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Carta a un hermano separado

 Eres mi hermano

Antes que nada quiero decirte que a pesar de no estar en la Iglesia Católica, sigues siendo mi hermano y por ello te quiero y te admiro por muchas cosas buenas que he visto en ti. Admiro tu deseo y tu entrega por dar a conocer a Cristo. De verdad que muchas veces he sentido en mi corazón una santa envidia por tu celo apostólico.

Naturalmente hay también ciertas cosas que no me gustan de tu actuación. De esto quiero hablarte más adelante, más detenidamente. De todos modos, ¿en qué familia, entre hermanos, no hay desavenencias, problemas y malentendidos? Lo que quiero aclarar ahora es esto: Te admiro y te quiero como un verdadero hermano en Cristo.

En realidad, lo que nos une es demasiado:

.- Tú y yo creemos igualmente en el mismo Dios, Creador providente y Padre amoroso. Algún día este Dios será el juez, tanto para ti como para mí. Y esto, de por sí, ya es mucho en un mundo tan materialista y lleno de pesimismo.

.- Tú y yo creemos igualmente en Jesucristo como el ‘Camino, la Verdad y la Vida’ (Juan 14:6); el único Salvador, Señor y Mediador entre nosotros y el Padre (Hechos 4:11, 1ª. Timoteo 2:5).

.- Los dos amamos igualmente y estudiamos la Biblia, tratando de descubrir en ella la voluntad de Dios.

Hay muchas otras cosas que nos unen. Aquí se destacan solamente las más importantes, con el fin de que nos demos cuenta de que en lugar de fijarnos en lo que nos divide, aprendamos a fijarnos también en lo que nos une, con el propósito de vivir, con sinceridad y si exclusivismos, el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús: ‘Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo les he amado’ (Juan 15:12).

Estamos separados

Por desgracia, no estamos completamente unidos. El pecado nos ha dividido. Hemos desgarrado el Cuerpo de Cristo. Él está roto por nuestra culpa y también por la culpa de nuestros mayores. El adversario nos ha ganado esta batalla.

En lugar de luchar juntos para mejorar la Iglesia, cada uno ha querido hacerlo a su modo, apartándose del hermano. El deseo de Cristo, expresado con tanta insistencia la vigilia de su pasión y muerte, se ha esfumado: ‘Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Sean también ellos uno en nosotros: así el mundo creerá que Tú me has enviado’ (Juan 17:21).

A causa de nuestras divisiones, muchos llegan a rechazar a Cristo y hasta a odiar cualquier religión, privándose de una riqueza tan enorme. Y todo esto, ¡por nuestra culpa!

¡Qué gran responsabilidad tenemos nosotros frente al mundo a causa de nuestras divisiones! Al estar nosotros dividido a, muchos no creen en Cristo. Así que, en lugar de ser nosotros un signo de que Cristo es el enviado de Dios, mediante nuestra división representamos ser una piedra de tropiezo para los que quisieran acercarse a Él.

Muchos piensan: ‘Quiero buscar a Dios; tal vez el cristianismo me dé la clave. Pero, si los mismos cristianos están divididos entre sí y a veces llegan incluso a odiarse unos a otros, mejor será que busque por otro lado’. Y tal vez llegan a perderse para siempre, decepcionados de todo y de todos.

Un problema antiguo

Y este problema de la división empezó desde un principio, viviendo todavía los apóstoles, así que no podemos achacar la culpa a una determinada persona o institución. De por sí el hombre es pecador y tiende a apartarse de Dios y del hermano, a veces por orgullo y otras por envidia, intereses personales o para formar un grupo aparte y así sentirse superior. Todo lo demás es puro pretexto.

En realidad la voluntad de Cristo es muy clara: ‘Que todos sean uno’. El que se aparta para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando mal poniéndose en contra de la voluntad de Cristo. Jesús quiere la unidad de todos los que creen en su Nombre. No olvidemos nunca esta cita bíblica: ‘Cada uno va proclamando: yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo… acaso está dividido Cristo?’ (1ª. Corintios 1:12-13).

A Dios el juicio

Hermano en Cristo, ¿me permites que te hable con toda franqueza? Realmente no quiero ofenderte, sino que reflexiones más detenidamente sobre la cita anterior. Si te das cuenta de que no viene al caso para ti, no te preocupes. Tal vez esta reflexión les servirá a otros.

Muchos dicen: ‘Cuando yo era católico, era malo, me emborrachaba y le pegaba a mi mujer. Desde que dejé la Iglesia Católica y entré en esta nueva iglesia, encontré a Cristo y mi vida cambió’.

Ahora la pregunta es la siguiente: ‘Antes de dejar la Iglesia Católica, ¿conocías de veras el catolicismo? Y si lo conocías, ¿tratabas de vivirlo? ¿O tal vez abandonaste el catolicismo antes de haberlo conocido y vivido?

Nadie desea juzgarte ni culparte de nada, ya que las palabras de Jesús son ley: ‘No juzguen y no serán juzgados’ (Lucas 6:37). Sin embargo es necesario decirte esto: si antes de conocer y de vivir el catolicismo cambiaste de religión, tú no eras de los nuestros; de otra manera te habrías quedado con nosotros. Al salirte vimos claramente que entre nosotros, no todos eran de los nuestros (1. Juan 2:19).

Y este problema sigue todavía. A causa de algunos malos ejemplos presentes en la Iglesia y de la triste realidad de una masa que se llama católica y que no tiene ni un mínimo de instrucción y de vivencia cristiana, muchos se aprovechan para desacreditarla y sacarle gente para sus distintos grupos, en los cuales tampoco faltan los malos ejemplos.

¿Lo hacen con sinceridad o por interés?, ¿por orgullo?, ¿por odio en contra de la Iglesia Católica?, Definitivamente hay de todo, y aún mucho más. Sólo Dios conoce el corazón del hombre y sabe qué es lo que mueve a cada uno de nosotros. Pero debes ponerte en guardia para que no creas fácilmente en cualquier persona que te hable muy bonito de Cristo pero que esté persiguiendo otros fines, muchas veces encubiertos.

Tú obedece a tu conciencia. Si estás convencido de que andas bien, sigue adelante sin temor ya que Dios juzga el corazón. Si eres sincero contigo mismo y buscas la verdad, no tengas miedo; Dios te ayudará. Ora mucho y sigue buscando la voluntad de Dios.

Que Cristo sea conocido

No obstante, debemos seguir siendo optimistas, aunque nos demos cuenta perfectamente que, para muchos, la religión es un puro negocio (1ª. Timoteo 6:5) y de que, en realidad, el amor al dinero es la raíz de todos los males (1ª. Timoteo 6:10). Sin embargo lo que más debe importarnos es que Cristo sea conocido por todos.

Claro que lo preferible sería que estuviésemos todos unidos y que predicásemos al mismo Cristo con amor hacia todos, dando testimonio de aquel Reino de paz y de justicia que Cristo vino a anunciar y a implantar en este mundo. Pero tampoco podemos olvidar que es un hecho el que seamos pecadores y por ello no logremos hacer las cosas a la perfección.

A este propósito no podemos olvidar las palabras de San Pablo: ‘Algunos, es cierto, son llevados por la envidia y quieres hacerme competencia, pero otros predican a Cristo con buena intención. Pero, al fin, qué importa que unos sean sinceros y otros hipócritas? De todas maneras se anuncia a Cristo y eso me alegra, y seguirá alegrándome’ (Filipenses 1:15-18).

Se llegará a la unidad

No obstante las fuerzas destructoras y los fanatismos que operan en este mundo, debemos estar convencidos de que, a como dé lugar, el deseo de Cristo se va a realizar algún día. La verdad tiene que abrirse paso y, si somos dóciles a los impulsos del Espíritu Santo, llegaremos a la unidad.

Así que adelante hermano, y con fe en Jesús. Un día llegaremos a formar una sola Iglesia todos los creyentes en Cristo. Tratemos de luchar para que ese día no sea muy lejano. Ten fe en estas palabras de Jesús:

‘Yo soy el Buen Pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Tengo otras ovejas que no son de este corral. A ellas también las llamaré y oirán mi voz: habrá un solo rebaño, como hay un solo Pastor’ (Juan 10:14-16).

 

Bibliografía

Diálogo con los protestantes   -  Padre Flaviano Amatulli Valente, FMAP

 

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