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Francisco insistió ante los consagrados: evitar «marchitarse» saliendo y «ensuciándose las manos»

En el Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo, de la archidiócesis de Trujillo, Francisco se reunió este sábado con sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas del Norte del Perú, donde reiteró su discurso contra el conformismo y la acritud de los consagrados.

"Me da mucha pensa cuando veo algún obispo, algún cura, alguna monja marchito", dijo, según recoge Aciprensa: "Y mucha más pena me da cuando veo seminaristas marchitos. Esto es muy serio. Por favor, hablen antes de que sea tarde”, porque "antes de que se den cuenta, no tienen raíces ya y se están marchitando. Todavía ahí hay tiempo para salvar. Jesús vino a eso, a salvar y si nos llamó es para salvar”.

En la línea de encuentros similares que mantiene el Papa en todos sus viajes pastorales, Francisco clamó, en algún momento con gesto enérgico, contra las "zancadillas" en el seno de las comunidades de consagrados y contra la falta de unidad: "Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, ¡y cuánto mal nos hacen!”.

“Me gusta subrayar que nuestra fe, nuestra vocación es memoriosa”, continuó, porque “sabe reconocer que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comienzan con el nacimiento de ninguno de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo”.

Alegría y humor
Francisco alentó luego a “aprender a reírse de uno mismo”, y dio “dos pastillas que ayudan mucho”. “Una: hablar con Jesús, la Virgen, la oración. Rezar, pedir la gracia de la alegría”, dijo. La segunda, añadió, “la podés hacer varias veces por día si la necesitás, si no, una sola basta. Mirate al espejo, mirate al espejo: ¿Ese soy yo? ¿Esa soy yo? Esto no es narcisismo, es lo contrario: el espejo acá sirve como cura”.

Tras recordar que “el Pueblo de Dios tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido”, el Santo Padre alentó a que se dejen “aconsejar por el Pueblo de Dios”. 

Y concluyó con otra de sus imágenes ya clásicas: “La fe en Jesús se contagia y si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un consagrado que no contagia, es un aséptico, es de laboratorio. Que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a comenzar a contagiar el amor de Jesús”.</span>

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