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Rita y los lobos

La táctica de guerrilla del infarto confiere al corazón rango de ejército francés napoleónico. En el factor sorpresa radica gran parte del éxito de la angina de pecho, cierto, pero lo de Rita Barberá se veía venir. El carácter expansivo de esta mujer casaba mal con el ostracismo que había decretado para ella su formación política. Puede que la ex alcaldesa de Valencia haya sido víctima de los triglicéridos, pero también del ninguneo de los próximos, del vituperio de los distantes y del desprecio del resto. Es de suponer que en el deceso de Rita hayan colaborado mano a mano el colesterol alto y la amargura, que es el cáncer de los sentimientos.
Los españoles somos muy dados a romper el corazón, a juzgar por adelantado y a entonar el pío, pío que yo no he sido. Con la senadora de cuerpo presente todo el mundo se echa el muerto para eludir su presunta responsabilidad en el óbito. Circunscribo el término presunta al ámbito de su muerte física, porque en la muerte política uno de los autores ha sido su propio partido. No sin razón, Aznar se ha lamentado de que a Barberá le haya llegado su hora tras abandonar el PP por la puerta de chiqueros, inmerecido escarnio para quien había salido tantas veces por la grande.
Aznar rezuma resentimiento, sí, pero que se la tenga jurada a los suyos no contamina su análisis. No digo que la nombraran fallera mayor tras su imputación, pero hubiera sido un detalle no tratarla como a un ninot sin derecho a indulto. Y todo porque los tribunales son considerados por los partidos una prolongación de sus comités de disciplina, de modo que un auto judicial preludia una depuración interna para mitigar su onda expansiva. Ni que decir que esto ocurre porque los profesionales de la política consideran que las siglas estén por encima de las personas, que es como creer que el INRI es más importante que el crucificado.
En este asunto no sé si es peor la hipocresía del PP, el viudo divorciado, o la ruindad de Unidos Podemos, cuyos diputados se ausentaron del Congreso para no secundar un minuto de silencio decretado en memoria de la senadora. La formación arguye que la muestra de respeto es un camuflado acto de homenaje. De lo que se deduce que el populismo interpreta desde la ideología hasta los velatorios. Como se le ocurra a Rajoy soltar una lagrimita en el entierro va a tardar Iglesias medio minuto en llamarle Arias Navarro. 
 

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