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Els Segadors y Los cuatro muleros

El obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge, está preocupado por la situación de Cataluña. El arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, por la aprobación de leyes contra natura impulsadas por la izquierda con la aquiescencia de la derecha, que se comporta como el católico melifluo que en una conversación sobre Benedicto XVI acepta para pasar desapercibido que se identifique a Ratzinger con la Gestapo. A mí, particularmente, me preocupa más el avance de la ideología de género que la arenga de Forcadell a las juventudes hitlerianas independentistas porque mientras a la señora presidenta le tiemblan las piernas, la ley LGTB avanza sin que un fiscal jefe advierta a sus muñidores de que, a falta de que lo haga el Supremo, les juzgará la historia. 

Ambos problemas, empero, se complementan. Sólo una España que ha arrancado su raíz, la identidad cristiana, acepta la calle de en medio como punto de encuentro. Quienes desde la equidistancia creen que el referendo es la solución se equivocan, no ya porque validan que se infrinja la Constitución, sino porque creen que una hiena se contenta con marcar su espacio. En cuanto Puigdemont se asegure Barcelona, pujará por Valencia, donde ya gobierna Compromís, la quinta columna que requiere Cataluña para su expansión. Baleares sería la segunda en caer y está por ver si Podemos no le ayuda a conquistar Aragón habida cuenta de que Echenique no es Agustina.

Podemos colabora en la demolición del Estado con quienes quiere quedarse con su mejor parte, pero no es seguro que Els Segadors y Los cuatro muleros no salgan a coces porque mientras unos buscan la independencia otros persiguen la revolución. Ambas partes tienen en común, sin embargo, el modo en que persiguen a los que no comulgan con sus ruedas de molino. Aunque quien no comulgue se llame Serrat, que ha criticado el referendo porque en su opinión no reúne ninguna garantía. Por decir esto, a Joan Manuel los que le han escuchado siempre le han criticado y los que no le han escuchado nunca le han aplaudido. Luego estoy yo, que le aplaudo porque le ha escuchado siempre. Incluso durante el tardofranquismo, nuestra época victoriana. </span>

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