cristo nos ha prometido. Hoy en día el poder de Dios es sustituido por el poder político, Cristo salvador se sustituye por el líder ideológico de turno, la salvación se sustituye por “el bienestar”, la santidad por la transformación social, el respeto se sustituye por la calculada tolerancia, la caridad por la solidaridad y la esperanza en la Gracia de Dios por la esperanza en que un partido u otro, machaque al contrario. Sólo hay que oír los discursos de los líderes para encontrar siempre las referencias a echar a los que no piensan como ellos. Los partidos, literalmente “parten”, separan, rompen la sociedad. ¿Hay algún partido que integre, reuna, dé sentido, a toda la sociedad? Es imposible, porque en ese momento no sería un partido, sino una comunidad. 

El ser humano es ahora una herramienta que se utiliza por unos u otros, para conservar o ganar poder. La escuela es lugar de ideologización que permite que los futuros adultos miren la realidad de forma sesgada y adecuada a cada ideología. Los impuestos se gastan en generar esperanzas de conseguir derechos o prebendas diversas. En este contexto, la religión sobra y para muchos debe ser abolida, como la Sra. Hillary Clinton indicó hace pocas fechas. 

Cuando alguna persona señala la Verdad que es Cristo, el político emula a Pilatos preguntándose ¿Qué es la Verdad? a lo que añade ¿No es mejor la realidad que te prometo a una Verdad inalcanzable? Vota por mí, que te prometo la realidad que tanto te gusta. Las tentaciones de Cristo se repiten continuamente. 

Nuestra sociedad, es actualmente un simulacro, una película, una realidad alternativa que “compramos a los medios” para no enterarnos que la Verdad, que nos está esperando con los brazos abiertos detrás de las pantallas mediáticas, los hashtags y los flashmov. Cuando un anuncio nos dice que comprar un perfume nos hará tener más éxito, todos sabemos que es mentira, pero nos dejamos engañar a conciencia. Según aprendemos a disimular, vamos aceptando que el inmenso simulacro social funciona e incluso nos llegamos a creer que es verdad. 

Habría que aprender de nuevo a mirar el mundo como un niño, es decir, sin ideologías ni proyecciones que generen esperanzas vacías. Habría que imitar a los pastores de Belén y a los Magos de Oriente. Ellos se arrodillaron ante la Verdad y la disfrutaron en ese verdadero y maravilloso momento.

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