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La cal viva

¿Tiene Felipe González las manos manchadas de cal viva?. La pregunta merece una respuesta de bolero: quizás, quizás, quizás. ¿Tienen los universitarios que le han reventado una conferencia en la Autónoma de Madrid idea de lo que es la cal viva?. Esta pregunta también merece una respuesta de bolero: lo dudo, lo dudo, lo dudo. La cal remite a las fachadas de pueblo y los chicos del escrache son burgueses urbanos que han crecido en adosados. También remite a Lasa y Zabala, es cierto, pero, de no ser por Podemos, los alumnos creerían que ambos, en vez de víctimas del GAL, son suplentes de Muniain y Beñat en el Athletic de Bilbao. 
 
Si el escrache a González tiene la firma de Podemos no es porque los alborotadores hagan suyas las consignas de Pablo Iglesias, sino por sus malas maneras, por la ramplonería de su discurso y por la utilización del pareado como lírica antisistema. Si al menos insultaran con sonetos, como Quevedo, aportarían belleza al vituperio, pero eso sería pedir inteligencia a un botijo: tan complicado es que un endecasílabo tome forma en una cabeza hueca como que Juan Valdés pida té para el postre. 
 
La contribución del escrache a la métrica es limitada, pero hay que reconocer que la rima de los acosadores es efectiva y su mensaje diáfano. Cuando Rita Maestre y las de Palacagüina asaltaron la capilla de Somosaguas al grito de arderéis como el 36 nadie dudo de que, en lugar de a las catalíticas, se refería a los conventos. No obstante, tras verla lloriquear en el banquillo para justificar su participación en la gesta, me parece que no se  atrevería siquiera a encender las cerillas. Estoy convencido de que durante la vista se le pasó incluso por la cabeza decirle al juez que la frase el Papa no nos deja comernos las almejas era en realidad una oda a la vida marinera. 
 

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