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El retorno de los súperapóstoles

El retorno de los súperapóstoles: Pascua sin Calvario en la era Post Conciliar
 
Imaginad por un momento que un párroco recibe un email del obispo o arzobispo dirigiéndose a él en estos términos: “Con que soy un blandengue ¿eh?  Como tenga que volver por ahí lo haré garrota en mano y vais a ver de qué estoy hecho yo.”  Las posibles reacciones a semejante misiva no son difíciles de imaginar: “Autoritarismo indigno de un pastor”, o, quizás, “Ya se le veía venir a éste, ¿cómo es que aún no le han jubilado?”.

Sin embargo, estas palabras no son más que una paráfrasis no excesivamente libre de algunas de las duras frases que dirigeel Apóstol San Pablo a los Corintios en las dos epístolas canónicas (Por ejemplo I Cor 4,21;.II Cor 10:1, etc.)
 
La que llamamos la Segunda Carta a los Corintios es seguramente la cuarta epístola en la correspondencia paulina a esta comunidad cristiana de mediados del siglo I, de la que solo nos quedan las dos epístolas canónicas (I Cor 5:9, II Cor 2:3-4 son referencias a cartas que no sobrevivieron).  En su correspondencia con los Corintios San Pablo combina la ternura de un pastor con la disciplina y autoridad de un apóstol de Cristo que teme que la esencia misma del evangelio está en juego en Corinto. Al igual que en la epístola a los Gálatas, Pablo se enfrenta a falsos profetas, a pseudo apóstoles que pretenden pervertir el evangelio y minar su autoridad apostólica en las iglesias. Es Satanás quien está detrás de estos falsos apóstoles (II Cor 11:14) y Pablo despliega toda su artillería retorica en su contra.
 
Ríos de tinta se han empleado ya en explorar la identidad de estos falsos apóstoles a quienes Pablo se refiere irónicamente como “Súper apóstoles”  (huperlianapostoloi).  Pablo no se siente en nada inferior a estos masters del universo apostólico, sino que les supera…en tribulaciones, en palizas, en desprecios, en negaciones.  De principio a fin de esta Segunda Epístola, Pablo contrasta los criterios y argumentos de sus oponentes con los suyos a la luz del Evangelio de Cristo.

La Palabra anunciada por Pablo a los Corintios no es si y no, no hay vacilación en el Evangelio, sino que todas las promesas de Dios tienen un rotundo Si en Cristo (1:18).  Pablo predica a Jesús, que es fragancia de vida para unos y de muerte para otros, y no negocia, no trapichea con la Palabra de Dios sino que la predica fielmente (2:14-17)  El verbo “trapichear” (Kapeleuo) se usa en la Septuaginta de Isaías para referirse a los timadores del “garrafón”, a los que mezclan vino con agua para maximizar los ingresos a costa del cliente.  Pablo deja las consecuencias de la predicación del Evangelio a Dios, y no necesita, por tanto, cartas de recomendación, que “otros” si requieren (3:1)
 
Pablo insiste a los Corintios que no va a recurrir a la sabiduría del mundo para defender su ministerio apostólico, ya que, si su evangelio esta velado, lo está solo para los que se pierden por no creer en él.  Pablo no se predica a sí mismo, sino a Cristo, sabiendo que los que predican son meras vasijas de barro, cuyo valor reside en el contenido y no en el continente. Perseguidos, pero no abandonados, derribados pero no aniquilados, Pablo y los suyos llevan siempre en su cuerpo la muerte de Cristo, para que también la vida del Señor se manifieste en ellos (4:2-12).  En contraste con sus oponentes, las armas de Pablo no son carnales, sino que es Dios quien le da la fuerza para derribar torreones.  Por tanto, escribe Pablo, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor (10:17)
 
Me venían a la cabeza estas potentes palabras de San Pablo al leer la homilía del Papa Francisco de este pasado 16 de noviembre. Comentando un texto de I Macabeos, el Papa afirmaba que la mundanidad actúa entre nosotros como una raíz perversa, que va creciendo sin hacerse notar, hasta que nos corrompe.  “¿Por qué tantas diferencias? Si cuando nos separamos de ellos nos pasan cosas malas. Vayamos con ellos, seamos iguales”.  La apostasía, dice el papa, es poner a subasta la identidad cristiana.  El Papa concluyó pidiendo a los fieles que recen por la Iglesia, para que el Señor la libre de caer en cualquier forma de mundanidad.  Buscar a toda costa el aplauso del mundo, sobre todo de la cultura occidental contemporánea es una tentación constante para muchos en la Iglesia, especialmente desde el Concilio.  Esta tentación de “suavizar” el evangelio para conseguir la aceptación del mundo se ha hecho particularmente evidente en los debates internos que se han ido filtrando durante el Sínodo de los Obispos.
 
Para entender los conflictos internos que han quedado en evidencia durante el sínodo, es necesario referirse a las dos hermenéuticas, las dos formas de interpretar el Concilio Vaticano II a las que se refirió Benedicto XVI en un conocido discurso a la curia romana en diciembre de 2005. Existe desde hace 50 años una hermenéutica de discontinuidad, defendida a capa y espada por ciertos obispos, profesores y otras personas con influencia, que ven el Concilio Vaticano II como ruptura, como revolución que cambia aspectos esenciales de la tradición de la iglesia para adaptarse, por fin, a los nuevos tiempos. La otra hermenéutica, la que defendían claramente Juan Pablo II y Benedicto XVI, es la hermenéutica de reforma, reforma desde la fidelidad, desde la continuidad con 2000 años de tradición, desde la vuelta a las fuentes en las Escrituras y en los Padres. Los padres conciliares habían entendido que la Iglesia de mediados del siglo XX necesitaba un redescubrimiento del mensaje esencial del evangelio, necesitaba volver a sus fuentes. La iglesia necesitaba dejar atrás la reacción ante el protestantismo (Trento) y ante la modernidad (Vaticano I) y redescubrir su misión evangelizadora tal como la iniciaron los apóstoles y las primeras comunidades cristianas.  Las dos Constituciones Dogmáticas, Dei Verbum sobre la revelación en Cristo y la Palabra de Dios, y Lumen Gentium, la Iglesia como luz para las naciones, constituyen la esencia magisterial del concilio. Más Cristo, más Evangelio, más Iglesia en misión para que el mundo vuelva a creer.
 
En su discurso navideño a la curia de 2005, Benedicto XVI recordaba que los que defienden la hermenéutica de ruptura, estos campeones de la modernidad, tienen a los medios de comunicación de su lado. Estos apóstoles de la adaptación al mundo y a sus “necesidades reales” cuentan sin duda con las mejores cartas de recomendación. Su apología de la iglesia ante el mundo ya ha ganado, ya ha convencido, y lo ha hecho asumiendo los medios y los argumentos del mundo.  Los super apóstoles del siglo XXI promocionan con orgullo su victoria.  Pero, recuerda Benedicto XVI,“la Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue "su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva.” Las palabras de Benedicto XVI recuerdan a las de San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios.  No distorsionamos la Palabra de Dios… no nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo como Señor… tenemos este tesoro en vasijas de barro, para mostrar que el poder es de Dios y no de nosotros.  “Atribulados en todo pero no aplastados…perseguidos pero no abandonados…llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesus, para que también la vida de Jesus se manifieste en nuestra carne mortal.” (II Cor 4:7-11).

El Concilio, entendido desde la visión reformista de Juan Pablo II y Benedicto XVII, fue un ejercicio de retorno a las fuentes, a la esencia, un redescubrimiento de la iglesia en misión.  El concilio fue un “coger carrerilla” en el poder del Espíritu Santo para echar el resto en la proclamación del Evangelio, que es el poder de Dios para la salvación, hasta que Jesús vuelva.  Entre tanto, la Iglesia abraza y predica la cruz fielmente a la luz de la resurrección y de la victoria final de Cristo. Su aparente debilidad esconde un poder que no es suyo sino de aquel que la prometiera: Edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
 

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