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Atizar con la misericordia, flagelar con la tolerancia. San Gregorio

Vivimos unos momentos eclesiales estupendos para practicar la humildad e imitar al publicano de la parábola (Lc 18, 9–14). Muchas personas llenan su boca de palabras como misericordia, tolerancia, perdón, compadecer, pero sus actitudes son básicamente contrarias a todo lo que dicen. Cuando no concuerdas con ellos, te dicen de todo menos bonito. La situación es similar a la Cristo vivió frecuentemente con aquellas personas que intentaban esconder sus incongruencias detrás de la “legislación” humana del momento. Si hoy está “bien visto” hablar de misericordia, no tendrán problema en atizarte con la misericordia y golpearte con la tolerancia que pregonan. Se sienten felices de sentirse los guardianes de las esencias evangélicas, aunque sólo de la interpretación del Evangelio que parece darles la razón.

De cuatro maneras suele demostrarse la hinchazón con que se da a conocer la arrogancia. Primero, cuando cada uno cree que lo bueno nace exclusivamente de sí mismo; luego cuando uno, convencido de que se le han dado la gracia de lo alto, cree haberla recibido por los propios méritos; en tercer lugar cuando se jacta uno de tener lo que no tiene y finalmente cuando se desprecia a los demás queriendo aparecer como que se tiene lo que aquéllos desean. Así se atribuye a sí mismo el fariseo los méritos de sus buenas obras. (San Gregorio, Moralium 23,7) 

San Gregorio nos señala cuatro comportamientos que se ajustan a las tendencias farisaicas que todo padecemos: 

  • Creer que lo que hay de bueno en nosotros procede de nuestro esfuerzo. Pelagianismo en esta puro.
  • Creer que los dones que Dios nos ha dado los hemos recibido por méritos propios.
  • Aquel que carece de un don o carisma y sabiéndolo, engaña a los demás para que crean que tiene en abundancia y plenitud ese don o carisma
  • El desprecio que se hace a alguien cuando se le echa en cara los dones que él/ella no posee. Desprecio soberbio y prepotente.

Estas cuatro actitudes son la mejor fábrica de segundos salvadores asociados. Uno se cree elegido por Dios y que sus ideologías son las que resolverán los problemas del cristianismo y del mundo entero. Se desprecia toda la Revelación de Dios y se suplanta por una reinterpretación adecuada a los tiempos. Cuando esta persona tiene un grupo nutrido de “fans”, se delega en estos la cruzada que desea llevar a cabo. Estos despreciarán a quien no se arrodille delante del segundo salvador y además, sienten que merecen los dones que creen haber recibido. 

Sólo hay que pasarse por algunos perfiles de Facebook para ver cómo estos segundos salvadores van generando fanáticos. Se puede ver este fanatismo en la forma que desprecian a quien se atreven a contradecirles. Siempre habrá algún fanático que defienda la santidad y bondad infinita del segundo salvador y te recrimine por no adorarle. Te llamarán fariseo, porque dicen que quieres imponerles “tu ley seca y rígida” y no se dan cuenta que ellos son quienes están intentando imponerte una falsa verdad creada por su segundo salvador. 

Como decía, estos momentos eclesiales son maravillosos para buscar la sencillez y plenitud de la Palabra, que es Cristo. Palabra de Dios que es Evangelio, es decir, Buena Noticia en su totalidad. Es un momento maravilloso para dejar de buscar soluciones humanas basadas en compromisos, relativizaciones, subjetividades, reformas, emotividades, complicidades, comisiones, instituciones, programaciones y violencia a la Voluntad de Dios. La Solución es Cristo, tal cual, sin pasar por quienes manipulan el Evangelio para ajustarlo a las egoístas necesidades del ser humano. 

Todos sabemos que sin la Gracia de Dios es imposible negarse a sí mismo y tomar la cruz que tanto nos pesa. Es humano decir que el camino es dar dignidad a nuestros errores y para ser verdaderamente libres, dejar la cruz al borde del camino. Pero Cristo nos dice que El, la Verdad, es quien nos hace libres. Nos dice que perdamos la vida por Él, para ganarla. Llama bienaventurados a los perseguidos por causa de la justicia que desean vivir. Intentemos dejar a un lado los segundos salvadores y miremos a Cristo, la Tradición y la doctrina como el camino que nos lleva a Dios. El sufrimiento del mundo no se cura engañando a quien busca consuelo. 

Es el momento de la humildad. Como el Publicano hay saber ver que nos somos mejores que quienes nos azotan. Todos tendemos a pecar. No merecemos ni tomar los últimos lugares del Templo para decir con sinceridad a Dios “Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Todos somos tentados a seguir a segundos salvadores o incluso a proclamarnos como tales. Todos somos pecadores y necesitamos de la Gracia de Dios para andar el día a día por el sendero del bien. Ninguno merecemos la Gracia de Dios, ni ser verdaderos comunicadores del Evangelio. Sólo contamos con el Amor de Dios y su Gracia para levantarnos cada día y proclamar la grandeza del Señor.

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