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Sin fe se pierde el uso de la razón

 José María Uraburu se lanza con valentía a la defensa de la fidelidad a la fe y su contenido. Las aguas bajan con cierta turbulencia por los cauces de la teología, el derecho y la pastoral en la Iglesia. Parece que queremos solucionar la infidelidad levantando barreras y bendiciendo cualquier aberración. La Iglesia es madre y maestra, estamos en sus manos, pero no podemos perder la racionalidad, y esta se pierde cuando falta la fe. Así se expresa el P. Uraburu:

La apostasía, al perder la fe, hace perder el uso de la razón, al menos en determinadas cuestiones. Esto podemos comprobarlo al considerar que algunos enormes errores, que se van imponiendo en las naciones de antigua filiación cristiana, hoy  apóstatas, no suelen afectar tanto a los pueblos paganos. Corruptio optimi pessima.

Cuando le oímos afirmar a una ministra del Gobierno español socialista, Bibiana Aído, encargada de ampliar las posibilidades legales del aborto, que «el feto es un ser viviente; pero que no sabemos si es un ser humano», pensamos que la pobre no tiene uso de razón –al menos en referencia al asunto que trata–. Pero cuando se generalizan en la calle, en los medios de comunicación, en la cultura general, en las leyes, pensamientos de la misma condición absurda sobre muchas otras cuestiones, llegamos a la conclusión de que estamos viviendo en un mundo irracional, que no se guía por la razón, sino por el sentimiento y por la voluntad. Y ya no hay filósofos que clamen contra las declaraciones irracionales, por graves que se prevean sus consecuencias. Podría, pues, decirse que la filosofía ha muerto. Juvenal: Sit pro ratione voluntas.

Eso es lo que pensaba San Pablo de los intelectuales de su tiempo. Por eso exhortaba a los cristianos: debéis ser «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación perversa y depravada, entre la cual aparecéis como antorchas en el mundo, llevando en alto la Palabra de la vida» (Flp 2,15-16).

Mayor aún es nuestro espanto cuando la irracionalidad secular invade a no pocos cristianos, que habrían de ser en Cristo «sal de la tierra, luz del mundo» (Mt 5,13-16). Y especialmente nos alarma e indigna cuando graves errores afectan a quienes integran las altas esferas académicas y pastorales. El pueblo sencillo, una de dos, o ha perdido ya la fe, engañado por los falsos doctores, o sigue pensando que dos más dos son cuatro. Ellos, mientras no haya quien los engañe, permanecen en el Credo y el Catecismo de la Iglesia. Y la Iglesia es la Esposa única de la Verdad, que es Cristo.

Pero en cambio, podemos hallar un teólogo, por ejemplo, el profesor Borobio, que tratando de la presencia de Cristo en el pan eucarístico es capaz de afirmar que «el determinante de la esencia de los seres no es otra cosa que su contexto relacional»… Más claro: que «la relacionalidad constituye el núcleo de la realidad material, el en-sí de las cosas». ¿Sabrá este señor lo que está diciendo?… Dios quiera que no. 

O mirando en la Iglesia más arriba, podemos escuchar a un Obispo, el de Orán, Mons. Jean-Paul Vesco, O.P., según el cual,cuando un católico se divorcia y contrae una nueva unión civil, «su elección de comprometerse en una segunda alianza ha creado un segundo vínculo tan indisoluble como el primero» (La Vie 23-IX-2014).Este señor Obispo, genial superador del principio de no contradicción –nunca superado hasta él–, no explica el cómo y el por qué de lo que afirma, y nos deja pensativos. ¿Será que el matrimonio indisoluble, como su misma palabra lo indica, es disoluble? ¿O será, más bien, que admite la bigamia?… ¿Podría él aclararnos? No es probable. El logos está ausente, y aún más el Logos divino.

* * *

Actus humani (actos humanosy actus hominis (actos del hombre). En el comienzo mismo de la parte que la Summa Theologica dedica a la moral, enseña Santo Tomás esta distinción fundamental.

«De las acciones que el hombre ejecuta, solamente pueden llamarse humanas aquellas que son propias del hombre en cuanto tal». Y el hombre difiere de las criaturas irracionales porque está dotado de razón voluntad. «En consecuencia, sólo se podrán considerar como propiamente acciones humanas las que proceden de una voluntad deliberada. Y si otras acciones hay en el hombre, no son propiamente humanas, pueden llamarse acciones del hombre, porque no proceden del hombre en cuanto tal» (ST I-II, 1,1). «Tales acciones no son propiamente humanas porque no provienen de una deliberación de la razón, que es el principio propio de los actos humanos» (ib. ad 3m). No significa esto que sean todas inhumanas, por supuesto, pues muchas de ellas  –por ejemplo, las que proceden solamente de la necesidad –respirar– o de la costumbre –mirar el reloj de vez en cuando–, aunque no procedan de un acto de la razón, no son contrarias a ella.  En cambio, sí son inhumanas aquellas acciones que, debiendo proceder de un acto deliberado de la razón, son contrarias a la razón, porque la persona ha preferido guiarse simplemente por el hábito, el sentimiento, la moda, el capricho, el mero estado de ánimo, etc.

Según esto, debemos reconocer humildemente que gran parte de nuestros actos no son propiamente humanos; son actos del hombre. Aunque, por supuesto, no todos éstos son pecaminosos. Y esto sucede en la naturaleza humana caída por el pecado. La salvación que Cristo nos trae se inicia en la virtud teologal de la fe, que viene a sanar la razón y a elevarla a una participación cualitativamente nueva en la sabiduría de Dios, del cual el hombre es, ha de ser, imagen. Es preciso, sin embargo, reconocer que las acciones de los mismos cristianos, mientras son carnales –la mayoría–, son habitualmente inhumanas, pues no parten de la razón y la fe, sino de la costumbre, la moda, el sentimiento, lo que le agrada.

Por el contrario, en los cristianos plenamente crecidos en la gracia, casi todos los actos son humanos, pues en ellos la voluntad obra según la razón y la fe. Algunos quedan todavía, sin embargo, que sin ser contrarios a la razón, no son propiamente racionales –actos humanos–, sino automáticos e inconscientes –actos del hombre, aunque no inhumanos–. En el año 107 escribe San Ignacio de Antioquía a los romanos, camino del martirio, que no le libren por nada del mundo del martirio: «No tratéis de engañarme con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre» (Rom VI,2)… (Ciegos están los filósofos y pedantes que acusan al Cristianismo de deshumanizar a los hombres). En fin, apliquemos esto al ámbito del pensamiento.   

–Las pensaciones son sensaciones y sentimientos según los cuales piensa, habla y obra la persona como si fueran pensamientos, cuando en realidad no lo son. Los pensamientos son producidos por la razón iluminada por la fe. Y, sobre todo en los principiantes, están frecuentemente en contra de sus sentimientos y sensaciones. Pero cuando la persona autoriza que los sentimientos y sensaciones prevalezcan sobre las pensamientos de la razón y de la fe, nacen entonces las pensaciones, por las que se entra en el camino de la mentira y de la perdición. No es entonces el jinete (razón-voluntad) el que domina y guía al caballo (sentimiento-sensación), poniéndolo a su servicio en obras nobles e inteligentes, sino más bien es el caballo el que, siguiendo su instinto animal, lleva al jinete. Veamos un ejemplo:

Una novicia llamada por Dios –realmente llamada por Dios– a la vida contemplativa de clausura sufre mucho en los comienzos de su vida conventual con la soledad y el silencio. Y eso le lleva finalmente a la decisión, fundada en el sentimiento, de volver a la vida secular. «Si el Señor me llamara a la vida de clausura, me asistiría con su gracia para que pudiera vivirla en paz. Como me siento tan mal, después ya de bastante tiempo, esto es signo claro de que no tengo vocación contemplativa». Y siguiendo este pseudo-pensamiento, falso en su caso, abandona su vocación y regresa a su casa… En realidad discierne la voluntad de Dios y el camino de su vida sin seguir propiamente un pensamiento, sino una pensación. Y es posible que la misma Maestra de novicias, coincidiendo en ese discernimiento falso, apruebe su decisión y le recomiende salir.

Por el contrario, es perfectamente posible, y yo he conocido casos bien concretos, en que una vocación contemplativa ha salido adelante, fiel al auxilio de la gracia de Dios, habiendo pasado por unos principios –años a veces– tremendamente dolorosos. Es el caso de la novicia que, auxiliada por la gracia, se mantiene fiel a Dios: no hace su discernimiento vocacional siguiendo el dictado de pensaciones, sino que las vence ateniéndose a los pensamientos generados por la razón y la fe: renunciar a todo, tomar la cruz y seguir a Cristo, ab-negarse a sí misma, morir como grano de trigo en tierra para vivir y dar vida, obedecer incondicionalmente la voluntad del Padre, aunque haya que ir a la muerte, y muerte de cruz. Per crucem ad lucem.

Permítanme poner aún otro ejemplo, más próximo a la experiencia del común de fieles. Un padre católico quiere mucho a su hija, y cuando ella le dice que va a vivir con su novio sin casarse, se dice a sí mismo que debe apoyarla, y haciéndose cómplice del pecado, así lo hace, alegando que «lo que de verdad importa es que ella sea feliz» (pensación). Sólo puede dar ese consejo anticristiano silenciando lo que la razón y la fe (pensamiento) le afirman: que no es posible ser feliz desobedeciendo los mandatos de Dios, y que su hija, contrariándolos consciente y voluntariamente, está poniendo el fundamento para grandes sufrimientos y desgracias en esta vida, y si se descuida, en la vida eterna.

Las pensaciones se expresan siempre en un lenguaje equívoco, lo que es inevitable ya que les falta el logos de la razón o de la fe. Los maestros pensacionistas dicen a veces cosas abiertamente absurdas, sin duda inadmisibles. Otras veces, más veces quizá, emplean una ambigüedad deliberada: dicen una cosa con palabras aceptables, pero expresando por ellas una idea ciertamente falsa, que es la que quieren decir. Y así la entiende el oyente o lector. Podremos comprobarlo en seguida con varios ejemplos tomados del Sínodo o de su entorno.

Edward Pentin, del National Catholic Register,  informando (27-V-2015) sobre el lanzamiento de la obra Vademecum sobre la familia, en la que tres autores –Arzobispo Aldo de Cillo (Brasil), Obispo Robert Vasa (USA) y Obispo Athanasius Schneider (Kazakstán)­– respondiendo a 100 preguntas sobre los temas del Sínodo, declaran la doctrina de la Iglesia, refiere que uno de los capítulos de la obra trata de la «palabras talismán». Según los autores, expresiones como «herir a las personas», «misericordia», «acogida», «ternura» y «profundización», tienen una tal «elasticidad» que las tornan «susceptibles de ser usadas para efectos de propaganda y de ser objeto de abusos con fines ideológicos». De este modo, su utilización puede «llevar a los fieles a reemplazar un juicio moral por uno sentimental [en lugar de pensamientos, pensaciones]… llevándolos a considerar como bueno, o al menos tolerable, lo que antes consideraban malo». Esas palabras, y otras, como «reconocer» ciertas modalidades de parejas, «acompañarlas», etc., expresan muchas veces pensaciones, portadoras del error y la mentira.

Los pensamientos llevan a la verdad, la libertad y la vida, porque bajo la acción del Espíritu Santo, nacen de la razón y de la fe. En cambio, casi inevitablemente, laspensacioneconducen a la mentira, la cautividad y la muerte, que a su vez llevan a la perdición. En graves cuestiones morales, por ejemplo –«en ciertos casos y circunstancias»; es decir, prácticamente siempre en el hombre caído–, conducen a la aprobación de acciones que son intrínsecamente malas, y que por tanto nunca, en ningún caso o circunstancia, son lícitas: anticoncepción sistemática, aborto, divorcio, adulterio, enriquecimiento injusto, apropiación de lo ajeno, valoración positiva de las uniones homosexuales y bisexuales, restricciones políticas de la libertad, de la objeción de conciencia, de la opción libre en la educación de los hijos, etc.

Es verdad que no todos los pensamientos son verdaderos: algunos son generados defectuosamente al activar la persona la razón y la fe. Pero son pensamientos. Pueden ser discutidos honradamente, por ejemplo, en una disputatio theologica. Laspensaciones no. Una honrada disputatio puede establecer un diá-logo con pensamientos diversos, para buscar una formulación más exacta de la verdad. Pero no puede propiamente dia-logar con las pensaciones, como tampoco es posible, por ejemplo, el diálogo entre las palabras y los gruñidos. 

* * *(Continuará)

Fuente: Infocatolica

 

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