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Gran confesor

BRAULIO VELASCO SJ.
El P. Braulio nos ha dejado tras un paro respiratorio esta mañana a la 1:45 del día 25 de agosto de 2015, fiesta de San José Calasanz, en la Enfermería Provincial de Caracas. Fue culminación de una infección que le fue tratada durante la última semana y tras una larga etapa de lento deterioro, en el que sin embargo seguía los ritmos normales de vida con gran serenidad.
Braulio Antonio Velasco Domínguez de Vidaurreta había nacido el 13 de diciembre de 1926 en Sangûesa, Navarra, a ocho kilómetros del castillo de San Francisco Javier y se le bautizó ese mismo día en la Iglesia Parroquial de Santa María la Real.

Sus padres Braulio y Guadalupe tuvieron también otros hijos: Gregorio, Antonio, Manuel y Silverio. Antonio seguirá los pasos de Braulio en la Compañía de Jesús. Su madre, Guadalupe, ejerció un profundo influjo espiritual en la familia y en particular en Braulio, quien no sólo se acompañaba de un gran retrato de ella, sino que se refería a ella con una devoción especial en los momentos delicados de su enfermedad, como nos lo han declarado las enfermeras.

Cursada la Primaria en su lugar natal, pasó a estudiar la Secundaria por siete años en la Escuela Apostólica de San Francisco Javier, siendo del curso del P. Luis Armendáriz. El 7 de septiembre de 1944 ingresaba en la Compañía en el Noviciado de Loyola. El Juniorado lo hizo en Orduña por otros dos años. Tras la Filosofía cursada en Oña, donde obtuvo la Licenciatura, fue a ejercer el Magisterio como profesor e inspector en el Colegio de San Sebastián durante tres años. Y la Teología de nuevo en Oña por cuatro años.

Al final del 3º de Teología, el 30 de julio de 1957, fue ordenado sacerdote por Mons. Benjamín Arriba y Castro. La Tercera Probación la hizo en Gandía durante el año 1958.
Destinado a Venezuela, llegó a Caracas el 25 de noviembre de 1962. Los primeros años (1963-1965) se empleó en el Círculo Obrero con trabajo en cooperativas y cursillos. Los años 1966-1967 en la Comunidad de Jesús Obrero ejerció de espiritual, confesor y consultor, aparte el encargo de la biblioteca. Un año (1968) estuvo en Mérida de confesor en la catedral y dando Ejercicios.

Pasó a pertenecer a la Iglesia de San Francisco de Caracas, pero antes hizo un año de Espiritualidad en Roma (1969), siendo asignado al Equipo de Ejercicios Espirituales, al que pertenecerá hasta 1985. Los años 1970-1972 los pasa en Maracaibo y 1973-1974 en Mérida dentro del mismo ministerio. Un año más (1975) en Caracas y pasa a la Provincia del Ecuador, desempeñándose como Vicario Cooperador en Manta. Los años 1977-1980 los emplea en el Noviciado de San Ignacio y a continuación (1981-1982) como Prefecto Espiritual en la Residencia de San Ignacio en Quito.

Otros dos años (1983-1985) en la Curia Provincial de Caracas c9omo miembro del Equipo de Ejercicios, y de nuevo a Ecuador como Director de la Casa de Ejercicios desde la Parroquia La Merced de Manta (1986-1989). Ahora se toma un año de Pastoral en Madrid (1990) residiendo en la comunidad Beato Fabro. Regresa al Ecuador (1991), esta vez al Colegio de Cristo Rey empleándose en la pastoral del colegio.
En 1992 lo tenemos en la Provincia de Ministro en Los Teques (1992-1993), de donde pasa a la Residencia San Francisco de Caracas como confesor y operario de pastoral en el templo hasta 2005, en el que le fallan las fuerzas y debe pasar a recibir los cuidados de la enfermería.

Es en resumen una vida entregada al servicio de dirección espiritual y Ejercicios o en la vertiente de pastoral (de colegio o de parroquia). En los años de San Francisco hizo profunda impresión en la gente, que lo sigue recordando como hombre de escucha y de consejo en los múltiples problemas que les afectan. Si bien podía recibir en un despacho de la portería, prefería emplearse en el confesionario del templo para ser accesible en ese supermercado del perdón, sin timbres ni citas previas, al que tienen derecho los fieles, pese a las incomodidades inherentes a este servicio. Pues al confesionario más que pecados van personas con su psicología y su problemática específica, necesitada sobre todo de atención y acompañamiento. Y, por supuesto, de mucha paciencia.

Braulio era hombre de oración, que alternaba sus ratos de confesionario con largos tiempos de lectura o contemplación en la solana de la residencia donde tenía su habitación.
Nos deja el recuerdo de un hombre tranquilo, muy coherente con su vocación, dispuesto siempre a escuchar y ayudar en el terreno espiritual, en el que era un maestro y un hombre de Dios.
Gracias, Braulio, por el mensaje de tu vida, que vino a adquirir densidad de pasión en los largos años de enfermería. Las enfermeras dicen que eras un hombre de gran bondad bajo cierta capa de rigidez cuando tenías que dejarte ayudar al ritmo de tu creciente incapacidad.

Desde el cielo mira por los que quedan en esta enfermería y por las necesidades espirituales de la Provincia de Venezuela, que agradece el don de tu vida y tu buen ejemplo.
(Texto escrito por Roberto Martialay e Ignacio Castillo, quien presidió el funeral)

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Tomás de la Torre Lendínez

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