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Epatar al progre

Para epatar al burgués Picasso pintó Las señoritas de Aviñón. Para epatar al progre basta afirmar que la cultura es de derechas. Lo demuestra Vivaldi, que era cura, y Cervantes, que era soldado. Dile a un progre que el autor de Don Quijote es facha y te arma la de Lepanto, pero lo cierto es que el buen manco no fue pacifista, como demuestra su biografía, ni agnóstico, como demuestra su escritura. Y puesto que para los dispensadores de credenciales demócratas facha es todo aquel que no comulga con ambos dogmas, Cervantes era Blas Piñar con menos fijador.  
Epatar al progre es lo más sencillo del mundo, pues, como el burgués de antaño, considera escandaloso lo que se sale del canon. Si al burgués le chirriaban los cubistas, al progre le asombra que se dude de la primacía cultural de la izquierda. Tal vez desconoce que Velázquez no pintó La revolución guiando al pueblo, sino un Cristo sublime, y que Miguel Ángel, en vez de a la estatua de Lenin, dio forma a La Piedad. Por no hablar de los mecenas, que no surgieron precisamente del movimiento obrero.
Si la cultura parece patrimonio de la izquierda es porque la derecha ha aceptado que el talento artístico es un don ideológico en lugar de una virtud apolítica. La cultura, por supuesto, no es de derechas ni es de izquierdas, pero el progre está convencido de que sí. Por eso contrapone Poeta en Nueva York a Crónicas de un pueblo. Si es por contraponer, contrapongamos: si el progre leyera mejor las aventuras del ingenioso hidalgo sabría que Aldonza Lorenzo está más cerca de su partido que Dulcinea del Toboso. 
 

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