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Sólo un humilde volvió y se postró ante el Señor. San Agustín


¿Cuántas personas se postran hoy en día ante el Señor para darle gracias por todo lo que nos da diariamente? Por desgracia son pocas. En el Evangelio de hoy domingo podemos ver esta realidad reflejada en el único leproso curado que vuelve a Cristo para agradecerle su curación.

Tal como dice San Agustín en el texto incluido, la Iglesia es el camino que el Señor ha establecido para ofrecernos el conocimiento de la fe y también, el espacio donde podemos vivir nuestra fe. Habiendo recibido nuestra fe de la Iglesia, seríamos ingratos si no diéramos gracias a Dios por tan inmensa gracia. Este sentimiento de gratitud debería ser el que no llevara a Misa cada domingo. Allí nos encontramos con Cristo, que recibimos de rodillas llenos de agradecimiento y temor reverencial.

En sentido espiritual puede creerse que son leprosos los que, no teniendo conocimiento de la verdadera fe, admiten las diferentes doctrinas del error, no ocultan su ignorancia, sino que aparentan tener un gran conocimiento y muestran un lenguaje jactancioso. La lepra es un mal de color. La mezcla desordenada de verdades y de errores en la discusión o discurso del hombre, semejante a los diferentes colores de un mismo cuerpo, significa la lepra que mancha y hace distintos a los cuerpos humanos, como con tintes de colores verdaderos y falsos. Estos no deben ser admitidos en la Iglesia, de modo que colocados a lo lejos, si es posible, rueguen a Cristo con grandes voces. Respecto a que le llamaron maestro, creo que dieron a entender en ello, que la lepra es una doctrina falsa que el buen maestro hace desaparecer.

[…] Cuando los leprosos iban, quedaron limpios, como los gentiles, a quienes vino San Pedro, no habiendo recibido aún el sacramento del Bautismo, son declarados limpios por la infusión del Espíritu Santo. Por tanto, todo el que se asocia a la doctrina íntegra y verdadera de la Iglesia, aunque se manifieste que no se ha manchado con el error -que es como la lepra-, será, sin embargo, ingrato con el Señor, que lo cura, si no se postra para darle gracias con piadosa humildad, y se hará semejante a aquellos de quienes dice el Apóstol (Rom 1,21), que, habiendo conocido a Dios, no le confesaron como tal, ni le dieron gracias.

(San Agustín, De quaest Evang. 2,40)

Cuando una persona padecía lepra y se curaba, estaba prescrito que fuese ante los sacerdotes del templo para que le declarara limpio. Por eso Cristo les manda ir a ver ser declarados limpios antes de nada. La misericordia de Dios transforma a todo el que con humildad se acerca al Señor. Los nueve leprosos que no volvieron a agradecer la misericordia de Cristo, en el fondo, se consideraron dignos de recibir tal regalo. Recordemos la parábola del banquete de bodas en la que muchos fueron llamados, pero sólo unos pocos tuvieron el tiempo y la voluntad de asistir. Estos humildes, son los que Dios elije para el banquete. Los demás, quedan fuera sin conocimiento de lo que han perdido por su soberbia.

Podemos ver esta misma realidad en la Iglesia de hoy en día. ¿Cuántas personas son bautizadas, reciben la primera comunión o se casan por la Iglesia? Muchas. ¿Cuántas vuelven cada domingo a agradecer los dones recibiros? Muy pocas. Muchos son los llamados, pocos los que el Señor puede elegir para llenarlos con su Gracia.

 

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