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Las maras demócratas

En España quien nace lechón, muere cochino. Y quien nace cordero, muere degollado. A Jesús, aquí, se le habría aplicado la ley de vagos a las primeras de cambio. Siempre que hubiera sorteado la de extranjería. En Estados Unidos, sin embargo, un lechón puede convertirse en presidente si los votantes creen que el gruñido es un modo de hablar claro. El problema para Trump es que, aunque ha alcanzado el poder con el idioma del lechón, debe de ejercerlo sin farfullar el del cochino.  
Para evitarlo tiene previsto rodearse a buena gente. Si Donald escoge como acompañantes a los católicos habrá que entonarle es un muchacho excelente, pero no creo que ellos secunden la propuesta de patear al chicano porque es lo contrario de darle dos monedas al posadero para que le cure las heridas que se ha producido al atravesar río Grande. Cierto que ya no habla de levantar un muro entre la tierra prometida y el cielito lindo, pero está por ver que no lo intente. En otras palabras, Trump no tiene que cambiar de discurso, sino de ideas.
En cuanto a los demócratas, tienen que cambiar de discurso, de ideas y de conducta. La paliza propinada por sus maras a un votante de Trump revela la intransigencia de la progresía, el fascismo verde de quienes entienden que las urnas sólo pueden validar el poder de las flores. Como cree que la América profunda ha optado por el napalm el pacifismo intenta deslegitimizar el resultado mediante la violencia callejera. Es una estrategia peligrosa porque una cosa lleva a otra. No hay que descartar que su próximo paso sea poner una bomba en el estadio de los Yanquis en mitad de la Superbowl o boicotear el día de acción de gracias en mitad del trinche del pavo. 
 

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