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Por ser gilipollas

Como Sor Rosario no es monja contemplativa no ha visto venir al mozo que le ha propinado en Granada un puñetazo por el delito de ser monja. Ser monja es una oficio de riesgo en España, donde la añoranza de la segunda república lo mismo conduce a la institución libre de enseñanza que a la quema de conventos. La religiosa agredida no llevaba puesto el hábito, pero el laicista que se precie huele a una monja a kilómetros de distancia porque el perfume de Cristo, eau de perdón, con su toque de mirra, es inconfundible. Y el agresor era un laicista de los que se precian. Por eso, le aclaró a la hermana que le pegaba porque es monja. Huelga decir que si alguien le pega a él puede argüir que lo hace porque es gilipollas.
El problema es que ser gilipollas está mejor visto en España que ser monja. Esto es así porque en España hay más gilipollas que monjas y ya se sabe que la democracia, según Borges, es el abuso de la estadística, o sea, la dictadura de la mayoría. No todos los gilipollas pegan a las monjas, claro está, pero sí todos los cobardes que son gilipollas. Porque pegarle a una monja  es como echar un pulso a un manco. Otra cosa es que el chico de Granada le hubiera propinado un puñetazo a Mcgregor por ser boxeador, a Chuck Norris por llevar la barba recortada o al negro del Equipo A por ser negro.
Pegar a una monja es también la consecuencia lógica del constante ataque a la religión católica, a la que el laicismo relaciona con el franquismo como el profesor de preescolar relaciona a la semilla con el embarazo. Por esta razón, la nueva hornada laicista, a la que presumiblemente pertenece el joven granadino, cree que abofetear a una monja es como abofetear al generalísimo. De ahí el riesgo que corren la hermanas, a las que también atacan por su relación estable con el Omnipotente.  En el fondo, lo que persigue el laicismo es que Dios enviude a fuerza de acabar con las que se casan con Él.

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