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Eugenio y Chiquito

Como quien no tiene mañana no necesita plan de pensiones cuando era jornalero itinerante me gastaba todo lo que ganaba. Iba al día, como el resto de parias de la tierra con los que coincidí en un pueblo de Lérida un año de los 80. Provenían de diversos puntos de España y hacían honor al tópico territorial. El madrileño era un poco chulo y el vasco un poco noble. Yo, andaluz, imagino que sería un poco vago, pero no tanto como tacaño era el común entorno catalán.
Lo confirma una anécdota tabernaria que vi con mis propios ojos verdes: una chica celebraba su cumpleaños en la terraza de un bar del lugar rodeada de una decena de amigos. En la mesa había 10 copas y sólo una botella de champán. Queda claro que no describo una fiesta vikinga, pero a lo que voy: la cuestión es que pasaron por allí otros 2 amigos y la felicitaron. Ella, mientras les pedía que se sentaran, llamó al camarero. Imaginé que iba a pedir otra botella de champán, pero pidió otro par de copas.
Escribo esto en defensa propia. Los gobernantes catalanes hablan pestes de Andalucía y pueden que no les falte razón, pero le faltan pruebas. Y matizaciones. Cuando Pujol aludió al subdesarrollo cultural de la región no sé si se refería a García Lorca, a Machado y a Velázquez o a Cernuda, a Picasso y a Murillo. En cuanto a Homs, que dice que en Cataluña prendía la revolución industrial cuando otros pueblos pastoreaban cabras, habrá que recordarle que de un cabrero, Miguel Hernández, surge Andaluces de Jaén. En cambio, ¿qué lírica surge de un industrial textil? Como mucho, el aserto de que el algodón no engaña.
Que quede claro que no es mi intención confrontar al tamborilero de Bruch con el batería de Triana. Entre Eugenio y Chiquito de la Calzada me quedo con los dos. Tengo claro que el estereotipo es una consecuencia del maniqueísmo, así que, cuando escribo en serio, lo utilizo lo justo. Si el poder catalán prefiere azuzar la xenofobia con medias verdades, él verá. A mí no se me ocurre considerar un hecho histórico contrastado que Wifredo el Velloso puso de moda la barba de tres días para no tener que comprar una cuchilla.
 

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