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Más sobre Franco y el Holocausto: de la película "El ángel de Budapest"

 
 
            Empeñado como me hallo en restablecer en lo que sea posible la verdad de este bello episodio de la reciente historia de España cual es el de la participación del Gobierno español de los años 40 en el rescate de judíos del Holocausto, hasta 35.000 como poco según los historiadores más reconocidos en el tema, he tenido ocasión de ver hace unos días la película “El ángel de Budapest”, dirigida en 2011 por Luis Oliveros y con Francis Lorenzo en el papel del diplomático español destinado en la Embajada española en Hungría, Angel Sanz Briz.
 
            La película, que no es sino la réplica española de “La lista de Schindler” –película, por cierto, mal traducida en su título, que debería ser “La nómina de Schidler”, puesto que esa es la acepción del inglés “list” que mejor se corresponde con su argumento-, no es una mala película. El solo hecho de que se dedique a reivindicar la figura de un español, entre banderas de España y sin hablar mal de España, ya representa un rara avis en una cinematografía española de la que lo menos que se puede decir es que es profundamente antiespañola. De hecho, de los ciento diez minutos del filme, he pasado cien muy buenos, sorprendido de una ecuanimidad a la que sólo se le pueden reprochar las no por ello menos aconsejables y siempre bien recibidas licencias cinematográficas que sirven para estimular las emociones del respetable, aunque no siempre se hayan de corresponder con la cotidiana y a menudo más aburrida, estoica o burocrática realidad histórica.
 
            En el minuto cien, sin embargo, más de lo mismo… los consabidos complejos, las consabidas consignas historiográficas, las consabidas manipulaciones y distorsiones… el disparate, la grosería, la ordinariez, el chiste fácil, la concesión a la galería, el buen rollito… que nunca falte nada de eso en una película española, por Dios. Y es que no hay como que salga a escena la figura del Caudillo, para que cineastas, novelistas, periodistas y poetas españoles se lo hagan en los pantalones y empiecen a soltar tonterías con la misma fruición del que se ventosea con una gastritis de las malas.
 
            Presenta la que es una de las últimas escenas del filme el fin de la misión de Sanz Briz en Budapest como un cese repentino, inesperado e indeseado por su protagonista, D. Angel Sanz Briz… en realidad, una especie de represalia del mismísimo Franco en persona. Cuando la realidad es que el inteligente y valiente Sr. Sanz Briz, que ni era tonto ni adolecía de instintos suicidas, no sólo no es cesado, sino que escribe varias veces a su ministro solicitando permiso para abandonar la legación española ante la inminencia de la llegada de los rusos, cuyo gobierno no sólo no aceptaba la neutralidad española, sino que miraba al Régimen de Franco con algo más que la comprensible animadversión del enemigo que ha enviado 25.000 soldados a luchar contra él.
 
            Si yo hubiera sido Sanz Briz, con una familia en España como tenía y una niña a la que ni siquiera conocía todavía por haber nacido mientras él estaba en Hungría, con el enemigo a las puertas de la ciudad, y sin que ello imprima la menor mácula a la impecable trayectoria, también habría urgido a mi gobierno a darme urgente permiso para abandonar el puesto: ni los héroes se inmolan si pueden evitar hacerlo. Pero es que más allá de que lo dicho se corresponda muy bien con la lógica de los hechos de la que debe partir todo buen historiador o con lo que yo mismo habría hecho, eso y no otra cosa es exactamente lo que con toda rotundidad afirman los documentos que conocemos, como bien demuestran los despachos que extraigo del interesante libro de Arcadi Espada “En nombre de Franco”. Primero el que dirige Sanz Briz al ministro de Asuntos Exteriores, su jefe natural:
 
            “Por haber comenzado las nevadas y ser el transporte ferrocarril prácticamente inutilizable, con riesgo personal de quedar aquí bloqueado, ruego a V.E. se sirva telegrafiar si puedo trasladarme Viena en automóvil máxima urgencia para poner a salvo mis equipajes y mi propiedad. La columna rusa que avanza desde el este se encuentra actualmente a unos 40 kilómetros de Budapest”. (op. cit. pag. 133)
 
            Ahora el que le envía el ministro al diplomático:
 
            “Ante la situación militar, queda autorizado a tomar las medidas que considere oportunas para poner a salvo archivos y efectos Legación preparándose para que si la ocasión de peligro inminente llega pueda entregar gerencia Legación a representante Suecia previa consulta a este ministerio retirándose a Viena luego” (op. cit. pág. 90).
 
            Abandonando, efectivamente, D. Angel Budapest el 7 de diciembre de 1944 y, por cierto, no en dirección a Viena, sino camino de Suiza.
 
            Como licencia cinematográfica, el abandono de la legación contra su voluntad y en cumplimiento de una orden no es inadmisible, y sirve para adornar cinematográficamente una figura que desde el punto de vista histórico se hallaba ya suficientemente adornada. A decir verdad, la Roma del cine, Hollywood, no lo habría hecho de otra manera.
 
            Lo que sí es inadmisible es que del recurso, hasta ahí meramente cinematográfico, se sirva el guionista para pedir perdón a los dictadores de la memoria histórica, -horrible oxímoron que ya tuve ocasión de denunciar en alguna ocasión-, que como los puntuales lectores de esta columna sobradamente conocen, pretenden convertir a Sanz Briz en una especie de francotirador contra el Gobierno de Franco, salvando judíos contra las instrucciones emanadas del mismo, cuyo titular, fiel a la perversidad de todos conocida, lo único que quería es que murieran tantos judíos como posible fuera.
 
            La escena a la que aludo es aquélla en la que después de haberse mostrado cómplice leal en el rescate de judíos que lleva a cabo el diplomático, el ministro de Asuntos Exteriores, -al que por cierto, nunca se menciona por su nombre, pero que es José Félix De Lequerica-, recibe una llamada telefónica del Caudillo. A éste ni siquiera se le escucha hablar en la escena, en la que apenas se ve y escucha a un contrariado y visiblemente nervioso ministro que repite maquinalmente “sí, Excelencia”, “por supuesto Excelencia”, “asumo toda la responsabilidad, Excelencia”, “no se preocupe Excelencia”, y al que su ineducado interlocutor hasta deja con la palabra en la boca, para justo en la siguiente escena, aparecer Sanz Briz recibiendo la carta que le obliga a abandonar la legación española ante el Gobierno húngaro, como si de un cese se tratara.
 
            El guionista actúa con una doble cobardía, porque si de un lado la sucesión de escenas que nos propone invita groseramente a interpretar el final de la misión como un cese, casi como una represalia, según ya he dicho, de Franco en persona contra el funcionario que, después de todo, ha cumplido las instrucciones recibidas al pie de la letra y con sobrada eficacia y valor, la presentación es lo suficientemente sutil como para que los documentos que hoy conocemos, -y que sin duda conoce también él, porque de no haberlo hecho no se habría mostrado tan sutil-, no le hagan quedar en ridículo, y todavía le permitan una defensa in extremis sosteniendo que el final presentado no es necesariamente el del cese.
 
            En fin, amigos, en estas estamos, que se le va a hacer. Pero Vds. ya saben: a hacer mucho bien y a no recibir menos. Eso no cambia. Nos vemos por aquí. Y siempre que podamos, restableciendo la verdad de los hechos históricos. Pase lo que pase, pese a quién pese, y pise a quien pise.
 
            Dedicado a mi primaMati.
 
 
            ©L.A.
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