Testimonio, leyes e Iglesia
Dicho lo anterior, y sentada la premisa, es necesario situar una cuestión que es determinante. En las sociedades occidentales, en las que ha desaparecido todo acuerdo moral, la ley es el bien. Precisamente porque hoy en día solo hay una multiplicidad de morales individuales, y dado que una sociedad democrática necesita cohesión, aquella dispersión moral se corrige con las leyes. ¿Qué es lo bueno? La respuesta es lo legal. La ley señala el bien en nuestra sociedad, no porque lo sea -y esto forma parte del problema- sino porque suple aquella falta de acuerdo, y así es asumido porque es lo único que impide la anarquía del desacuerdo moral. Cuando se dicta una ley no solo se establecen unas normas a cumplir y unas prohibiciones a respetar, se hace algo más. Se dicta a la sociedad dónde está el bien. Un ejemplo lo muestra con claridad. Las legislaciones sobre el aborto, y más cuanto más permisivas son, las que no consideran al que ha de nacer, lo que hacen es normalizar el homicidio del no nacido, darle carta de naturaleza moral, de manera que al cabo de unos años, sobre todo cuando no se alzan voces potentes en contra que muestren la disidencia y las causas, acaba por convertirse en un hecho bueno, en un medio que ayuda a la igualdad y a la libertad de la mujer; en un derecho. En eso estamos.
Lógicamente, los cristianos debemos atender a las dos exigencias. La del testimonio y la guía pastoral y profética sobre las leyes, y no como un gesto sin visibilidad pública, sino como un dirigirse al pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad. Argumentar que existe una incompatibilidad entre ambas cuestiones significaría que algo no se está haciendo bien en cuanto a la forma de plantearlo, o bien que en realidad se está renunciando a afirmar la verdad cuando choca con la razón del mundo.
Publicado en Fórum Libertas.</span>
Enviar comentario