Tabú: educación de los dirigentes de empresa
Incluso hoy, la educación de los futuros dirigentes puede parecer un tema tabú que conviene no tocar por miedo a levantar “heridas” históricas; sin embargo, la falta de liderazgo propositivo a nivel mundial, ¿no es acaso una llamada de atención? Si de verdad nos interesa que los pobres dejen de serlo, para aspirar a una mayor calidad de vida, es necesario, cuando menos, cuestionarnos la necesidad de formar a las generaciones del mañana. Claro que hay riesgos. Por ejemplo, caer en complicidad con los poderes fácticos, pero eso dependerá de la línea institucional. Cuando se tienen las cosas en claro y se aplican los puntos del reglamento en dicho sentido, se colocan las bases y es posible hacer proceso. De hecho, el aporte de los empresarios, aparece claramente en el documento de Aparecida (cf. 62, 285 y 404), en el que participó activamente el entonces cardenal Bergoglio. De modo que, en el sentir de la Iglesia, está la conciencia de hacerlo. Ahora toca bajarlo a la realidad en dos direcciones. La primera, implica animar a las instituciones que han permanecido trabajando en tan complicado –pero, siempre necesario- campo pastoral y la segunda, organizarse y dar paso a nuevos centros educativos en los lugares que así lo requieran. También se impone la tarea de revisar –y, en muchos casos, corregir- el rumbo de las instituciones ya existentes, aplicando políticas que vayan en la línea de la Doctrina Social de la Iglesia y no de las ideologías. El punto es comprender que la “opción por los pobres”, también implica una “opción por la evangelización –sensibilización social- de la cultura”. No es reducir la fe a un programa, sino aplicar –o, mejor dicho, encarnar- la espiritualidad en la construcción de un mundo mejor. Hacerlo, no desde un slogan, sino a partir de la oración que se abre a la acción.
¿Qué se puede enseñar a las clases dirigentes? Al menos, cinco aspectos básicos. Primero, favorecer la experiencia de Dios, desde la oración y los sacramentos, sabiendo identificar su huella en los demás; especialmente, en aquellos que sufren. Segundo, brindar los elementos teóricos y prácticos para que su gestión sea profesional e innovadora. Tercero, darles a conocer de forma atractiva la Doctrina Social de la Iglesia. Cuarto, generar experiencias de participación en pro de los sectores desfavorecidos y quinto, si se trata de un colegio en el que hay religiosos o religiosas, llevarlos a conocer el sentido de la vida consagrada como recordatorio de lo esencial en medio de lo accesorio. ¿Cómo? Ofreciendo comunidades abiertas, que exista la confianza y la seguridad de poder ir en busca de ayuda y/o acompañamiento.
Dejemos a un lado el tabú, para entrar de lleno en la ardua tarea de formar hombres y mujeres que sepan ser líderes en clave de servicio. Abandonando los colegios céntricos, no nos volvemos libres. Al contrario, puede constituir, una falta de responsabilidad a nivel sociocultural, toda vez que tales instituciones ofrecen la oportunidad de sostener otras que se inserten en medio de los niños, adolescentes y jóvenes más desfavorecidos. No se trata tampoco de mantener obras sin sentido. Antes bien, saber reorganizarlas o, en su caso, reubicarlas, pero buscar que sean una respuesta concreta al paradigma de la educación y de la formación. Vale la pena incidir, participar, animar y, sobre todo, ofrecer otra vía posible que, sin negar la rica tradición pedagógica de la Iglesia, sepa involucrar los avances de nuestro tiempo. El momento es ahora.
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