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Piropos

En la lengua española es clásico el piropo, la alabanza, el adjetivo superlativo y el ditirambo. A partir de ahora, por Andalucía, tierra de poetas aficionados y consumados, orgullosos de jugar con el lenguaje haciendo pareados y retruécanos, como te oigan o lean te cortan la lengua y lo que ha de menester situado en donde todos sabemos.

Hay una campaña promovida por los junteros de Sevilla, deseosa de quitar a los “animales” que exhalen esas loas tan andaluzas como castizas. Consideran, estos policías sin pistolas del lenguaje que toda alabanza es machismo desorejado germen de futuros agresores de la violencia doméstica.

Cuando alguna familia amiga me invita a comer, tengo por costumbre piropear a la cocinera, delante de su marido, de las lindezas culinarias que salen de sus manos femeninas. En caso que tarde en no ponderar la degustación del menú, me suelen decir:

¿Hoy no le gusta la comida?

Lo que indica que en el alma de la señora de la casa existe una necesidad humana y psicológica de verse y sentirse piropeada por el esfuerzo que ha realizado ante los fogones.

Estos enemigos del “piropeo” o están alejados de la realidad humana elemental, o confunden la velocidad con el tocino, o no saben en qué gastar el inmenso presupuesto donde pastan y retozan desde hace muchos largos años.

Es cierto que se puede ofender a un hombre, o a una mujer, cuando se sueltan por la calle burradas irreproducibles por escrito. Pero esto son casos aislados y en extinción.

La buena educación de las relaciones humanas y cristianas no está reñida con la alabanza, con la loa, con la valoración positiva de una acción la haga quien sea.

Don Quijote dijo: A buen callar llaman Sancho.

Y es cierto. Pero desear que seamos mudos y quitemos la costumbre española de admirar la belleza de una obra buena está contra todo lo humano y lo pedagógico que existe entre las relaciones humanas de personas normales.

Nunca abandonaré la alabanza y la loa en mi vida, porque el mismo Jesús de Nazaret alabó y muy bien dicho a lo largo del Evangelio.

Tomás de la Torre Lendínez</span>

 

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