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Tranquilos, nuestros nietos serán musulmanes

Con frecuencia, tanto dentro como fuera del confesonario, oigo a personas mayores creyentes decirme: “He intentado educar a mis hijos en la fe cristiana, pero mis hijos ni van a Misa, ni quieren saber nada de la Iglesia”. Cuando oigo una afirmación así, por una parte les insisto en la importancia, necesidad y eficacia de la oración, y por otra les pregunto si sus hijos tienen virtudes humanas, es decir si son honrados y buenas personas. Ahí generalmente me encuentro con una respuesta positiva.

Aunque intento levantarles la moral, hay sin embargo un punto en el que los hijos de estas personas fallan estrepitosamente: el de sus relaciones con Dios. Ante un Dios que es Amor, que nos ha creado porque nos quiere, que se ha hecho hombre por nosotros para nuestra Redención y Salvación, Jesús se encuentra frente a un muro que le dice “Déjame en paz, no me interesas”. Esto se nota precisamente más en Navidades, ante estas fiestas ya tan cercanas. Estamos conmemorando el nacimiento de Cristo, pero con una condición: no se puede mentar a Aquel cuyo nacimiento estamos celebrando. Fijémonos en tantas y tantas felicitaciones navideñas que se reducen a unos buenos deseos, pero donde Jesús está totalmente ausente porque nos molesta. Es como celebrar un cumpleaños, pero declarando al cumpleañero persona no grata.

Hay un segundo aspecto que también me preocupa enormemente: el aspecto educativo. Las personas mayores a las que hacía referencia han fracasado en su intento de imbuir a sus hijos valores religiosos, pero al menos han logrado darles valores humanos. Mucho me temo que los hijos de esta nueva generación no sólo no tengan valores religiosos, en los que no son educados, sino tampoco valores humanos.

Recuerdo un matrimonio ateo que decidió educar cristianamente a sus hijos porque, decían, oímos tales disparates, que queremos educar a nuestros hijos en unos principios morales sólidos y los principios morales cristianos nos gustan.

Renunciar a los valores cristianos significa dejar a los hijos sin puntos de referencia frente a barbaridades como la ideología de género, que pretende corromper a nuestros niños y jóvenes, persigue a los homosexuales que intentan llegar a la heterosexualidad y trata de abolir la familia, la religión e incluso la maternidad, como ya dijo la israelí Golda Meir, que fue primera ministra y en una entrevista con Oriana Fallaci, ya en 1972, declaró: «¿Se refiere a esas locas que queman los sostenes y andan por ahí desquiciadas y odian a los hombres? Son locas, locas. ¿Cómo se puede aceptar a locas como ésas, para quienes quedar encintas es una desgracia y tener hijos es una catástrofe? ¡Si es el privilegio mayor que nosotras las mujeres tenemos sobre los hombres!».

¿O es que hay padres a quienes no les importa que sus hijos sean libertinos sexuales o practiquen ellas el mal llamado derecho al aborto con sus consecuencias del síndrome postaborto y de arruinar la vida de quienes así actúan? Cierto que bastantes piensan, lo he oído muchas veces, que no van a educar cristianamente a sus hijos para que de mayores puedan optar libremente si quieren o no ser creyentes, lo que es una majadería del estilo de quien para no coartar que su hijos el día de mañana puedan ser ingenieros o abogados decide no llevarles a la escuela y mantenerles analfabetos. Creo que es bastante más fácil que unos chicos no educados en valores religiosos cojeen también en valores humanos. Si estos chicos no logran superar, y es difícil conseguirlo, la educación disparatada de los padres, van a encontrarse sin principios, valores, ni puntos de referencia. 

Recuerdo que en cierta ocasión tuve una conversación con una chica inglesa que me dijo: “En teoría soy anglicana, en la práctica sin religión. Pero como el ser humano necesita creer en algo, yo en lo que creo es en los horóscopos”. Y es que el vacío de Dios hay que llenarlo de alguna manera, muchas veces, como en este caso, con cosas no muy racionales.

Y aquí es donde está mi miedo, lo que da título a este artículo. Mucho me temo que estos chavales o sus hijos lleguen al convencimiento que Cristo y el Cristianismo no funcionan, porque además han visto su fracaso en sus familias, y en vista de ello, busquen una religión que logre dar respuesta a sus inquietudes, y ahí probablemente verán que hay una religión muy seguida por mucha gente, con una práctica religiosa bastante masiva, y se harán miembros de esa religión que además concede a los varones una gran libertad sexual mientras no sean homosexuales y que no es otra sino el islam. 

Y sin embargo, como católico que soy, ni puedo ni debo abandonarme al derrotismo. Lo específico del cristiano es la esperanza. Y aquí es donde está la gran ventaja y superioridad del creyente sobre el no creyente. Nosotros podemos dar razón de nuestra esperanza, que tiene un nombre propio y se llama Jesucristo. No hace muchos días me decía una persona: “Cuando tengo un problema, acudo al mejor psiquiatra y psicólogo del mundo, que además me sale gratis y se llama Jesucristo”. Y en un plano más general, no hace muchos días decía Angela Merkel en una frase afortunada: “Europa no necesita menos islam, sino más cristianismo”.

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