Mingote y Forges
Por esta causa, el sectarismo ha impedido a media España admirar a Mingote y a la otra admirar a Forges. Ambos dibujantes mantuvieron en vida una relación de cariñoso respeto y ambos consiguieron que su orientación política, en nada coincidente, no convirtiera sus chistes en panfletos. En uno sublime que el primero publicó en ABC un señor de cierta edad le explica a un coetáneo que, de sus tres hijos, el mayor dice que todos los rojos son gentuza y el segundo afirma que todos los conservadores son sinvergüenzas. El tercero también es gilipollas, concluye Mingote, en el que Forges en cierto modo se reflejaba porque compartían la mirada inteligente y ese modo compasivo de retratar al español medio, que en sus dibujos era siempre un señor calvo y adorable.
Huelga decir que si Mingote y Forges consideraban al español calvo y adorable es porque pertenecían a una época en la que los varones, cuando estaban de juerga, se hacían fotos de broma con los botellines de Mahou a modo de maza, las señoras paseaban cogidas del brazo y todos los niños eran Chencho. Una época de censores incapaces de atisbar la demoledora carga crítica de estos dos hombres libres que vivían figuradamente en la cárcel no más que para reírse de ella. Y que, cuando salieron, nunca olvidaron de dónde venían. Nadie ha ironizado mejor que ellos sobre aquel de tiempo de Pepsi con aceitunas y, previsiblemente, nadie llegará a su altura porque los genios, además de talento natural, necesitan para desarrollarlo vivir en un tiempo de Pepsi con aceitunas.
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