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San Isidro, laico y casado, fue un santo popular desde el siglo XII, pero canonizarlo fue difícil



La Iglesia celebra cada 15 de mayo a San Isidro, santo patrón de los agricultores del mundo entero, que fue él mismo labrador en el siglo XI y XII en Madrid.

San Isidro, con su esposa Santa María de la Cabeza, resultan ser un modelo de santos poco frecuente en la Edad Media: ni militares, ni nobles, ni clérigos, ni mártires... Eran un matrimonio, de clase popular, que llevaron una vida de virtud y santidad en lo cotidiano... aunque con abundancia de milagros, según las tradiciones devotas.

Un don para encontrar pozos y agua
Isidro ganó fama, sobre todo, por su habilidad -quizá divina- para encontrar pozos y aguas que ayudaran a los labradores de su época. «Isidro no abría pozo del que no manase abundante caudal, aun tratándose de tierras secas», afirman los códices antiguos. De los 400 milagros que según sus hagiógrafos se le reconocen popularmente, el más común es el que va ligado a encontrar agua.

Es emblemática la escena en la que hace brotar un manantial de un campo seco con solo un golpe de báculo, abasteciendo a Madrid en un año de sequía. El agua es el contexto en el que salva a su único hijo caído en un pozo o cuando Dios permite a su esposa María pasar a pie enjuto sobre el río Jarama para demostrar su snatidad y la falsedad de las murmuraciones contra ella.

Niño mozárabe bajo dominio musulmán
Cuando Isidro nació, Madrid aún estaba bajo dominio musulmán y sus habitantes eran cristianos mozárabes bajo el yugo de señores islámicos. Poco después la tomaron las tropas castellanas. Según estos testimonios, la infancia de San Isidro transcurrió en los arrabales de San Andrés, en lo que hoy es el céntrico Barrio de La Latina. Por los ataques musulmanes la familia del joven Isidro se trasladó a Torrelaguna, donde se dice que conoció a su mujer, María Toribia, la cual también alcanzaría la santidad con el nombre de María de la Cabeza.

Isidro Labrador falleció en el año 1172 y su cadáver se enterró supuestamente en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había nacido. Los cristianos medievales creen que fue él quien se apareció para guiar por cierta ruta a las tropas castellanas hacia la victoriosa batalla de Las Navas de Tolosa contra los almohades. Alfonso VIII lo reconocía así al levantar una capilla en su honor en la iglesia de San Andrés y colocar su cuerpo incorrupto en la llamada arca «mosaica».

Una canonización complicada
Aunque tuvo fama de santidad desde su muerte en el siglo XII, su beatificación y canonización formales no llegarían hasta el siglo XVII, y eso pese a los esfuerzos del rey Felipe II que lo intentó en el siglo XVI.

Isidro subió a los altares en la misma ceremonia de 1622 que otros tres españoles, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Francisco Javier, y el italiano San Felipe Neri (famoso por sus milagros, predicación y su frase "sed buenos si podéis").

En la Edad Media el fundador de los dominicos, Domingo de Guzmán, fue el único español llevado a los altares canónicamente. «La primera vez que se sepa que un Papa hizo una canonización fue la de San Uldarico de Ausburgo por el papa Juan XV, en el año 993; a partir de entonces hay a la par canonizaciones papales y episcopales», según explica Alberto de la Hera, catedrático emérito de Derecho Canónico y de Historia de América.

¿Pocos santos españoles en el siglo XVI?
En pleno siglo XVI, mientras España se desangraba en guerras contra turcos y protestantes y entregaba todo un nuevo continente a la fe católica, el santoral era, oficialmente, escaso en españoles. «No hay, propiamente hablando, un santoral romano oficial con los nombres de los canonizados por los papas antes del XVII. Por ejemplo, a San Isidoro y San Leandro, que eran objeto de una veneración universal desde mucho tiempo atrás, se les consideraba universalmente santos, y decir que no había santos españoles no es cierto. Lo que no había eran canonizaciones en el sentido moderno de la palabra», aclara Alberto de la Hera en un artículo en ABC.

Felipe II dedicó varios años de esfuerzo para conseguir la canonización de algún santo español. Logró la primera en España con Diego de Alcalá (1400-1463), en el año 1588. Este se convierte en el único español canonizado oficialmente en el XVI según la normativa entonces vigente. La causa la instruía la Congregación de Ritos en la que ya se pedían milagros. A este le siguió el dominico catalán Raimundo de Peñafort (1175-1275), en 1601, y veinte años después se celebró esa canonización múltiple de los cuatro grandes santos españoles.

San Isidro destacaba como santo laico y casado que había pasado toda su vida en España, mientras que los otros tres canonizados (Ignacio, Teresa y Francisco Javier) eran grandes evangelizadores y viajeros, con el apoyo de las congregaciones religiosas que fundaron y la influencia cultural internacional que eso les aportaba.

La monarquía española encargó a Lope de Vega loar a los nuevos santos priorizando en sus alabanzas a San Isidro, por lo que el poeta dedicó dos poemas en los que discurre, con gran belleza, sobre la niñez y la juventud del santo.

Presencia española en el Vaticano
«Las cartas de los reyes de España y Francia, pidiendo al Papa varias canonizaciones de hombres de sus países son de entorno al 1621. Por San Ignacio se interesaron no sólo el rey de España sino muchos más personajes. Gregorio XV lleva las solicitudes a varios “consistorios” y allí se deciden las canonizaciones en 1622», aclara Alberto de la Hera.

Durante el resto del siglo XVII se incluyeron en el santoral otros once santos españoles y veintidós beatificaciones. «Hasta el siglo XVII los papas canonizaban sin previa declaración de beatos; fue Alejandro VII en 1662 quien ya efectuó una beatificación como requisito previo a la canonización», recalca el catedrático.

En la actualidad, los restos del santo residen en el retablo central de la colegiata de San Isidro. Su patronazgo se ha extendido tanto desde el punto de vista territorial como institucional; en poblaciones situadas normalmente en ámbitos rurales, tanto españolas como iberoamericanas. Entre las primeras, en Triquivijate (Fuerteventura), La Llosa (Castellón), Puntalón de Motril (Granada), Rota ( Cadiz) y Yecla Murcia. Entre las segundas, Cuncumén (Chile), San Isidro de Carampa (Perú), San Isidro de Lules (Argentina), Sibarco (Colombia) o San Juan del Río y Xoxo (Méjico), entre otras.

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