El lazo amarillo de Pedro Sánchez
En el ámbito del debate cabe la posibilidad de que el laicista revierta mi axioma hasta el punto de darle la vuelta para que parezca que el catolicismo es el lazo amarillo de un país aconfesional. Está, cómo no, en su derecho, pero lo cierto es que en la vida real cambiar el orden de los factores altera el producto. Es decir, utilizaría un argumento falaz porque la religión de la alegría no se impone por decreto ley, sino que se expande por emulación. Y con plena aceptación de las reglas del juego: mientras el socialismo mantiene viva con medidas políticas la animadversión del jornalero al obispo, el obispo cuida de la vid sin cuestionar la reforma agraria.
La inquina del socialismo a la Iglesia católica se explica si se tiene en cuenta que ningún obrero reza en la casa del pueblo. En el mejor de los casos, una ponencia marco del comité federal del PSOE generará ilusión en las bases, pero la ilusión es el trampantojo con el que laicismo sustituye a la esperanza, que es una virtud netamente cristiana. Y, como tal, el asidero de los pecadores. El militante socialista tiene claro que si no se atiene a la disciplina de partido le suspenderán de militancia, esto es, le excomulgarán por lo civil, en tanto que el feligrés sabe que por más que peque tiene abierta la puerta del perdón. Sabe, en síntesis, que el vicario general no es el secretario de organización de la diócesis.
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