Tomás de Aquino, ¿solamente un intelectual?
Aquellos frailes, en la medida en que se dejaban sorprender por la creación, lograban crecer en su relación con Dios, pues estudiar, en vez de llevar a la prepotencia, conduce a la humildad, asumiendo una de las máximas de Sócrates: “yo sólo sé que no se nada”. O, en su caso, “conforme estudio, conozco nuevas cosas y admito mi pequeñez porque no consigo agotar el saber”. El no poder absorber todo el conocimiento, el que siempre quede algo por aprender, motiva la búsqueda, el progreso y la sencillez. Así fue Sto. Tomás y en eso radica su verdadera capacidad. Un fraile audaz y, al mismo tiempo, abierto al silencio, a la contemplación; sobre todo, al celebrar la Eucaristía. El sacramento le aportaba nuevas luces sobre las cuestiones que debía contra argumentar. No hay nada de voluntarismo, sino una buena combinación entre lo ordinario y lo extraordinario.
Tomás de Aquino estudiaba, descubría y, desde ahí, oraba. Todo lo que es bueno y justo, sirve para hacer oración. Por lo tanto, no fue un genio a secas, sino un místico con dotes de intelectual. Cosa que le ayudaba a expresarse mejor. Dios se vale del talento humano, de la inteligencia, para hacerse más cercano, evidente. No se aleja o esconde. Busca a sus hijos e hijas, sale al encuentro y, a veces, elige a personas como Tomás de Aquino. Hombres y mujeres que saben hablar con elocuencia, enseñando a partir del ejemplo, de la congruencia personal.
A Sto. Domingo de Guzmán, cuya orden cumplirá 800 años en 2016, le debemos el hecho de contar con un buen punto de referencia a favor de la sólida formación intelectual en un marco de fe, de relación con Jesús, quien es la verdad. Aquella que nos toca vivir y comunicar en todo momento.
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