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Los cristianos hoy, ¿somos un tanto pelagianos? (I)

Las herejías antiguas no han desaparecido cuando han sido condenadas por la Iglesia. Realmente vienen a ser como un virus que se cura, pero que queda latente y reaparece en el momento más impensado como secuelas que tienen la misma raíz.

Desde el principio aparecieron distintas herejías en la Iglesia antigua. Recordemos a Arrio, a Nestorio, a Pelagio… y veremos que en tiempos posteriores fueron apareciendo dentro mismo de la Iglesia, actitudes que, de alguna manera, venían a ser como un reflejo de estas herejías, aunque un tanto matizadas, ya que sus adeptos quieren seguir perteneciendo a la Iglesia. No es fácil la tarea que deben afrontar en la actualidad los pastores de la Iglesia.


Refiriéndome a las herejías de los tres personajes citados, no es difícil encontrar actualmente en la Iglesia, aunque no afirmaciones claras de sus errores, sí, al menos, algunas líneas que de alguna manera, están en cierta sintonía con lo enseñado por ellos.


Por ejemplo: en la línea de Arrio, hay como una cierta insistencia en la humanidad de Jesús (y hay que insistir en su humanidad) pero esto no es lo mismo que dejar muy de lado su divinidad. No es que la nieguen sino que se vuelcan tan en exclusiva en su humanidad, que ven a Jesús prácticamente sólo como hombre, actuando como tal, y perdiendo de vista su dimensión divina y su actuación sobrenatural.


En cuanto a Nestorio, vemos que también tiene una cierta actualidad, ya que se acentúa la línea anterior, viendo en Jesús una doble personalidad, una divina y otra humana, rompiendo con ello la enseñanza de la Iglesia de una única persona en dos naturalezas distintas, divina y humana. En la actualidad hay como una tendencia a, sin negar la unidad personal de Jesús, ir cargando las tintas en lo humano, dejando un poco de lado la dimensión divina en su ser y en su actuar.


Quiero tratar un poco más a fondo la influencia de la doctrina de Pelagio en la sociedad actual, porque me da la impresión de que se está incidiendo con más fuerza en la predicación y en la pastoral tanto en clérigos como en laicos. Y si esto es así, veo un gran peligro para nuestra vivencia cristiana por no poner el acento donde debemos ponerlo que es en la divinidad de Jesús y en la fuerza del Espíritu que es quien hace fructífera la acción de la Iglesia.


Hoy, en muchos ambientes apenas se habla de la incapacidad radical del hombre para salvarse a sí mismo y va predominando la tendencia a apropiarse de lo que no es nuestro; y llegamos a atribuirnos la eficacia del bien que el Espíritu va haciendo por medio de nosotros pero perdemos de vista que no lo hacemos nosotros, sino el Señor. De ahí la conciencia de no hacer referencia a Dios cuando vemos frutos positivos en lo que hacemos, pero creyendo que somos nosotros los autores del éxito de nuestras obras sin pensar en la necesidad absoluta de la gracia de Cristo Salvador.


No es que haya cristianos que no crean en lo sobrenatural, sino que no se vive por muchos y, ante los problemas en que se debate nuestro mundo, ponen más confianza en medios humanos que en la vivencia de la fe; mucha actividad humana, muchos programas, muchos proyectos y cierto alejamiento de la Eucaristía, de la oración continua de súplica, de gratitud y de los sacramentos; poca vida ascética según el Evangelio; no sé si estamos absolutamente convencidos de que fuera del nombre de Jesús «ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvados» (Hch 4,12).


Tiene un aire pelagiano la predicación que exhorta a ser laboriosos, solidarios, justos, etc., pero que da siempre por supuesto, al menos en forma implícita, que es suficiente enseñar el bien y exhortar a practicarlo; como si después los hombres, por sí solos, pudieran ser buenos en su vida privada, y también eficaces en la transformación de la sociedad, con tal de que se empeñen en ello. Todo está dependiendo de nuestra voluntad.


En el próximo artículo continuaremos con el tema del Pelagianismo.


José Gea



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