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"Histérica por la dos"

Voy en el coche. Un tanto distraida. Cotilleando como por inercia (defecto de profesión, quizás) lo que ocurre en los coches ajenos. Parada en un semáforo peatonal, observo en el coche de enfrente a una sulfurada madre en plan "histérica por la dos" (inciso para las más jóvenes, yogurinas, diría yo...: en la peli Solo en casa, la operadora que coge el teléfono a la angustiada madre de Macaulay Culkin le suelta esta encantadora descripción al compañero con una frialdad aterradora) dando un severo discurso a su hija adolescente, que va sentada en el asiento del copiloto. La madre habla y habla, no con el mejor tono del mundo, a juzgar por los movimientos de manos y cabeza; la niña, como abstraída, mira por la ventana sin prestar demasiada atención. Pero su madre insiste y ella, en algún momento, se gira y afirma displicente con la cabeza.

Ante esta escena, ¿cuál creéis que será el resultado final de la acalorada 'conversación', o más bien monólogo?:

A/ La niña asiente con la cabeza mientras escucha con atención a su madre y asume el mal comportamiento haciendo un firme propósito de no repetir nunca más lo que ha hecho.

B/ La niña no se entera de nada y solo piensa en lo pesada que puede llegar a ser su madre y las ganas que tiene de llegar al colegio y no oírla más.

C/ Mientras la madre discurre, la niña se imagina a sí misma practicándose un harakiri rápido e indoloro.

Lo cierto es que no tengo la menor idea de qué pasará después. Ni conozco a la madre, ni a la hija, ni sé cuál era la causa del conflicto ni cuál será su solución, si es que la hay. Lo único que sé es que el noventa por ciento de las correcciones que les hago a mis hijos van en esa línea; y que lo único que se me ocurre al ver a esa pobre madre encendida del semáforo es decirle: "a ver, alma de cántaro, relájate un poco y cuando se te haya pasado el enfado (razonable o no) y tu hija esté un poco más receptiva, ya lo hablas y corriges lo que haya que corregir.

Está claro que las cosas, vistas desde el ángulo de "el otro", siempre son mucho más sencillas. Pero claro, cuando llevas veinte minutos en la puerta de casa insistiéndole a tu hija de cuatro años en que se ponga el jersey porque en la calle hace mas frío que en el Polo Norte antes del cambio climático, mientras la pequeña se quita los zapatos porque acaba de decidir que le quedan pequeños, el bebé opta por hacer sus necesidades en ese instante, el niño vuelca una caja inmensa de legos en el salón para hacer más corta la espera y la mayor insiste -con toda la razón- en salir por la puerta porque no quiere llegar tarde, ¡que venga alguien a decirte que te calmes! En un caso como este, lo único que tienes dentro es una carga de furia -contenida, algunas veces, desatada otras- de la que solo quieres liberarte de una manera u otra y, en el mejor de los casos, soltarás en forma de sesudo discurso sin adaptación infantil.

Sin embargo, aquí está el quid de la cuestión: ¿qué narices aporta el discurso o, en su caso, la bronca o los gritos? Probablemente, poco. Habría sido mucho más útil, aunque requiere mucha serenidad y autocontrol, tomar un camino intermedio de entrada. Parar, pensar, respirar hondo y decir algo que de verdad sirva para recuperar el contacto con el niño/adolescente, antes de decirle lo que ha hecho mal y las consecuencias que eso va a tener.

O, incluso, si tienes un 'día Mary Poppins' y estás dispuesta a aplicar las técnicas de la "Disciplina Sin Lágrimas", te agacharás, la mirarás con cariño y tratarás de empatizar con ella diciendo algo del tipo: "¿Qué pasa, cariño? ¿Te molesta el jersey? Lo entiendo, pero tienes que ponértelo porque ayer nevó mucho en las montañas y el viento que llega desde allí viene tan congelado que te va a provocar una (maldita) pulmonía y te puedes poner muy malita". En principio, ella debería relajarse y asentir con pesadumbre mientras accede a ponerse el dichoso jersey... Ahora, si la cosa no funciona, igual el "día Mary Poppins se nos va al garete ya a primera hora y terminamos añadiendo a la frase anterior algo un poco más visual del tipo: "y te tendrán que llevar al hospital y pincharte un montón de veces y ponerte medicinas para que te cures, y tú no quieres que te pase eso, ¿verdad que no...?".

En fin, que por el camino, nos salga mejor o peor la cosa, los días que logramos contener los gritos y mantener la calma, a pesar del follón y de los contratiempos cotidianos; mientras nos esforzamos, con esto de la educación, en hacer de nuestros hijos buenas personas y felices, lo que seguro que conseguiremos es ir haciendo de nosotros padres y seres humanos cada día mejores. Yo, entretanto, mientras sigo intentando perfeccionar la técnica, hacerla efectiva, mantener la calma y conectar con las emociones de mis hijos en lugar de enfrentarme con ellos en una lucha infructuosa, me quedo con una frase de los autores del libro que comentaba más arriba -Disciplina sin lágrimas-: "Deja en suspenso cualquier conducta concreta y da a la relación con tu hijo siempre la máxima prioridad".

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