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La fe no es sólo testimonio personal

En el debate que caracteriza este momento de la vida eclesial y social italiana sobre el proyecto de ley acerca del reconocimiento de las uniones civiles y la posibilidad de adoptar hijos por parte de las parejas homosexuales se están perfilando, sobre todo en ámbito católico, algunos elementos que vuelven a proponer de manera artificiosa una situación cultural que se creía superada definitivamente.

Vuelve a aparecer el dualismo. Dualismo entre la experiencia de fe reducida a compromiso de la conciencia personal privada, caracterizada por expresiones de auténtica espiritualidad; y el compromiso cultural, social y político que no se vincula estructuralmente a la fe, pero que responde a una lógica que tiene una propia consistencia, una propia dignidad.

Este dualismo entre fe y cultura, entre fe y compromiso cultural, social y político ha sido el impedimento más grande para la vida de la Iglesia -por lo menos la italiana, que es la que conozco más directamente- desde más o menos el Concilio Ecuménico Vaticano II hasta el inicio del pontificado de San Juan Pablo II. Esta tendencia a separar la vida de fe personal del compromiso cultural, social y político ha causado que la Iglesia corriera el riesgo, sustancialmente, de automarginarse de la vida de la sociedad.

Vuelve, por lo tanto, este dualismo y, por consiguiente, el problema ante el hecho político actual no parece que sea contestar de todas las maneras posibles la aprobación de esta ley, evidentemente negativa respecto a la estructura misma de la vida social, sino entender personalmente las razones que son el fundamento de este proyecto de ley, identificándose en la medida de lo posible con los deseos humanos que sostienen también el camino socio-político.

Ahora bien, en mi opinión es precisamente aquí cuando se vuelve de nuevo a una situación que ya había sido madurada y superada por Juan Pablo y Benedicto. La experiencia de la fe es una experiencia que unifica la persona y dicha unificación madura en la medida en que la persona participa en la vida y en la experiencia eclesial. No son dos lógicas distintas y contrapuestas. La fe es un hecho eminentemente personal que, por su propia fuerza, abarca toda la vida personal, las relaciones fundamentales que la persona tiene, hasta llevarla a comprometerse con los hechos y las situaciones socio-políticas.

Después de tantos años aún recuerdo, con infinita gratitud, el librito áureo del cardenal Daniélou que Mons. Luigi Giussani me aconsejó leer: La oración, problema político. Esta unidad de la persona se expresa también a nivel de las relaciones personales, en la capacidad para involucrarse en la vida de las personas, para entender los problemas y las dificultades; pero se expresa también en el intento de abarcar la vida social ofreciéndole puntos de referencia, criterios de juicio, valoraciones y perspectivas con las que los cristianos crean que puedan dar una contribución original y característica a la vida de la sociedad.

Es indudable que los medios de comunicación social, las fuerzas anticatólicas que están detrás de este movimiento que sostiene el proyecto de ley Cirinnà, consideran seguro el resultado y falsifican algunos elementos; por ejemplo, tal como se ha demostrado, los que atañen al número de países en los que están en marcha estas nuevas estructuras jurídicas, y que consideran que Italia está obligada por las decisiones o, mejor aún, por las invitaciones que le hace la Unión Europea a implantarlas.

En este momento, el mismo ímpetu que abre nuestra vida personal a nuestros hermanos nos debe obligar a estar presentes en el ámbito específico de la vida política, intentando incluso entrar de manera positiva en el debate parlamentario. Y es la misma lógica de fe y de misión que caracteriza la vida de caridad personal la que impone a una minoría como la católica, que ya no tiene representación efectiva en el Parlamento a no ser por un escaso número de presencias, a estar presente a través de un instrumento -la manifestación pública- que la vida social y política actual considera una auténtica y correcta forma de presión.

Decir que el hombre de fe debe reducirse a los compromisos que le dicta la conciencia personal, el llamado testimonio privado, abandonando todo lo que tiene que ver con el compromiso de juzgar desde el punto de la fe, y de intervenir desde el punto de vista de la cultura que nace de la fe, en las cuestiones significativas de la vida cultural y social es una posición que pertenecía a cierta parte de la Iglesia católica de los decenios pasados, y que hoy se asume si lo que se pretende es eliminar de la enseñanza del magisterio de la Iglesia todos los grandes momentos de la Doctrina Social de los siglos XIX y XX y, sobre todo, del magisterio moral, social y político de San Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Lo que está sucediendo en el llamado mundo de la cristiandad italiana es de gran importancia y hay que enfrentarse a ello con gran claridad teológica y sin esa emotividad y sentimentalismo que no sólo no hacen avanzar el debate, sino que lo confunden cada vez más.

Visto que la prensa acerca de todo esto ha hecho más de una referencia al testimonio, a la enseñanza y a la presencia de Mons. Luigi Giussani, con el que he podido convivir más de 50 años, puedo afirmar que es impensable identificar su posición con la reformulación de esos dualismos que él combatió de manera tan apasionada durante toda su vida.

El rechazo al dualismo de las decisiones religiosas, de la reducción de la fe al ámbito privado, del silencio ante las cuestiones de la vida política, cultural, social, fueron grandes propósitos eclesiales y pastorales de Mons. Giussani. Quería crear un movimiento, es decir, un pueblo cristiano que, orgulloso de su identidad, animado por la caridad y la misión, supiera intervenir de manera original y creativa en todos los espacios de la vida cultural, social y política sin prestar atención a los resultados -que dependen siempre de muchos factores- y estando atentos al hecho de que a través de este testimonio público se incrementa la fe. Después de escucharla, don Giussani se apoderó de la gran expresión de San Juan Pablo II: la fe aumenta dándola, se fortalece donándola. Y de esa otra gran intuición: que la misión es la identidad y el movimiento de toda realidad eclesial.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.

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