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Sobre la Iglesia y el nazismo

Cuando era seminarista, me contaron que el cardenal de Milán tuvo que enfrentarse en un juicio contra quince testigos de la parte contraria. El juez preguntó al cardenal si no le daba reparo enfrentarse contra quince testigos. El cardenal respondió: “Los testigos no hay que medirlos, sino pesarlos”. El cardenal ganó el pleito.

Cuando pienso en las acusaciones contra Pío XII de no ayudar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, hay un testimonio irrebatible en contra, una mujer, Golda Meir, la mujer judía más importante de su país en el siglo XX y que ocupó cargos muy importantes en el Gobierno judío, siendo nombrada primera ministro de Israel para que enderezase la situación cuando en la guerra del Yon Kippur, las cosas no iban bien para los judíos. Ésta, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, fue a visitar a Pío XII para expresarle su agradecimiento, y cuando el Papa murió en 1958, ella, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Israel, dijo en la ONU: “Durante los diez años del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió un espantoso martirio, la voz del Papa se elevó para condenar a los verdugos y para expresar su compasión hacia las víctimas. ¡Hemos perdido a un gran Servidor de la Paz!”. Ante este testimonio, los demás presuntos historiadores ya pueden decir lo que quieran.

Se me puede objetar, seguramente con razón, que se pudo hacer más. Por supuesto, pero yo aquí quiero rendir homenaje a los bastantes o muchos que hicieron mucho y de modo muy especial a mi obispo de aquella época, don Fidel García Martínez, obispo de la diócesis de Calahorra. Éste publicó el 18 de febrero de 1942 una Carta Pastoral titulada “Instrucción Pastoral sobre algunos errores modernos”, que podéis encontrar en Google y de la que voy a recoger los párrafos más significativos:

“Extraño fuera que el espíritu del mal y del error, en su lucha eterna contra el bien y la verdad, no hubiese aprovechado, para sus fines de siempre, las circunstancias de unos momentos tan apasionados, tan turbulentos, tan confusos, tan hondamente agitados por partidismos y odios de pueblos y de razas, como los que actualmente vivimos.

"Porque es algo que causa pena y vergüenza ver hasta qué extremo han logrado oscurecer y pervertir esos apasionamientos y rivalidades partidistas, en la inteligencia de esta pobre humanidad, los más elementales principios de bien, de justicia y de verdad. La violación de los pactos más solemnes y la falta a la palabra dada, cuando lo hacen los del propio bando siempre encuentra excusas. Los adversarios no tienen derecho a nada; lo que hacen los adversarios siempre está mal; los adversarios no tienen nunca razón. Los del propio bando tienen derecho a todo; lo que ellos hacen, siempre está bien; ellos en todo tienen razón. Aquella nobilísima facultad de la palabra, imagen de la Palabra Eterna de Dios, encarnación en el signo material del espíritu del hombre, dada por el Creador a éste para poder revelar su pensamiento, pero siempre bajo la ley indeclinable y por nada ni por nadie transgresible de la veracidad, se ha prostituido en tal forma, que la mentira consciente, sistemática, organizada es hoy, en la radio, en la prensa y en las demás manifestaciones públicas de la palabra, la aplicación corriente de ésta, para oprimir la dignidad humana con la peor de las tiranías, que es la tiranía de las inteligencias por la imposición calculada y sistemática de la mentira” (pág. 4 de la edición de 1963).

Mi obispo cita a continuación algunos textos nazis y entre ellos esta afirmación: “Pero la profesión de fe de una religión –la única por lo demás que debe existir-, será: Creo en el Dios fuerte y en su Alemania eterna” (pág. 8), lo que le hace comentar: “Queremos hacer una observación, para prevenir alguna mala inteligencia. Aunque en los párrafos transcritos se nombre a veces a Dios, fácilmente se entiende que ese Dios nada tiene que ver con el verdadero Dios del Cristianismo. Es el Dios del panteísmo; es decir, el absurdo y la monstruosidad; o es, simplemente, una palabra vacía de sentido, una fórmula impuesta por las conveniencias o por la rutina” (pág. 9).

Don Fidel hace referencia a las dos Cartas en las que se ha inspirado para su Carta Pastoral. Una es la Carta Pastoral Colectiva de los Obispos alemanes reunidos en Fulda y publicada para ser leída en todas la Iglesias del Reich el 6 de julio de 1941, y la otra es la Carta Pastoral Colectiva de los obispos holandeses del 25 de julio de 1941, en que decían: “Por largo tiempo hemos guardado silencio -claro está que sólo públicamente- acerca de las muchas injusticias a que los católicos holandeses hemos sido sometidos durante los últimos meses". Van, luego, enumerando esas injusticias, tales como: la prohibición de hacer colectas entre los fieles para sus obras de caridad y culturales; la supresión de la radio y de la prensa católicas; la prohibición a los sacerdotes y religiosos, aun legalmente habilitados, para dirigir centros de enseñanza; las exhorbitantes gabelas impuestas a algunas instituciones, como la destinada a sostener la Universidad Católica de Nimega; la disolución de las asociaciones católicas de jóvenes.

Y continúan: "Pero ahora ha sucedido algo que no nos permite callar sin hacer traición a nuestro oficio pastoral. Non possumus non loqui". Se refieren a la suspensión e incorporación al partido nacional-socialista, decretadas por el Comisario del Reich, de la Unión de Obreros Católico-Romanos, integrada por unos doscientos mil socios y que el Episcopado Holandés miraba con especial cariño” (pág. 11) . Por cierto la reacción de los nazis ante esta Carta fue tremenda. Todos los judíos católicos que había en Holanda, unos diez mil, entre ellos Edit Stein, fueron enviados a los campos de exterminio.

Un último detalle curioso. Un día le pregunté a mi padre cuándo se dio cuenta que Alemania perdía la guerra. Me contestó. “En el verano del 42, porque tuvimos la visita de un socio alemán de un producto que fabricábamos bajo su licencia y el alemán me dijo: ´La guerra está perdida porque el Führer está loco’”. Es decir los alemanes inteligentes se daban cuenta que iban al desastre, pero no pudieron hacer nada.

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