Puritanos
La impiedad de Pablo Iglesias resulta, sin embargo, irreprochablemente lógica en un mundo sin Dios, en el que no puede haber perdón. En una sociedad religiosa, ante un cadáver se detiene el ansia justiciera, se aplaca la cólera, enmudecen los reproches; porque “la muerte todo lo calla”. Pero esta lección elemental de antropología no vale para las sociedades sin Dios, donde el puritanismo no deja de acusar ni siquiera en presencia de la muerte, donde el furor censorio de los que se creen irreprochables no se detiene ante el sufrimiento del prójimo. Pero más patético aún que este puritanismo rigorista de Iglesias es el puritanismo con freno y marcha atrás de los correligionarios de Rita Barberá, que ahora se muestran muy lloricas ante su cadáver, después de haberla abandonado a su suerte cuando aún estaba viva, mientras los medios de comunicación carroñeros le lanzaban dentelladas sin descanso, hasta conseguir que la depresión y la ansiedad la convirtieron en una sombra de lo que fue, hasta conseguir que su corazón reventara. Y estos correligionarios puritanos, después de abandonarla en vida, pretenden que su muerte tenga un efecto lustral o amnésico sobre su vileza, como si fuese la sangre del Cordero, lavando sus faltas de ayer mismo, cuando la expulsaron de su partido, cuando la dejaron sola ante las dentelladas de los carroñeros, cuando la evitaban en los pasillos, cuando no le cogían el teléfono, cuando la trataban con displicencia y hasta con desdeñosa crueldad, como siempre hacen los puritanos con el pecador (aunque sepan que no ha pecado, aunque sepan que ha pecado menos que ellos). Pero la muerte de Barberá, lejos de lavar la culpa de sus correligionarios, la hace resplandecer como una llama.
¿Y cómo piensan estos puritanos alcanzar el perdón de sus culpas? No será, desde luego, celebrando minutos de silencio, cáscaras vacías de donde ha desertado Dios, el único que –muerta Rita Barberá– podría perdonarlos.
Artículo publicado en ABC el 26 de noviembre de 2016.
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