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Fundación Kolbe: 25 años


Será en un 2017 que asoma a la vuelta de la esquina con el Centenario de las Apariciones de Fátima y que, intuyo, inaugurará de verdad el siglo XXI.
El siglo pasado desapareció realmente con Fidel Castro y la derrota de Hillary Clinton.
 
Pero ya estoy hablando de política.
 
¿Cómo pudo el padre Kolbe, cómo pudo por todos los millones de rayos y truenos del mundo, no hablar jamás de política en aquellos convulsos años 30 del maldito siglo XX? Un servidor lo intenta en las redes sociales y no lo consigue, claro.
 
Un servidor no es santo.
 
San Maximiliano Kolbe es un gran santo. Un santo de los medios de comunicación que demostró que es posible tener audiencias millonarias sin ofrecer basura y pornografía política -y de la otra-.
 
Un santo que no será de la devoción de las grandes cadenas, ni de las medianas con el número de la mala suerte para supersticiosos.
 
Al despedirse, camino de la deportación a un campo de concentración en 1939, Maximiliano Kolbe dijo a sus compañeros franciscanos las palabras que dan título a una obra del gran André Frossard: "No olvidéis el amor", que es el relato de las aventuras y el final heroico de un joven polaco de familia muy pobre, que provocaba la admiración de sus maestros por las muchas dotes que poseía.
 
Lo vemos encaminado hacia una gran carrera de ingeniero o de inventor.
Pero escogió la vida religiosa "para convertir la tierra entera".
 
Su fe, su fuerza y su energía llenaron de éxito todas las empresas que emprendió.
 
Poco antes de la última guerra mundial, dirigió una verdadera "ciudad mariana", el convento mayor del mundo -setecientos franciscanos menores conventuales, ojo- y una enorme imprenta con treinta y tres rotativas, que editaba trece publicaciones, la principal de las cuales tiraba un millón de ejemplares. Llegó hasta el Japón, en donde, sin dinero y sin conocer el idioma, en el plazo de un mes organiza el lanzamiento del mayor diario católico japonés.
 
Durante el régimen nazi fue detenido y deportado a Auschwitz.
 
En este campo de la muerte prosiguió su labor y continuó brindando su fortaleza a los demás. Murió en 1944, ocupando el lugar de un compañero condenado a morir de hambre, tras catorce días de terrible agonía.
 
Fue la lectura de este libro la que inspiró el nacimiento de la Fundación Kolbe de Publicitarios Católicos.
 
Manolo Portabella y un servidor éramos dos conversos en plena caída del caballo. Volver a montar y acertar con una senda más o menos cristiana nos llevó algunos años de excesos, de golpes, de fracasos y de experiencias en un frente lleno de campos de minas y francotiradores.
 
Sobrevivimos.
 
Solo porque el señor Portabella cuando se acoda en la barra de un bar toma posesión de ella, en nombre de Dios y en el suyo propio, y nadie puede ocupar ya aquel sitio.
 
Y esto lo lleva a otras situaciones que se dan en esta perra vida, en este Valle de la Muerte. El señor Portabella siempre resiste.
 
Uno tenía buena puntería, el temblor del pulso se le iba con dos whiskys y acertamos en el blanco unas cuantas veces. Sin embargo, la caballería nunca llegó en nuestro auxilio y, al final, tuvimos que adentrarnos en el desierto.
 
La bandera quedó clavada en un montículo.
 
La Fundación Kolbe fue un fracaso humano.
 
Y fue, espero, un triunfo divino.
 
Una semilla que cayó en alguna tierra fértil.
 
De esto hace un cuarto de siglo. Hoy la comunicación en la Iglesia se hace mucho mejor. Ahí están, por ejemplo, Juan Della Torre y Matías Colombres que han llegado a estas Malvinas de la publicidad del Evangelio desde la patria argentina y han montado https://www.lamachi.com y han ganado premios; y con el mismo Manolo idean y producen http://ift.tt/1TMTd7d y libran otras muchas batallas.
 
Ahí estuvieron algunos cowboys solitarios como Alex Rosal, que fue el primero que creyó en nosotros. Y Carlos Esteban que nos descubrió en la web y se lo dijo a Julio Ariza. Y Gonzalo Altozano, que se inventó el "editorial anuncio", y teníamos que hacer uno a la semana, con resaca o sin ella.
 
Y el capitán Monasterio, Kiko M., el grande. Y también el caballero Peyró y el ubicuo Itxu Díaz. Y tres fans como Susana, Julen y Gabriel Ariza.
 
Y Rafael Miner. Y el sheriff Alfonso Basallo. Y tanta gente que nos miró bien, con cierta ternura. Como Pedro Juan Viladrich o Xavier Horcajo o el señor Algarra.
O Alfageme, Dávila, Gil, Mata, Torres, Marín, Bans, Esparza, García Serrano, De Diego.
 
Me dejo a muchos.
 
Pero no quisiera olvidar a nuestro santo particular, Luis Rubio Castel, enfermo de fibrosis quística, enorme creativo, que me engañó porque no me dijo que estaba TAN enfermo. Y murió después de más de ocho horas de operación para el trasplante de un pulmón.
 
Y nuestro cura: Bruno Bérchez, diseñador de los buenos, que llegó a Kolbe con 21 años, ateo y se fue, convertido, al Seminario.
Se convirtió en el Cottolengo del Padre Alegre, porque vio a Cristo, el Amor, en todos los miserables y no se olvidó de ellos.
 
Bruno no olvidó el Amor.
 
Bueno, antes de que me emocione, aquí les paso unos enlaces por si quieren ver trabajos de la Fundación Kolbe: http://ift.tt/2h2QMRH y http://ift.tt/2g6RKz2
 
También pueden seguirnos en twitter: @pakez y @FundacionKolbe
 
Y si quieren dar algo de pasta para editar un libro conmemorativo, será muy de agradecer y les regalaremos un par de ellos, para que los compartan en la parroquia.
 
Paz y Bien, hermanos.
Y hermanas, aunque se supone, pero por una vez y sin que sirva de precedente, suelto la cursilada. Vayan con Dios.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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