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El discurso que Francisco no llegó a leer en Quito: «Vengo a compartir la alegría de evangelizar»

Tras una ardua jornada en Guayaquil, el papa Francisco acabó un lunes intenso volviendo a Quito. Estaba ya cansado y en la catedral de Quito improvisó un mensaje breve ante la multitud que le esperaba en vez de leer el discurso que llevaba escrito, que entregó a la prensa.  

Luego de visitar al presidente de la República Rafael Correa en el palacio de Carondelet y recorrer la Catedral de Quito, el papa Francisco habló a los fieles que lo esperaron por más de dos horas en la plaza Grande.

En su improvisado mensaje a los feligreses, Francisco pidió: "Que no haya diferencias, no haya exclusivo ni gente que se descarte. Que todos sean hermanos. Que se incluya a todos y no haya ninguno que esté fuera de esta gran nación ecuatoriana".

El discurso que el Papa tenía preparado y que no pronunció, es el siguiente:

»Queridos hermanos: Vengo a Quito como peregrino, para compartir con ustedes la alegría de evangelizar. Salí del Vaticano saludando la imagen de Santa Mariana de Jesús, que desde el ábside de la Basílica de San Pedro vela el camino que el Papa recorre tantas veces.

»A ella encomendé también el fruto de este viaje, pidiéndole que todos nosotros pudiésemos aprender de su ejemplo. Su sacrificio y su heroica virtud se representan con una azucena. Sin embargo, en la imagen en San Pedro, lleva todo un ramo de flores, porque junto a la suya presenta al Señor, en el corazón de la Iglesia, las de todos ustedes, las de todo Ecuador.

»Los santos nos llaman a imitarlos, a seguir su escuela, como hicieron Santa Narcisa de Jesús y la beata Mercedes de Jesús Molina, interpeladas por el ejemplo de Santa Mariana… cuántos de los que hoy están aquí sufren o han sufrido la orfandad, cuántos han tenido que asumir a su cargo a hermanos aún siendo pequeños, cuántos se esfuerzan cada día cuidando enfermos o ancianos; así lo hizo Mariana, así la imitaron Narcisa y Mercedes.

»No es difícil si Dios está con nosotros. Ellas no hicieron grandes proezas a los ojos del mundo. Solo amaron mucho, y lo demostraron en lo cotidiano hasta llegar a tocar la carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Evangelii gaudium 24).

»Ellas no lo hicieron solas, lo hicieron «junto a» otros; el acarreo, labrado y albañilería de esta catedral han sido hechos con ese modo nuestro, de los pueblos originarios, la minga; ese trabajo de todos en favor de la comunidad, anónimo, sin carteles ni aplausos: quiera Dios que como las piedras de esta catedral así nos pongamos a los hombros las necesidades de los demás, así ayudemos a edificar o reparar la vida de tantos hermanos que no tienen fuerzas para construirlas o las tienen derrumbadas.

»Hoy estoy aquí con ustedes, que me regalan el júbilo de sus corazones: «Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia» (Is 52,7).

»Es la belleza que estamos llamados a difundir, como buen perfume de Cristo: Nuestra oración, nuestras buenas obras, nuestro sacrificio por los más necesitados. Es la alegría de evangelizar y «ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican» (Jn 13,17). Que Dios los bendiga”.

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