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Carta de un padre a una hija

Querida hija mía:

Hay palabras que un padre siempre tiene en el corazón para una hija, albergando el pensamiento de que hay una vida por delante para compartirlas. Pero lo cierto, hija mía, es que cada nuevo día en que despertamos es un regalo de Dios, y nadie sabe cuantos despertares tiene por delante. Ya sea por ello, o por el temor a que el paso del tiempo me endurezca el corazón, cambiándome el criterio de lo que a día de hoy tengo claro, quisiera hoy compartirte estas palabras que para ti guardo. 

Querida hija, tú eres preciosa. Llegará un tiempo en que puedas poner en duda aspectos de tu físico, de tu personalidad… si de ti dependiera, es posible que quisieras cambiarte muchas cosas. Es probable que te compares con otros, y te gusten cualidades que pienses que a ti te faltan. Y tendrás una enorme necesidad de sentirte apreciada y valorada por los demás. Pero te repito, eres preciosa. Eres fruto del profundo amor de tus padres, y del perfecto plan de Dios, que te pensó tal y como eres. Hasta con todo aquello que a ti no te gusta. No tengas la tentación de querer cambiarte, o de ser lo que otros quieran de ti: sé tú misma, sé auténtica. Deslumbrarás al mundo.

Busca con calma tu vocación. Tómate tu tiempo. Escucha al Señor, no dejes de preguntarle. Esto es vital para tu vida: sólo serás plenamente feliz cumpliendo el plan que Dios te proponga. Sobrepasará el mayor de tus sueños. Sí, tendrás dudas, sufrimientos… pero será increíble. Yo sólo podré acompañarte; esta es una decisión que te corresponde única y exclusivamente a ti. Pero ya sea consagrando a Dios tu virginidad, o escogiendo el matrimonio… me tendrás siempre a tu lado. En cualquiera de estos caminos, querida hija, tendrás la más hermosa de las metas: la santidad.

Si tomas el camino del matrimonio, ten presente ante todo esta máxima en tu relación con los hombres: quien te ama en verdad, te respetará. En tus valores, en tus creencias, en tu fe. Conservar tu virginidad hasta el matrimonio parece ya hoy una quimera, una utopía. Imagino que, cuando tú crezcas, lo será aún más. Como cristiano, está claro que quisiera para ti un hombre de fe; esto lo hace todo mucho más fácil. Pero también creo en la posibilidad de que, quien esté a tu lado, se enamore no sólo de ti, sino de Aquel que te llena de vida. Si es un hombre de verdad, se sentirá inexorablemente atraído por esa luz que te hace diferente, por esa fuerza que establece certezas donde reina el relativismo. Será difícil que un hombre te conozca, si no conoce y se asombra de tu relación con Dios. Querida hija, no imaginas cuánto puede fascinar a un hombre, cuánto puede transformar su vida, una mujer inamovible en su fe. Una mujer de fe puede educar a una generación entera. De cualquier modo, con fe o sin ella, si no es capaz de respetar tu virginidad hasta llegar al matrimonio, no será un auténtico hombre, ni será auténtico su amor. Por más que te duela, ¡no tengas miedo de perderlo! Pues si no respeta esto en ti, ¿cómo podrías esperar que sea el fuerte bastón que sostenga a su familia cuando todo zozobre a vuestro alrededor? ¿Cómo esperar que, llegado el momento, esté dispuesto a sacrificar todo y recibir cuantos golpes sean necesarios para protegerla?

Hija mía, vive también con pasión. Ten sueños, y lucha por ellos, denodadamente. No temas desgastarte. No seas timorata a la hora de entregar tus fuerzas. A la gente se le pasa la vida esperando a que llegue un mañana mejor; el día en que se gradúen, en que consigan trabajo, en que se independicen, en que encuentren “pareja” (no hables tú así, por favor, no tengas miedo en hablar de novio y de esposo), en que se casen, en que tengan hijos, en que cobren más, en que paguen la hipoteca, en que se jubilen, en que los hijos se independicen… y nunca llega el día de sentirse plenos y felices. Cada día de tu vida es un regalo de Dios, y cada día es perfecto. Por eso te lo repito: ¡vive con pasión! Dios no te ha pensado para tener una vida mediocre. Y si, como te decía anteriormente, te llama al matrimonio, no eternices tu noviazgo con aquel que Dios haya pensado para ti. Si quieres tener un noviazgo santo, no esperes a tener un empleo fijo, ni una casa bien amueblada. Aunque a mí me parezca mal. Y si llegas al matrimonio, recuerda que es un lugar sagrado en el que nadie, absolutamente nadie, puede interferir. Sólo Dios y vosotros dos. En todo cuanto hagáis, en los hijos que tengáis… Dios y vosotros.

Finalmente, recuerda hija que en todo, absolutamente en todo, lo primero es Dios. De Él venimos, y a Él volveremos un día. No hay nada más importante que cumplir su voluntad para tu vida, y vuelvo a decirte, no serás realmente feliz de otra forma. Yo me ofuscaré con tu estudios, con tus relaciones, con tu trabajo o con la falta de él… pero he de confesarte que no habrá nada que me quite el sueño como tu relación de Dios. Hija, háblale cada día; aún cuando sea para decirle que no te apetece hablarle. La mejor herencia que puedo dejarte es mi fe; pero si bien darás tus primeros pasos con la mía, pronto habrás de tener la tuya propia. Ánimo hija; por más que el mundo dude o lo ignore, Dios es real, y te propone una relación real. Y te amará siempre, incondicionalmente, pase lo que pase, hagas lo que hagas. Por ello, cuando yo ya no esté para abrazarte, para darte mi amor de padre, o cuando mis limitaciones hagan que no puedas sentirlo, tendrás siempre el amor de tu Padre del Cielo, del que te amó antes que yo y lo hará por siempre.

Querida hija, eres bella, eres especial. No porque seas mi hija, sino porque estás revestida de la dignidad de los hijos de Dios. Perteneces a un pueblo de profetas, sacerdotes y reyes. No hay más alto linaje, ni más esperanzadora y cierta promesa que la de la vida eterna a la que estás llamada. 

Te quiere,

tu padre.

 

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