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Agujeros de eternidad


Cuando Frossard se convirtió dijo que había visto un fulgor luminoso, ligeramente azul, de un ternura indescriptible, capaz de romper el más duro corazón humano y que reducía este mundo nuestro a la triste condición de la sombra de un guiñol.
 
Frossard vio a Dios no más allá, sino a través de esta realidad visible, cotidiana y banal. Vio la Realidad Última ante la Cual sobran todas las preguntas porque es La Respuesta.
 
Frossard concedió a la Eternidad la consistencia del diamante, como hace C. S. Lewis en "El Gran Divorcio".
 
A Frossard se le abrió la Eternidad por unos segundos y de esa experiencia -"más real que mi propia vida", llegaría a decir- salió convertido en católico, apostólico y romano el displicente y cínico intelectual marxista que había entrado, nervioso, en una capilla buscando a un amigo que tardaba en llegar.
 
Yo creo que a Frossard se le hizo ver la realidad, sin más.
 
En esta tierra, en esta vida, conviven, coexisten por así decir, Cielo e infierno, en cada uno de nosotros y en el mundo que nos rodea.
 
Siria es el infierno; una cartuja, el Cielo. Una enfermedad o una muerte son el Purgatorio; una sola Misa es el Paraíso. Los orcos viven con los hobbits y Mordor es contemporáneo de La Comarca.
 
En una misma noche de excesos puede uno pasar de Cielo al infierno sin demasiadas estaciones intermedias.
 
El monstruo infernal y el santo celestial conviven en mi alma y en la suya. Quien no lo sepa es que nunca se ha emborrachado de verdad.
 
Tengo amigos que han experimentado el conocimiento y algún destello de la Sabiduría y, casi al mismo tiempo, han descendido a infiernos que solo ellos conocen y que yo puedo imaginar. O no, quién sabe.
 
Hay otros infiernos inimaginables a la vuelta de la esquina o de la tecla: internet tiene un lado oscuro que no les recomiendo que conozcan.
 
Tengo amigos que son libres como ángeles, y como ángeles vuelan aunque estén encerrados, y amigos encerrados en celdas de tortura y en angostos pasadizos de tormento donde ellos mismos se han metido.
 
Tengo amigos que purgan sus pecados aquí en la tierra -benditos ellos, mis amigos- y otros que los purgan entre lamentos -benditos ellos, los lamentos-, porque son elegidos, mis amigos, para el mayor de los ayunos: la obediencia.
 
Tengo amigos tan complicados y poliédricos que están al mismo tiempo en el Cielo, en el infierno y en el Purgatorio y justifican toda esquizofrenia sin beber en exceso. Tiene mérito.
 
Y tengo amigos, uno o dos, que sufren ocultos en el silencio ruidoso del mundo.
 
Ellos no lo saben siquiera, pero son el propio Cristo.
 
 
 
 

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