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De la palabra "basílica", de su origen y del porqué de su uso por la iglesia

 
 
            Según el Diccionario de la Real Academia, el término “basílica” proviene “del latín basilĭca ‘edificio público’, y este del griego βασιλική basilikḗ ‘regia’”. Tanto así que, de hecho, el título que recibe el Emperador del Imperio Romano de Oriente, vale decir del Imperio Bizantino, no es otro que precisamente ese, “Basileus”, es decir, el Rey. Si a ello añadimos que Cristo, Dios, es “el Rey”, ya está bastante dicho… pero no todo.
 
            Sin salir del Diccionario, las dos primeras acepciones del término “basílica” son las siguientes:
 
            1. f. Iglesia notable por su antigüedad o magnificencia o por los cultos que en ella se celebran, o que goza de ciertos privilegios, a semejanza de las basílicas romanas.
 
            2. f. Cada una de las trece iglesias de Roma, siete mayores y seis menores, que se consideran como las primeras de la cristiandad en categoría y gozan de varios privilegios.
 
            Recoge el Diccionario una tercera acepción que, aunque olvidada de todos, es la que nos indica cuál fue el primer significado de la palabra y en la que encontraremos también el porqué de que la Iglesia utilice el término y hoy hablemos de basílicas como uno de los edificios en los que tiene lugar el culto cristiano:
 
            3. f. Palacio (‖ casa de los reyes).
 
            Definición que, por extensión, dará lugar a la cuarta acepción del término que también recoge el Diccionario.
 
            4. f. Edificio público que servía a los romanos de tribunal y de lugar de reunión y de contratación.
 
            Dicho todo lo cual, ¿de dónde entonces que algunas iglesias, que no todas, sean hoy día llamadas “basílicas”?
 
            Pues bien, dentro del proceso por el que el Imperio Romano despenaliza primero el cristianismo mediante el Edicto de Nicomedia de Galerio (311) y el Edicto de Milán de Constantino (313), y procede después a una paulatina cristianización del Imperio que culminará el Emperador español Teodosio con el Edicto Cunctos Populos (380), en el año 326 Constantino ordena la construcción de un templo cristiano que sea el templo de referencia, y lo hace en el lugar donde San Pedro fuera crucificado, es decir, en “el Vaticano o el camino de Ostia”, según recoge Eusebio de Cesarea en su magna obra la “Historia Eclesiástica” (pinche aquí para conocer mejor el tema), cercano a lo que en tiempos había sido el Circo de Nerón.
 
            El modelo adoptado por los constructores para levantar ese templo, que conocemos bien gracias a muchos dibujos existentes y que no es otro que San Pedro, -aunque a partir de 1506 será construído de nuevo para lucir como hoy lo vemos-, será precisamente el de la basílica romana.
 
            Y no cualquier basílica, sino una basílica muy concreta, la llamada Basílica Ulpia o Ulpiana, obra del arquitecto Apolodoro de Damasco, de cinco naves y dos ábsides contrapuestos –aunque la Iglesia prescindirá de uno de ellos, el de la entrada-, con funciones administrativas y de tribunal. Llamada así por la dinastía Ulpia a la que pertenecía el emperador Trajano que la hace levantar, se halla hoy enterrada en su casi totalidad, aunque sí se conserva, emplazada en su lugar de origen, la Columna de Trajano adyacente.
 
            A la estructura de basílica, la Iglesia le añadirá una pieza característica que recibirá el nombre de “transepto”, -del latín trans “que atraviesa” y septum “muro”, “que atraviesa el muro”-, con el cual consigue transformar la planta rectangular propia de las basílicas paganas en la planta de la cruz en la que fuera colgado su fundador.
 
            Y bien amigos, esta es la historia. Seguro que cuando se acerquen a una basílica, cualquiera que sea, la mirarán con otros ojos. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Nos seguimos viendo por aquí.
 
 
            ©L.A.
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