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San Sabas, Abad.



San Sabas, Abad. 5 de diciembre.

Nació el santo en 439, en Mutalasca, Cesarea de Capadocia. Sus padres, Juan y Sofía eran nobles y virtuosos. Cuando Sabas tenía 5 años su padre, que era oficial del emperador Valentiniano III, hubo de ir a Alejandría a sofocar una revuelta, y su mujer le siguió. Dejaron al pequeño Sabas con Hezmias, su tío materno, el cual tenía una mujer insoportable y que hizo sufrir mucho al niño. Así pasaron tres años, hasta que Sabas escapó de casa de su tío y se fue a Escandes, donde vivía Gregorio, su tío paterno. Esto provocó una pelea entre las dos familias, no por cuidar del niño, sino por administrar sus bienes. Viéndose Sabas en medio de todo aquello, con solo 10 años comprendió la vanidad del mundo, sus lazos y ambiciones y se escapó al monasterio de Flaviano, cerca de su aldea natal. Aunque era pequeño, los monjes vieron en él un porte inocente y una sencillez que les hizo admitirle al monasterio y sin darle el hábito aún, accedieron a educarle. Pasó el tiempo y sus tíos se reconciliaron, y quisieron que saliera del monasterio. Pero Sabas quiso completar su educación, y además, cuando llegó a la juventud manifestó que quería dedicarse a la oración y la penitencia como monje.

A los 18 años Sabas pidió permiso a su abad para visitar los Santos Lugares. El abad, que sabía que aquello no venía de la vana curiosidad y confiaba en la integridad de Sabas, le permitió hacer el viaje. En 457 llegó a Jerusalén, donde vivió en el monasterio de San Pasarion, donde mucho le quisieron e intentaron que se quedara con ellos. Visitó a San Eutimio el Grande (20 de enero), donde este santo abad le tomó mucho cariño y le recomendó que visitara a San Teoctisto (4 de enero) en su monasterio y allá se fue Sabas. A Sabas le gustaba el recinto, pues era un monasterio donde cada monje vivía separado por completo, y solo se compartía la oración. Este era un monasterio donde se vivía la Regla con total observancia, el trabajo en silencio, la oración en común y en privado, la comida era frugalísima. Así que Sabas quiso vivir allí un tiempo, y todos encantados. Pronto fue el primero de todos en la observancia y en la caridad con los hermanos, sobre todo con los ancianos.

Allí vivió el santo durante casi 5 años, en esa paz que da el servicio divino cuando sucedió que le nombraron compañero de un monje en un viaje a Alejandría. En la ciudad encontró a sus padres, que le reconocieron a pesar de los años y lo macilento de su rostro, por la austeridad y penitencias. Su madre hizo todo lo posible para volverle al mundo, prometiéndole amor, bienes, honor y algún ventajoso matrimonio. Ruegos, lágrimas y amenazas… nada pudo doblegarle. Y aún dijo el santo a su padre: "Si las leyes de la guerra castigan con tanto rigor a los desertores, ¿qué castigo no ha de esperar de Dios el que abandonaba su servicio?". Con esta respuesta sus padres quedaron muy edificados y conscientes de que su hijo era un santo, se encomendaron a sus oraciones y le dejaron servir a Dios.

En 469 murió Teoctisto y Eutimio aconsejó a Sabas que se retirase a una soledad más estricta aún. Así que Sabas se alejó de los monjes y vivía en una cueva durante cinco días tejiendo cestos y orando. Solo dormía tres horas, para volver a la oración. El sábado llevaba sus cestos a los monjes, estaba con ellos por la tarde y el domingo oraban todos juntos. Cada año San Eutimio lo llevaba consigo al desierto de Ruban, donde se creía que Cristo había pasado sus cuarenta días de desierto. Partían el 14 de enero y allí estaban hasta el Domingo de Ramos, cuando volvían luego de pasar una austerísima cuaresma en ayuno casi total y penitencia extrema.

En unos años la relajación hizo presencia en el monasterio de San Teoctisto y Sabas, que ya tenía 35 años, se alejó de allí enseguida, yéndose al desierto, cerca del monasterio de San Gerásimo (4 y 20 de marzo, Iglesias Griegas), donde se retiró a una cueva. Allí le atacó el demonio sin piedad, tentándole, golpeándole, apareciéndose en formas horribles, haciendo ruidos para que no durmiese lo poco que lo hacía. Pero Sabas le vencía una y otra vez a fuerza de oración y penitencia. En 478 Sabas buscó aún una soledad mayor, y la halló entre las rocas del monte donde antes había vivido San Teodosio el Cenobiarca (11 de enero). Solo se elimentaba de las raíces que hallaba entre los riscos y bebía agua de una fuente que estaba a dos leguas. Se descolgaba diariamente por una cuerda que había trenzado iba a la fuente, bebía y volvía a su retiro. Un día unos transeúntes vieron la cuerda, subieron por ella y le hallaron en oración, y admirados de su penitencia, comenzaron a visitarle frecuentemente. Al poco tiempo ya eran cientos los que le pedían consejo, oraciones y escuchaban sus palabras santificantes.

Y comenzó a tener discípulos, a pesar de sus deseos de soledad, y cuando comprendió era voluntad divina fundase monasterio, consintió en levantar una capilla en medio de las cuevas, con un altar en ella para que los domingos un sacerdote subiera a cantarles misa. Porque entre ellos no había sacerdote alguno. Es que Sabas tenía un alto concepto del sacerdocio y por eso no se consideraba digno de serlo, y además, tampoco quería lo fuesen sus monjes, a los que quería como simples siervos de Cristo y no como presbíteros con cargos y dignidades. Algunos discípulos se quejaron ante San Salustio de Jerusalén (3 de marzo), el obispo, el cual les citó a todos para tomar cartas en el asunto. Los monjes díscolos pensaban que el obispo iba a destituir a Sabas como superior, pero el obispo lo que hizo fue ¡ordenar presbítero al santo!, juzgando, con razón, que en aquellas soledades, al menos un sacerdote debían tener. Y dijo a los monjes: "este es vuestro Superior: no han sido los hombres, sino Dios quien lo ha puesto en este oficio. Yo no he hecho otra cosa, que pres tar mis manos al Espíritu Santo para conferirle el Sacerdocio. Honradlo como a vuestro padre, y obedecedle como a vuestro Superior". Esto fue en 491.

Entre los que fueron sus discípulos más fieles estuvo San Juan Silenciario (13 de mayo), el cual fue guiado a las lauras de Sabas por una misteriosa luz. Sabas le recibió, pero antes de armitirle en el monasterio, le encomendó los trabajos más penosos, como tirar las inmundicias, servir a los enfermos y besarles las llagas, acarrear piedras y cubas de agua, lo que hacía Juan siempre sin quejarse. Fue Juan mayordomo o provisor del monasterio, y a los cuatro años de su llegada quiso Sabas ordenarle presbítero también. Pero el santo se negó rotundamente, pues él era nada menos que obispo de Culoaia, de donde había escapado. Dios reveló a Sabas el por qué no podía ser ordenado presbítero, pues ya lo era, y Sabas se postró a los pies de Juan llamándole padre y prometiéndole no revelar su secreto.

Tuvo el santo la dicha de ver a su madre unos años después, cuando esta, ya viuda y anciana, fue a visitarle a su monasterio. Murió en sus brazos la santa mujer y Sabas, con el dinero que su madre le había dejado, edificó una hospedería para los monjes de paso y un hospital a los pies del monte, para los peregrinos. Además, fundó otra laura para educar a los jóvenes que se preparaban para ser religiosos, la cual podría decirse fue la primera Casa Noviciado conocida. Como la fama de Sabas crecía entre los monjes, muchos querían aprender de él y muchos monasterios querían seguir su modo de vida, el obispo Elías de Jerusalén le nombró Exarca, o superior de todos anacoretas que habitaban los desiertos. Algunos no aceptaron aquella tutela, que no entraba en el gobierno interno de los monasterios, y promovieron litigios. Sabas entonces se retiró a un alejado desierto, donde tenía por techo únicamente una palmera. Allí esperaba no lo hallasen y no le volviesen a hablar de mandatos y prioratos, pero le hallaron y le devolvieron a su monasterio. Una segunda huida, y de nuevo al monasterio. Entonces, para acabar con los problemas, aceptó que los monjes y anacoretas rebeldes fundasen su propio monasterio, fuera de su exarquía, para lo cual él les proveyó de lugar y algunos bienes. Y todos en paz.

En estos años se desató la herejía nestoriana, por lo que Sabas estaba alerta permanentemente, no fuera que la herejía inficionase alguno de sus monasterios. Por esta razón visitaba frecuentemente los recintos bajo su exarquía. Y efectivamente, en algunos de esos viajes convirtió a algunos nestorianos o eutiquianos que hallaba por el camino. Y aunque amaba el retiro y detestaba los asuntos del mundo, hasta dos veces viajó a Constantinopla para enfrentarse al emperador Anastasio, que favorecía a los herejes y llegó a desterrar al obispo Elías de Jerusalén. Con solo su presencia redujo la necedad imperial, contuvo a los eutiquianos y animó a los católicos a permanecer firmes en la verdadera fe.

Una tercera vez viajaría, esta vez a Cesarea de Palestina, para poner por obra en los monasterios y las iglesias los edictos del Concilio de Constantinopla, y eso a pesar de que tenía 80 años y estaba muy debilitado por las penitencias. Y aún en 529, con 90 años, viajó por tercera vez a Constantinopla a defender a los católicos de Palestina, que habían sido calumniados ante el emperador Justiniano. Este quedó satisfecho y se prendó de la santidad de Sabas, accediendo a su ruegos de edificar un hospital en Jerusalén, que reparase algunas iglesias y edificar una muralla alrededor de su laura, para que los eremitas estuvieran a salvo de forajidos. Una anécdota dice que, estando en una reunión con el emperador, tocaron a Tercia y Sabas se levantó sin más para ir a la oración. El monje que le acompañaba le preguntó discretamente si pensaba dejar al emperador plantado en medio de la audiencia. Y Sabas le respondió en voz alta: "lo que pienso es que es hora de Tercia, y que Dios me quiere más en otra parte que aquí". Y salió tranquilamente rumbo a la iglesia.

De su vida monástica se cuentan muchas anécdotas que resaltan su amor a la Regla, a la caridad, su extrema obediencia, penitencia y ascetismo. Una narra que, habiendo un día tomado una manzana del huerto común, le dio tanta vergüenza haberlo hecho, que no solo no la comió, sino que jamás volvió a probar fruta alguna. Era sobrio en todo. Comer, dormir, hablar… todo su día era una oración constante, incluso cuando trabajaba, como enseñan las costumbres monásticas. Otra anécdota, con ese sabor de la sabiduría de los Padres, cuenta que yendo con un monje de camino, al pasar junto al río Jordán, vio venir a dos mujeres. Desde su juventud Sabas jamás había mirado a mujer alguna al rostro, imponiéndose siempre la mortificación de mirar al suelo. Queriendo saber si su compañero igualmente cuidaba su pureza, le dijo: "Que pena de señorita esa. Tan joven y le falta un ojo". El monje replicó: "la he mirado al pasar y está perfecta, no le falta ojo alguno". Y Sabas le reprendió acerca de lo importante de cuidar la modestia para preservar la inocencia, y para que la ejercitase, le envió a un desierto solitario, para que se acostumbrara a ello. Sabido es que Dios le concedió al santo el don de milagros, pues más de una vez multiplicó el pan para los pobres y para los monjes. En una ocasión en que no tenían ni para celebrar misa, San Juan Silenciario, a la sazón ecónomo suyo, le advirtió que no podían celebrarla, y Sabas levantó los ojos al cielo y clamó al cielo. En ese instante una recua de treinta mulas llegaron al monasterio cargadas de pan.

Finalmente, en 531, con 92 años, Sabas supo por revelación que su fin estaba cercano. El patriarca de Jerusalén le llevó consigo, para cuidarle bien, pero una vez que obedeció, Sabas quiso regresar a su celdita, donde no tenía nada de distracción, y se dispuso a morir, o mejor dicho, a vivir para siempre. Subió al cielo el 5 de diciembre del mismo año, y se le sepultó en medio del monasterio, luego de sentidos funerales al que asistieron muchos obispos, presbíteros y fieles. Su cuerpo se venera en la iglesia principal de su laura. En el siglo XII los cruzados se trajeron algunas reliquias a Venecia, donde aún se veneran, y otras reliquias se veneran en la iglesia que el santo tiene dedicada en Roma.

Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.

A 5 de diciembre además se celebra a San Gerbold de Bayeux, obispo.

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