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Cólico miserere

A mí, que soy del Atleti, no se me ocurriría exigir a Manuela Carmena que modifique el plan parcial de la Castellana para demoler el Santiago Bernabéu, que es lo que, en el ámbito sanitario, ha pedido un paciente ateo para que se retire un crucifijo de un ambulatorio sevillano. Por hacerle perder el tiempo, la alcaldesa de Madrid me mandaría a entrenar a La Fábrica con los suplentes del alevín, para que escarmiente, pero la dirección del consultorio ha tomado en cuenta la petición del usuario intransigente, quien, si tiene la misma influencia laicista para las patologías, es de prever que no enferme jamás de cólico miserere.  
El médico en cuya consulta pende la Cruz se ha negado a retirarla por las buenas. Nada más lógico: dado el afecto que los católicos tenemos por Jesús esa propuesta tiene la misma posibilidad de éxito que la de pedir a Alberto Closas que retire la foto de los niños del despacho. De modo que, por las malas, la dirección ha ordenado a un celador que desaloje no sólo la Cruz, sino también cualquier estampa sagrada, sin tener en cuenta que la oración del reverso es el prospecto que recomienda rezar un Padrenuestro, un Avemaría y un Credo antes y después de las comidas.  A cualquier hora, ya que no presenta contraindicaciones.
Estoy seguro de que la dirección admitiría la presencia del crucifijo en el consultorio si careciera de carga religiosa. Más que nada porque el cuerpo de Cristo sería perfecto para que los facultativos en prácticas analizaran aspectos clínicos como el politraumatismo severo, la incidencia del arma blanca en el costado y la hemorragia masiva. La incidencia de la fe le convierte, sin embargo, en un símbolo desprovisto de dimensión científica para el laicismo, que desconoce que para las cosas del corazón, la palabra de Dios es sintrom espiritual. En el fondo de todo esto anida la ignorancia: hay quien no tiene claro lo complementarios que son los cuidados paliativos y la unción de enfermos. 
 

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