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¿Expuestas o volteando? Catedral, Estado y monjes disputan por las antiguas campanas de Notre Dame

Durante dos siglos, las viejas campanas de Notre Dame de París repicaron alegres por eventos felices, como la liberación de la ciudad del yugo nazi en 1944, y doblaron, tristes, cuando la capital lloró dramas. Cuando en 2012 fueron reemplazadas por otras nuevas para celebrar el 850º aniversario de la catedral, el obispado de París las envió a la fundición normanda en la que fueron modeladas en el siglo XIX.

La intervención de una pequeña abadía benedictina de Riaumont, en el norte del país, impidió que esas piezas, consideradas patrimonio histórico, desaparecieran. Interpusieron una denuncia y la justicia ordenó que fueran paralizadas hasta que se resolviera su destino. Notre Dame renunció a fundirlas y desde hace varios meses las expone, a ras de suelo, en el jardín adyacente a la catedral.

Ahora, los monjes las reclaman para el campanario del templo que están construyendo con ayuda de jóvenes en situación de exclusión social. «Nos parecía aberrante que las campanas fueran destruidas. Tienen una historia y, además, nosotros les ofrecemos un futuro», asegura a Efe el monje Alain Hocquemiller, que hace un alto en las obras para atender el teléfono.

Una segunda vida para Angélique-Françoise, de 1.915 kilos, Antoinette-Charlotte (1.335), Hyacinthe-Jeanne (925) y Denise-David (767), descolgadas de la torre norte de la catedral porque según los expertos no tenían un sonido acorde al de la campana mayor, Emmanuel, fundida en tiempos de Luis XIV y de más de doce toneladas de peso.

«A nosotros nos sonarían a gloria», bromea Hocquemiller, que asegura que los planos de su iglesia han sido modificados para acoger las viejas campanas.

Decisión salomónica
Pero su destino no es tan sencillo. Las campanas son, como todo bien patrimonial francés, propiedad del Estado, que por el momento no ha decidido su futuro.

Los monjes de la comunidad tradicionalista de Riaumont aseguran que un conservador del Ministerio de Cultura prometió en julio de 2012 donar las campanas a su comunidad religiosa. Pero de esa reunión no hay constancia escrita, solo testimonios, prueba suficiente para el abogado de los monjes, Philippe Bodereau, que está convencido de que la justicia les dará la propiedad de las campanas.

Tras haber quitado razón a los monjes benedictinos en primera instancia, el Tribunal de Apelación de París tomó una decisión salomónica: obligó a todas las partes (la catedral, la abadía benedictina y el Estado) a presentarse con una postura conciliada el 6 de abril próximo.

La única condición que imponen los jueces es que «dado que las campanas han sonado en numerosos eventos históricos de París y de Francia y pese a que su sonoridad sea considerada mediocre» su destino debe corresponder «a su papel cultural e histórico».

Bodereau considera que situarlas en el templo benedictino cumple todas las condiciones impuestas por los jueces, mientras que para Hocquemiller «es mejor que tenerlas en el suelo» porque «las campanas están hechas para sonar, no para ser vistas».

El fraile, que acaba de acoger a un grupo de jóvenes cristianos procedentes de Irak, asegura que hubiera preferido que la donación se hiciera «por las buenas».

«He pedido mil veces reunirme con el obispo de París, pero se ve que no soy lo suficientemente importante. No nos dejó más remedio que ir a los tribunales», asegura.

Notre Dame, por su parte, se desentiende. El abogado de la catedral, Laurent Delvolvé, afirma a Efe que «las campanas son del Estado y su destino lo decidirá Cultura». Pero está convencido de que Riaumont no tiene legitimidad para reclamarlas. «¿Quiénes son ellos para asegurar que son suyas? Que un conservador les dijera en una reunión que era favorable a donárselas no significa que les pertenezcan. Hace falta un acuerdo formal», señala.

El letrado asegura que los monjes benedictinos del norte de Francia no son los únicos que han llamado a la puerta de Notre Dame para pedir las campanas. «Riaumont no tiene nada que ver con Notre Dame. Otros, quizá sí», agrega el abogado, que no da nombres de otras instituciones que las hayan podido reclamar.

Delvolvé niega incluso que la catedral tuviera decidido destruir las campanas: «Era un proyecto entre otros muchos. La idea de fundirlas para crear pequeñas campanillas que sirvieran de premio a los peregrinos que llegan hasta Notre Dame nos parecía una salida aceptable».

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