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Muna, hermosa primavera: milagro navideño

Ha sido una portada de periódico. Bien traída la fecha: 24 de diciembre. Nos asoma a lo más hermoso y lo más terrible de este tramo de la humanidad en la que vivimos. Remembranza de lo que hace dos mil años supuso otro viaje con asombrosas coincidencias, eso que los cristianos y los hombres de buena voluntad celebramos cada 25 de diciembre: Natividad del Señor.
 
La portada en cuestión nos muestra a una joven mamá, 17 años. Tres mujeres y dos hombres, ataviados con ropa de sanitarios, se asoman asombrados y sonrientes ante algo que nadie había previsto: una mamá y su pequeña recién nacida minutos antes, que tiene sobre su pecho con indescriptible serenidad y alegría. Aparentemente parecía un parto más de esos que ahora escasean en nuestra envejecida Europa que fomenta las mascotas de compañía y recela de abrirse a la vida humana que nos hermana con toda la imagen y semejanza que nos imprimió el Creador.
 
Esa mujer venía huyendo desde su Costa de Marfil natal. Mucho sería el sufrimiento y poco el horizonte de salida para que una joven con embarazo avanzado, decida iniciar un éxodo para soñar que un mundo distinto era posible para ella y su pequeña naciente. ¿Qué luz podría ver esa niña cuando abriese los ojos? No la de los incendios que destruyen la belleza, los que queman la dignidad y censuran la libertad. Esa madre joven se puso en danza con todos los riesgos que su gesto entrañaba. Mil avatares por tierra hasta la costa de Libia, y tantos otros avatares en un Marenostrum Mediterráneo que no siempre es balsa amable que te pasea hasta la otra orilla ensoñada, sino tumba que engulle cayucos hacinados de gente. La patera de esta mamá también apuntaba tragedia, hasta que fueron avistados y los fue a rescatar la fragata española Navarra. Había 218 dentro de la barcaza. Uno ya cadáver. Pero también venía en el seno de su madre la pequeña que estaba casi naciendo.
 
Una historia terrible por lo que dejas atrás de penuria, hambre, persecución y muerte en donde confluyen todas las precariedades humanas, las injusticias y tantos terrorismos, y también por lo incierto que tienes delante sin saber si llegarás a la meta a través de un viaje con todas las incertidumbres y temores. Entre el celeste azul y el marino verdoso, aquella mujer joven rompió aguas en pleno mar y vino al mundo la pequeña Muna, Muna Navarra, como ha querido llamarla su madre en gratitud a la fragata de la Armada española que como a Moisés las ha salvado de las aguas. Muna es un nombre de origen nórdico que significa “hermosa primavera”, y es el canto que uno escucha mirando esa portada en la que nuevamente florece la vida de Dios.
 
Duro el paisaje de fugitivos de la hambruna, de refugiados que huyen del terrorismo que en nombre de un dios falso imponen con malicia y saña una increíble fe. Porque el verdadero Dios, con todos sus nombres, no es ajeno a la misericordia y al perdón, ni mudo cómplice de la muerte y el terror. Pero Muna ha llenado la vida de hermosura primaveral en pleno diciembre navideño. Un nacimiento inesperado que nos pinta la esperanza, imprevisto e inmerecido en nuestro mundo insolidario y violento. También lo fue el de Jesús hace dos mil años. Su nacimiento llenó de una primavera eterna todos nuestros gélidos inviernos porque nacía el Salvador y Mesías. Brindo por la pequeña Muna y por su madre, desde el asombro por el divino nacimiento de Jesús, junto a María y José. El portalín hoy tiene otra guisa… pero Dios sigue naciendo haciendo nacer las primaveras hermosas que nos traen la esperanza de la vida.

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