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Fillon, el católico

Conozco Francia como la palma de mi mano. Es decir, muy poco. Que yo sepa, nadie se fija en la palma de su mano. Tampoco ayuda a conocerlo la tendencia a la bipolaridad de un país que lo mismo patenta el Absolutismo que la Ilustración. Francia, para una analista, es como Redondo, el del autopase, para un lateral: imprevisible. Por eso ha sorprendido la victoria de Fillon en la primera vuelta de las primarias de la derecha. Tanto más cuanto que el ex presidente Sarkozy, remedo de Bonaparte, optaba a retornar al Eliseo para abandonar el segundo plano, su particular isla de Elba.
Entre los defectos de Fillon hay quien incluye su catolicismo declarado. Es un conservador tan atípico que en lugar de creer para sus adentros asiste a misa los domingos. Nada que ver con sus correligionarios. Por lo general, en su día de descanso la clase política de derecha ha sustituido la media hora de la homilía por los 30 minutos de actividad física, lo que confiere al estiramiento rango de liturgia y emparenta a la bebida isotónica con el Cáliz.  
Además de optar en público por el reclinatorio, el candidato tampoco esconde sus críticas al matrimonio homosexual y sus advertencias sobre el expansionismo islámico. Es, pues, un católico tridentino que no rehúye el cuerpo a cuerpo ni adapta su fe al entorno, a diferencia de una parte de los católicos actuales, que sería incapaz de participar en un seminario sobre el Madrid-Barça a doble vuelta, primero en Sabadell y después en Móstoles, porque le aterra el disenso. A diferencia de Fillon, los católicos que esconden su fe no han entendido que al huir de la polémica dejan solo a Jesús, la bandera discutida. 
 

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