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Desde el infierno (V): Abandonados

Continuamos aquí el relato de aquellos rescatadores de almas perdidas en el infierno que dejamos inconclusa hace casi un año... no podíamos dejar al sabio abandonado allá abajo, ¿no? 

Para aquellos que no siguieron la trama en su momento, recomiendo leer las últimas cuatro entradas de este blog publicadas en Julio de 2014.

Sonidos leves lejanos. 

Murmullo de voces ahogadas. 

El sabio comienza a despertar. 

La consciencia es un don de Dios al hombre, un regalo, un privilegio. Los muertos no son conscientes. Hay muertos que viven y otros que mueren. Los muertos vivientes, respiran, hablan, trabajan y parecen ciudadanos normales. Pero, en realidad, están muertos por dentro. Es la muerte ontológica, la muerte del ser. Lo peor de estar muerto y respirar, es que como respiras no te das cuenta de que estas muerto. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo pensando en el dinero. En el propio, y lo que es más lamentable, en el ajeno. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo, quejándote, y lo que es peor, con razón. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo pensando en vicios, ambiciones y rencores, y lo que es peor, creyendo que ese estado de mediocridad es lo connatural al ser humano. No te das cuenta de que pasas la mayor parte de tu tiempo imaginando otra vida diferente a la que tienes, imaginando que se cumplen por fin, tus espectativas de felicidad sean las que sean. Y lo que es peor... sabes que es pura imaginación y que cuando abras los ojos volverás a sentir la insoportable sensación de miedo, cobardía e inseguridad de siempre. La consciencia es un don que hay que pedir para salir de ese estado de embriaguez alienante que llena los espacios y los tiempos con risas vacías, ocios desesperados y ambiciones estresantes. Recuperar la consciencia es el primer paso para estar vivo, para estar en donde tienes que estar y afrontar lo que venga con humildad y confianza. La consciencia es dura, difícil y arriesgada, pero lo contrario es... vagar por el infierno. 

El sabio se despereza. 

Recuerda sus últimos momentos de consciencia. En una misión de locos, él y sus compañeros descendieron al infierno, salvando todas las barreras teológicas, filosóficas y espirituales posibles, para rescatar almas en un estado de semiinsconciencia, que eran salvas pero no lo recordaban. Habían terminado con sus huesos en el infierno en un último juego macabro de las potencias malignas. A la hora de morir, los demonios hicieron que olvidaran que su destino era el cieloque habían visto la luz, que habían hecho las paces con Dios, con su vida y con ellos mismos. El equipo de rescatadores celestiales habían hecho un gran trabajo salvado a las almas designadas de antemano por el Padre. Las habían localizado de entre los muertos, habían entablado con ellas un diálogo y lograron que recordaran que en su vida mortal habían abrazado la paz. Los peligros se sucedieron y el riesgo de perderse en aquellos laberintos infernales era demasiado real. La potencia demoníaca era descomunal y aquel era su territorio y los rescatadores, además, eran almas débiles en proceso de purificación en el purgatorio. Por eso precisamente habían sido elegidos para descender en aquella misión suicida. Su débil luz celestial les permitió no llamar mucho la atención en aquel submundo pero si completaban su misión, les permitiría acelerar el proceso de purificación y llegar a los cielos superiores. 

Pero algo salió mal en el último momento. 

Miguel, el arcángel, se vio obligado a descender, al verse el grupo envuelto en una situación muy delicada. Después de cargar con rescatados y rescatadores, millares de demonios agarraron al grandioso Miguel mientras huían y la única solución que contempló el sabio para escapar del agujero infernal fue... soltarse. Con ello logró que los demonios sentusiasmaran con una presa fácil y asequible y permitieran que el grupo ascendiera con el camino libre hasta las regiones celestiales.  

Un último sacrificio. 

Un último acto de amor. 

Una sentencia. 

El sabio intenta ver algo pero la oscuridad es total. Oye algún sonido indescifrable a lo lejos. No pude moverseSe encuentra en algún lugar del submundo lejos de todo, lejos de cualquier lugar, entre dos paredes. No se puede mover. Se encuentra aplastado por delante y por detrás. Apenas logra mover su materia espiritual unos milímetros. Una sensación de agobio y opresión le invade. Nota su cuerpo espiritual apagado y desfallecido. Una voz nace en su interior convenciéndole de que todo lo hecho no ha servido para nada. Se vio obligado a soltar su pasaje al cielo a cambio de que pudieran subir sus hermanos pero no pensaba que pudiera quedar tan abandonado por ellos y... por Dios. No entiende cómo el Padre le premia con tan oscuro destino, cómo es que se ve en esta situación por haber hecho un acto de generosidad, cómo es que siendo salvo, su sacrificio ha provocado tan gran derrota. Se siente olvidado y despreciado. Se siente inútil e insignificante.  

Siente que ha perdido la... Esperanza. 

En su interior rumia las palabras de aquel salmo judío que Jesús recitó en la cruz: "EloíEloí, ¿lema sabactaní?" (Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado) 

En los cielos superiores, el crítico, que al llegar al final de su proceso de purificación y entrar en las moradas celestes, ya no es tan crítico y es más misericordioso, no olvida al sabio. No comprende que nadie se acuerde de él, no comprende que su sacrificio, por el que ellos están allí, no sea recordado ni valorado. No comprende la indiferencia con la que sus compañeros responden a sus rogativas: 

—Estamos aquí gracias a él. Por su generosidad más allá del tiempo y el espacio estamos todos aquí ¿Es que no me queréis escuchar? 

El grupo se ha reunido junto con sus familiares y allegados para compartir su alegría y festejar su llegada a las moradas del Padre. Andan contentos entre risas y parabienes. Se saludan y presentan con cariño y santidad en presencia de ángeles y santos. En el cielo no existe ni asomo de amargura ni molestia, todo es equilibrado y gozoso. Por eso miran al crítico con cierta incomodidad y estupor. 

—¿Y qué quieres?—acierta a preguntar el líder. 

—Que hagamos algo. No podemos quedarnos de manos cruzadas disfrutando de nuestra bienaventuranza sabiendo que nuestro hermano quedó allí abajo. 

—El lo decidió libremente—interviene el justiciero abandonando la conversación que mantenía con sus familiares no pudiendo hacer oídos sordos a lo que escuchaba cerca de él— nadie le obligó ha hacerlo.  

—No nos hagas sentir culpables de algo que no tenemos responsabilidad alguna—interviene así mismo el pacifista—aquí están todas nuestras deudas pagadas. Estamos en paz con Dios y con nuestros semejantes. No nos inoportunes. 

—Mira hermano, no podemos hacer nada—aparta el líder al crítico de los demás con un abrazo condescendiente—cada uno debe asumir las consecuencias de sus actos y cumplir con su misión durante su vida terrena y celestial. El Padre lo sabe todo y tendrá sus porqués y sus razones para permitir el destino de nuestro hermano. Te recomiendo que lo olvides, lo dejes en manos del todopoderoso y disfrutes de tu estancia aquí. No te metas en más asuntos y descansa. 

El crítico se libera diplomáticamente del abrazo paternalista del líder y calla mientras se aleja, sabiendo que no hay nada que hacer con aquel grupo. Están demasiado encantados con su celestial vida recién conquistada como para empañarla con molestias de conciencia. Se aleja de ellos pero no cejará en su empeño. ¿Cómo es posible que el cielo permita tan gran injusticia? Buscará ayuda y apoyos en otros lugares. Acudirá a los grandes santos si es preciso. Hablará con Pablo o Pedro si es posible, pero esto no puede quedar así. 
Porque desde lo más profundo del universo, desde lo más alejado de la galaxia espiritual, oye un lamento, capta una llamada. Es una leve queja, es una leve susurro que siente en lo más íntimo de su ser. Es el lamento de un amigo, es la súplica de un hermano. 

Es un leve lloro que llega... desde el infierno. 

Continuará...

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡lejos de mi salvación la voz de mis rugidos!  

Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí. 

¡Mas tú eres el Santo, que moras en las laudes de Israel!  

En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste;  

a ti clamaron, y salieron salvos, en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos. 

Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo,  

todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza:  

«Se confió a Yahveh, ¡pues que él le libre, que le salve, puesto que le ama!»" Sal 22, 2 

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